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El secuestro y las muertes de los estadounidenses en México generan repercusiones en ambos países
Por Maria Abi-Habib, Natalie Kitroeff, Zolan Kanno-Youngs y Oscar Lopez | The New York Times MATAMOROS, México — Alrededor de las 11:30 a. m. del viernes, Claudia trabajaba en su oficina, dijo, cuando escuchó el staccato de chasquidos secos: pá-pá-pá. Se asomó afuera solo para ver hombres fuertemente armados que disparaban a una minivan blanca. Vio que a un cuerpo lo arrastraban por la calle y se agachó fuera del alcance de las ventanas. Claudia, quien creció en la zona, insistió en que solo se le mencionara por nombre de pila por temor a represalias. En una primaria cercana, las maestras, acostumbradas al sonido de las balas, gritaron para que los estudiantes se echaran al suelo, comentó otro testigo. El caos que se desarrolló en la ajetreada intersección de tres vías en la zona centro de Matamoros, México, podría haberse recordado solo como un acto de violencia angustiosamente común en una ciudad fronteriza agobiada por la violencia. Excepto que en esta ocasión las víctimas eran estadounidenses. Luego de que la nacionalidad de las personas atacadas y secuestradas por los hombres armados ese día se dio a conocer ampliamente, el presidente de México prometió poner toda la fuerza de su gobierno detrás del esfuerzo desesperado para hallarlos. Una fuerza de trabajo compuesta de policía, fuerzas armadas y autoridades locales buscó en diversas ubicaciones y utilizó videos de cámaras de seguridad para rastrear a varios vehículos. También consiguió el apoyo de funcionarios de seguridad estadounidenses. El esfuerzo coordinado condujo a un resultado que en México es extraordinario: para la mañana del martes, apenas cuatro días después del secuestro, las autoridades habían recuperado a las víctimas, dos muertas y dos con vida, y detenido a un sospechoso. La velocidad del rescate generó indignación entre muchos mexicanos, que quedaron sorprendidos de ver a sus líderes lanzarse a la acción luego de años de hacer poco por ubicar a las más de 100,000 personas que siguen desaparecidas en un país donde la gran mayoría de los crímenes se quedan sin resolver “Ojalá con esa misma fuerza y debida diligencia de nuestro gobierno se buscara a nuestras y nuestros desaparecidos en México”, dijo en un video publicado en Twitter Delia Quiroa, quien desde hace casi una década ha estado buscando a su hermano desaparecido. El secuestro y las muertes de los estadounidenses incitaron repercusiones significativas en Estados Unidos, que ha visto que su relación de seguridad con México ha sido puesta a prueba en los últimos años. Algunos republicanos en el Congreso se valieron del violento episodio para acusar al gobierno de Biden de no hacer suficiente para enfrentar a los cárteles en México. La seguridad fronteriza en todo el mandato del presidente Biden ha sido una de las vulnerabilidades políticas más importantes de su gestión. “Este es un atisbo aterrador de la forma en que los estadounidenses pueden convertirse con velocidad en víctimas de la violencia de los cárteles y cuán envalentonados están los cárteles en la gestión de Biden”, dijo el congresista Mark Green, republicano por Tennessee y presidente del Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes. “Los cárteles siguen explotando la postura débil que ha tomado la gestión de Biden con sus peligrosas políticas de seguridad fronteriza”. El senador Lindsey Graham, republicano de Carolina del Sur, dijo esta semana que planeaba presentar legislación para clasificar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas permitir que Estados Unidos emplee la fuerza militar en su contra, una propuesta que por lo general ha criticado el presidente de México. Los cuatro estadounidenses atacados fueron Latavia Washington McGee, de 33 años; Shaeed Woodard, de 33; Zindell Brown, de 28 y Eric James Williams, de 38, un grupo de amigos cercanos, que viajaron de Carolina del Sur a México la semana pasada. Iban acompañando a McGee, quien planeaba una abdominoplastia en una clínica de Matamoros, Tamaulipas, dijeron sus familiares, en un viaje popular entre los estadounidenses que cruzan a México a realizarse procedimientos médicos. Horas después de cruzar a México el viernes fueron el objetivo de hombres armados en lo que los investigadores mexicanos consideran un caso de confusión de identidad. Las autoridades mexicanas investigan la posibilidad de que, antes de iniciar el tiroteo, los hombres armados pidieron a los estadounidenses que pararan el auto pero que el conductor aceleró, según dos personas con conocimiento de la investigación que no tenían autorización de hacer declaraciones en público. Dos de las víctimas, McGee y Williams, fueron halladas con vida y devueltas a territorio estadounidense el martes. Los cuerpos de Woodward y Brown siguen en México. Latonya Williams, prometida de Woodard, dijo que Woodard no solía viajar lejos de casa, pero que decidió ir a México “para apoyar” a McGee, su prima, y para celebrar su cumpleaños, el 9 de marzo. “Él dijo algo como: ‘Viene mi cumpleaños, este sería un viaje para mi cumpleaños’”, dijo Williams. Su prometido, comentó, nunca dudaba en ofrecer ayuda a otros. “Se quitaría la camisa para dártela”, dijo. “Te daría su último dólar si lo necesitaras”. Los asesinatos han aumentado la presión al gobierno de Biden por su forma de abordar la violencia que se registra al sur de la frontera de EE. UU. Parte del problema, dijeron exfuncionarios, es que la cooperación en seguridad con México ha enfrentado desafíos bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México. Luego de que en 2020 las autoridades estadounidenses arrestaron a un exsecretario de la Defensa de México, Salvador Cienfuegos, México amenazó con expulsar a los agentes de la DEA del país. Gil Kerlikowske, quien fue comisionado de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. en la gestión de Obama, dijo que a menudo escucha a sus pares en la DEA decir que “simplemente no hay intercambio de información vital y oportuna, y no tienes a nadie a quien culpar excepto al presidente López Obrador”. La gestión de Biden ha sido renuente a criticar abiertamente a López Obrador por temor a provocar al líder y poner en riesgo la cooperación en materia migratoria para detener el flujo de personas que llegan a la frontera de Estados Unidos. Pero muchos en Washington, preocupados por la violencia y las posibles amenazas a la democracia en México, argumentan que ha llegado la hora de que el gobierno de EE. UU. empiece a comentar en público sus diferencias con López Obrador. “Estados Unidos necesita expresarse con un poco más de sinceridad en cuanto a su relación con México”, dijo John Feeley, quien fue subdirector de misión en México en la gestión de Obama. “Las cosas no andan bien”. López Obrador ha dicho que su gobierno sigue cooperando estrechamente en materia de seguridad con el gobierno estadounidense. La Casa Blanca indicó el miércoles que no apoya la propuesta de clasificar a los cárteles como terroristas. Karine Jean-Pierre, secretaria de prensa de la Casa Blanca, dijo que la clasificación no le daría a Estados Unidos ninguna autoridad distinta a la que ya tiene y observó que este gobierno ya había usado sanciones diseñadas para combatir a las organizaciones de narcotráfico. Jean-Pierre también dijo el miércoles que el gobierno estaba en contacto con las familias de los cuatro estadounidenses. “Haremos todo lo que esté en nuestro poder para identificar, hallar y hacer que los individuos responsables de este ataque personalmente rindan cuentas”, dijo Jean-Pierre. Tamaulipas es uno de los seis estados de México que el Departamento de Estado de EE. UU. recomienda no visitar a sus ciudadanos estadounidenses debido al crimen, aunque la violencia en ese lugar se ha reducido en años recientes. Los homicidios cayeron de unos 1500 en 2012 a alrededor de 730 en 2021, según cifras oficiales. Distintas facciones del poderoso Cártel del Golfo dominan el estado y los expertos dicen que el conflicto entre grupos delincuenciales de la zona podría haber influido en el ataque. “Parece como que había una facción local que básicamente cometió un error y creyeron que era probablemente otra facción de la ciudad o tal vez un grupo que venía de fuera de la ciudad”, dijo Robert J. Bunker, experto en crimen organizado de México y director de investigación de investigación y análisis en una consultora de seguridad, C/O Futures, en California. “Estos pobres turistas estadounidenses, de alguna manera, se vieron atrapados en medio de eso”. En la clínica en la que McGee debía someterse a cirugía el viernes, Verónica, una enfermera que solo quiso dar su primer nombre porque temía por su seguridad, dijo que alrededor de la mitad de los pacientes que atienden son estadounidenses. La clínica llega a posibles clientes en Estados Unidos con avisos personalizados en Instagram, comentó, en los que muestran fotos y videos de antes y después de sus pacientes. Verónica dijo que recordaba a McGee de hace dos años, cuando acudió con Roberto Chávez para que el médico le realizara otra cirugía. Dado que muchos clientes desconfían de la reputación de Matamoros, considerado un lugar violento y sin ley, la clínica se ubicaba intencionalmente a solo cuatro minutos a pie del cruce hacia Brownsville, Texas. Aun así, McGee no llegó a su cita de las 7 a. m. Jamileth |
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