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Las manos poderosas de Dios


2023-03-16

Por: José y Audi Ana (Diana) Gutstein 

Testimonios de un matrimonio

Ambos hemos nacido de familias numerosas; yo, Diana, con 10 hermanos y José, con 11 hermanos. Nuestros papás siempre nos educaron en el camino de la fe y en el amor del Señor.

José:

-Éramos muy pobres, pero mis papás se esforzaban mucho por educarnos. Todas las noches, después de la cena, rezábamos el rosario en familia. A los diez años entré al seminario, permanecí tres años. En aquel tiempo, mi director espiritual viendo que yo no tenía vocación al sacerdocio, me aconsejó salir y buscar otro camino. Todavía me acuerdo de sus palabras: “Quizás un día te cases y podrás tener un hijo que sienta el verdadero llamado de Cristo”.

Diana:

-Desde pequeña rezaba el rosario, siempre en familia, y he aprendido con mis papás a pedir la luz del Espíritu Santo y así los años han ido pasando. Me acuerdo que siempre rezaba el rosario de rodillas y pedía al Espíritu Santo que iluminase mi vida; y a los 18 años, el 6 de junio del 1976, día del Espíritu Santo, nos conocimos.

José:

-Era una tarde de domingo, en una fiesta de cumpleaños, en un cambio de miradas percibimos que teníamos mucho en común. Nuestro noviazgo fue maravilloso. Conversábamos mucho, soñábamos despiertos y hacíamos muchos planes. Después de un año de noviazgo nos comprometimos, el día 29 de mayo de 1977, día del Espíritu Santo.

Durante todo nuestro noviazgo siempre íbamos juntos a la Santa Misa de los domingos. Nuestra fe nos unía cada vez más. Buscábamos siempre no escandalizar a nadie, e hicimos el propósito de no tener experiencias sexuales antes de que nos casáramos y lo mantuvimos hasta nuestro matrimonio, que tuvo lugar el día 17 de diciembre de 1977, en la Iglesia de la Inmaculada Concepción (Boa Vista, Joinville, S.C.).

Fuimos a vivir en una pequeña casa, construída por mí mismo con gran esfuerzo y sacrificio en los tiempos libres.

Como yo trabajaba de noche, invitamos a Nena, hermana de Diana, a vivir con nosotros, hasta que se cambiase mi horario de trabajo. Pero hasta el día hoy ella vive con nosotros siendo ya parte de nuestra familia, pues nosotros y nuestros hijos la amamos mucho. Ella, a pesar de ser deficiente visual -ciega-, fue y es un grande apoyo para nuestros hijos.

Diana:

-Al inicio de nuestra vida matrimonial tuvimos grandes dificultades, pero con nuestro amor y la ayuda de Jesús y María hemos podido vencerlas todas. Me costó especialmente el que José además de trabajar por la noche, comenzó a estudiar en la universidad por la mañana, sobrándole apenas unas horas en la tarde para dormir y descansar un poco. Tuvimos otros problemas en aquellos primeros meses de casados; recuerdo aún con vivo dolor el sufrimiento por un aborto natural, el cual nos dejó a los dos muy deprimidos.

Pero gracias a Dios, tras aquella prueba después de un año y medio, el día 21 de abril de 1980, para nuestra gran alegría, nació nuestro primer hijo, tan esperado por nosotros y por toda la familia: José Gutstein Junior -hoy novicio, Legionario de Cristo, en Itú, Brasil-. Junior ha sido desde niño una persona formidable, un poco tímido, pero de una obediencia e idoneidad incontestables.

El día 28 de agosto de 1981, para completar nuestra alegría, Jesús nos regaló una hermosa niña, Joice, muy querida, con grandes iniciativas, pero con un genio fuerte -se identifica mucho con su papá-. Soñábamos tener más hijos, pero por recomendación médica y debido a mí problema en la vista (glaucoma), nos ha sido quitada esta maravillosa oportunidad.

En mayo de 1988, cuando estábamos construyendo nuestra nueva casa, me acuerdo que mientras José se ocupaba de la construcción, yo le pedía al Espíritu Santo que le iluminara y que todo fuese hecho según la Voluntad de Dios.

Podríamos haber construído una casa pequeña, para la familia que éramos, pero Dios tenía sus planes. Fue cuando en uno de nuestros encuentros de oración en el que nos reuníamos las familias, se anunció la existencia de una familia muy pobre con 5 hijos pequeños (entre ellos una pareja de gemelos). Siendo el papá alcólico, necesitado de ayuda espiritual y material, todos nos unimos y le ayudamos. Todo iba muy bien cuando esta familia recibió una invitación para trasladarse a otra comunidad.

En septiembre de ese mismo año, el papá, que antes había estado bajo nuestros cuidados, nos advirtió que no quería más la pareja de gemelos, Tiago y Rosangela, de 1 año y 7 meses respectivamente, y los tenía en tercer grado de desnutricción. Intentamos convencerle de quedarse con los niños y le ofrecimos nuestra ayuda en lo que fuese necesario, pero el papá estaba decidido. No los quería. Así que fuimos a recogerlos. Tiago estuvo 13 días en la UBI, entre la vida y la muerte, pues además de la desnutricción tenía pneumonía. Cuando le dieron de alta en el hospital, lo trajimos a nuestra casa.

Como nuestros ahorros se habían terminado y no estaba en nuestros planes adoptarles, pedimos a Jesús y María que mandasen un matrimonio lleno de Dios, para adoptarles y hacerles felices. Nos preocupaba que personas sin una fe profunda les adoptasen pues ya nos sentíamos responsables por el hecho de que ya estaban en nuestras manos.

Los días fueron pasando y los niños seguían con nosotros y nos fueron conquistando a nosotros y a nuestros hijos. Fue entonces cuando sentimos que Jesús nos hablaba en nuestros corazones y en los corazones de nuestros familiares: debíamos adoptarles.

Hoy, con la gracia de Dios, viven con 10 años, y son dos niños dulces, fuertes y saludables. Tiago es todavía un poco flojo, no toma la vida muy en serio, pero confiamos que con la gracia de Dios superará todos sus problemas.

Los niños fueron creciendo y en nuestras oraciones diarias, santas misas y vigilias, cuando nos reuníamos también con la familia de mi hermana (tiene dos hijos legionarios, el H. Robson Ronchi -hoy ya religioso- y el H. Fábio -precandidato-), pedíamos siempre al buen Dios que nos mostrara un seminario con una profunda espiritualidad para nuestros hijos.

En noviembre de 1992 sufrí un accidente en el ojo. A pesar de haber pasado por tres serias operaciones, crucé por unos momentos inolvidables, fuertes en la fe, pues sentí las manos amables y poderosas de Dios sobre mí. Me acuerdo que durante la enfermedad pasábamos muchas tardes rezando el rosario con mis papás y los familiares que nos visitaban. Entre ellos me visitó también un amigo en la camino de la fe, a quien comenté que hacía muchos años estábamos pidiendo a Dios que encontráramos un seminario santo. Fue grande la alegría que sentí cuando él me dijo que ya conocía en Curitiba un seminario donde los padres y hermanos vivían llenos de fe y amor. Los Legionarios de Cristo. Más tarde pudimos partipar en una convivencia de jóvenes, organizada por el P. Santiago, L.C., que hacía trabajo vocacional en Joinville.

Y por fin llegó el tan esperado día, 10 de enero de 1994, cuando nuestro hijo dejó nuestra casa para seguir a Cristo en el seminario menor. Grande fue nuestra alegría -y la suya también-, porque sabíamos que él estaría experimentando un pedacito del cielo, aquí mismo, en la tierra, y que estaría todos los días en comunión con Cristo en la Eucaristía.

En los tres años que permaneció en Curitiba, solíamos visitarlo todos los meses. En estas oportunidades fuimos siempre bien recibidos por los padres, religiosos y seminaristas menores. En nuestros encuentros notábamos el madurar de nuestro hijo en la fe. También percibíamos la espiritualidad, el amor y la paz que los Legionarios respiraban entre sí. Para nosotros era gratificante, pues sabíamos que la vocación de nuestro hijo era algo concreto, pues lo dejaba traslucir por su entusiasmo y alegría. Estos encuentros nos traen bellos recuerdos, principalmente la pesona del P. Álvaro, que siendo el rector del seminario fue como un segundo padre, amigo y hermano para Junior.

A través de los padres conocimos también el Movimiento Regnun Christi y tuvimos contacto con las señoritas consagradas, que pasaron también a formar parte de nuestra familia. En diversas ocasiones se hospedaron en nuestra casa. Siempre fueron dignas, muy simpáticas y cautivadoras, tanto que Joice, nuestra hija pequeña, con 13 años de edad, tuvo la autorización especial del fundador para ingresar a su casa de formación en São Paulo, donde permaneció un año. Por ser muy joven se acordaba mucho de casa y entonces decidió volver a casa. Mientras estuvo allá sentimos su crecimiento espiritual. Le ha marcado su vida para bien y ahora incluso participa activamente en los trabajos de nuestra comunidad como catequista de primera comunión y como animadora en el grupo de jóvenes.

El H. Junior hoy está en el primer año de noviciado, en la ciudad de Itú, São Paulo. Nos acordamos como si fuera ayer del día 9 de marzo del presente, día en el que recibió su sotana. Fue sin duda un día inolvidable. Era uno de esos sueños que se hacía realidad, para él y para nosotros. Sabemos que el noviciado es un período difícil para un joven, pero es la prueba de amor que él desea ofrecerle a Dios.

Tenemos la gracia de tener en nuestra comunidad a un párroco excelente, el P. Venceslau, que está haciendo una hermosa labor, conquistando los fieles en la fe y mostrando siempre su apoyo al trabajo de los padres legionarios.

José y Diana:

-Nosotros estamos comprometidos en los trabajos comunitarios. Como apostolado, somos ministros de la Eucaristía y dirigentes del grupo de oración. Diariamente iniciamos nuestro día con la oración del rosario en familia, pues Jesús y María ocupan un puesto destacado en nuestras vidas.

Los años que Dios nos conceda queremos vivirlos cada vez más en el camino de la santidad.

Reflexión:

Y hacia la santidad van, ya lo creo. Me pregunto cuántos de nosotros hemos llegado ya a las alturas sencillas pero sublimes de este matrimonio. ¡Qué profundidad de vida espiritual! ¡Qué fe tan viva, operante y alegre! ¡Qué amor tan sacrificado y desinteresado!

Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el... ¡Espíritu Santo! Para esta pareja el Espíritu Santo no es el “Gran Desconocido”, sino todo lo contrario. Es para ellos el Amigo, el Dulce Huésped del alma, el “Socio” de su santificación personal.

Se vislumbra a través de sus líneas las experiencias tan formidables que habrán vivido en su alma, y desde luego, aparecen a flor de piel los resultados tan espléndidos de su amistad con el Espíritu Santo: acierto en la elección del cónyuge, amor y paz en la familia, soluciones a todas sus pruebas, una vocación sacerdotal, un apostolado estupendo, etc.

Cierto: la amistad con el Espíritu Santo no se logra sólo con desearla teóricamente. Exige una constante atención, un saber esuchar, un seguir fielmente -cueste lo que cueste- sus inspiraciones, un dialogar con Él de día y de noche.

Con Él, encontrarás la fortaleza necesaria para perseverar en el amor y llegar a la santidad auténtica con toda tu familia.



aranza


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