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Las parábolas del Reino en el Evangelio de San Mateo
Por: P. Eugenio Martín Elío | LC Creo que en la meditación de estas parábolas podemos encontrar no sólo una rica mina de inspiración y de análisis de cómo es nuestra relación con Jesús. Jesucristo fue una persona sencilla, que desde niño tuvo contacto con las realidades simples de la gente del pueblo y las vivió con una sensibilidad especial. Las parábolas, de hecho, son relatos sobre los sucesos de la vida cotidiana que encierran una enseñanza profunda y espiritual. Durante su predicación, Cristo las usó para ilustrar situaciones humanas en un contexto concreto, pero adquieren un valor universal, capaz de iluminarnos para la acción de cada día en diversas circunstancias. Todas las parábolas contienen una cristología indirecta, pues esconden y revelan al mismo tiempo el misterio de Dios y de su Reino. Jesús fue un gran pedagogo y un extraordinario comunicador. A través de estas breves narraciones nos da a conocer el carácter oculto de Dios en el mundo y nos pone en contacto con el mensaje central de su predicación: la llegada del Reino de Dios, que se identifica con su persona. Por eso, para iniciarse en el conocimiento de Dios se requiere de una “conversión”: aceptar y acoger el don que Dios nos hace a través de su Hijo Jesucristo. Resume el número 546 del Catecismo de la Iglesia Católica: “Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15)”. En el versículo 3 del capítulo 13 de san Mateo, vemos cómo el evangelista usa el verbo griego “laléo”(declarar), en vez de “didáskalo” (enseñar), porque las parábolas nos hablan más de una revelación que de la enseñanza de un precepto. Así, usando un lenguaje simbólico, nos abre a la profundidad de verdades que se nos van desvelando progresivamente, como una cortina que se abre poco a poco. “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y en cambio se las querido revelar a los pequeños” (Mt. 11, 25). Cuando uno mantiene la actitud sencilla, abierta y curiosa de los niños, se cumple aquella profecía de Isaías, que recuerda el mismo Cristo un poco más adelante: “A vosotros se os ha concedido conocer estos misterios del Reino de los cielos” (Mt. 13, 11). Como tema central de la predicación de Jesucristo a través de las parábolas resalta el tema del “Reino de los cielos”, como podemos leer en el capítulo 13 de san Mateo. La expresión “Reino de Dios” o “Reino de los cielos” se refiere a Dios mismo, de quien se evitaba pronunciar su nombre. Hace mención al reinado o soberanía de Dios que está por encima de todas las cosas. Desde el momento en que Dios se hizo hombre, Jesucristo es la personificación del Reino de Dios que se ha hecho concreto. Y ha quedado ligado al misterio pascual: el de su muerte y su resurrección. El esquema del capítulo 13 de Mateo contiene siete parábolas, divididas en dos partes: 4 dirigidas al pueblo: el sembrador, el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura. (v. 18-33) 3 dirigidas a los discípulos: el tesoro escondido, la perla preciosa y la red. (v. 36-52) Estas parábolas ponen de manifiesto sobre todo la división de los corazones, dependiendo de la actitud interior con la que nos acercamos a Jesucristo y sus palabras. Están quienes se relacionan con Cristo desde la fe y le abren su entendimiento; y otros que mantienen su corazón cerrado. Porque la primera condición para conocer a Jesús y para que Él se nos pueda revelar, es entrar en intimidad con Él y acoger sus palabras en un contexto de intimidad. Creo que en la meditación de estas parábolas podemos encontrar no sólo una rica mina de inspiración y de análisis de cómo es nuestra relación con Jesús, sino también un modo pedagógico y sencillo de presentar el Reino, a ejemplo de nuestro Maestro. Usando un lenguaje que todos podemos entender, nos introducen al misterio de Dios para que seamos dichosos y no nos suceda, como predijo el profeta Isaías: “Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque su corazón se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan y yo los cure” (Mt. 13, 14-15) aranza |
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