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Se buscan optimistas con los pies puestos sobre la tierra


2023-03-17

Por Charlie Brinkhurst-Cuff | The New York Times

“Me temo que el mundo está entrando en una era oscura”, afirmó Igor Galynker, un psiquiatra que se especializa en la investigación e intervención del suicidio. Sin embargo, agregó: “Pero a nivel individual, ¿si se trata de ayudar a las personas a lidiar con esto y a encontrar maneras de vivir y luchar contra esto? Soy muy optimista”.

La perspectiva de Galynker ilustra la paradoja de los profesionales que trabajan en la primera línea de diferentes crisis —la prevención del suicidio, la ciencia climática, el cuidado paliativo en niños o incluso el acto de imaginar un futuro distópico en la literatura—, y que exigen que se enfrenten a los peores resultados posibles.

Si estás trabajando para mejorar el mundo, ¿tienes que ser un optimista? ¿O el pesimismo te prepara mejor para enfrentar los desafíos que presenta el futuro?

Se cree que la capacidad de cultivar y mantener el optimismo se origina de una combinación de factores circunstanciales e innatos, como las experiencias de vida acumuladas y la heredabilidad. Según Tali Sharot, autora del libro The Optimism Bias: A Tour of the Irrationally Positive Brain, el optimismo funciona como una especie de “viaje cognitivo en el tiempo” que le permite a los humanos planificar el futuro. Es probable que el rasgo del optimismo se haya desarrollado evolutivamente porque tener “expectativas positivas” tiene enormes beneficios para la salud e incluso puede alargar la vida.

Algunos profesionales, ya sea que se identifiquen como optimistas o no, son capaces de mantenerse motivados para encontrar soluciones incluso cuando el panorama general luce sombrío. A menudo, una clave de su motivación es la creencia de que, a pesar de que hay un pronóstico desalentador, están marcando una diferencia real en las personas y las comunidades con las que interactúan, lo que, a su vez, alimenta la creencia en la posibilidad de un futuro mejor en general.

Durante las últimas tres décadas, Galynker ha evaluado o tratado de manera personal a cerca de 10,000 pacientes que luchan contra la ideación suicida. Tres de ellos se quitaron la vida mientras estaban bajo su cuidado. Si bien siempre se ve profundamente afectado por estas muertes, afirma que se enfoca en ayudar a sus pacientes a salir de un estado de crisis para poder ayudarlos a enfrentar los problemas subyacentes y los factores de riesgo a largo plazo que los llevaron a esa situación. Ser capaz de tratar a sus pacientes con éxito lo hace ser increíblemente optimista, incluso aunque al mismo tiempo esté preocupado por el incremento continuo de las tasas de suicidio en Estados Unidos.

“Soy pesimista en cuanto a la raza humana”, afirmó Galynker. “Soy optimista en cuanto a las personas”.

Para algunos, ser propenso al optimismo no es necesario para trabajar por un cambio. “No me considero optimista en absoluto”, sentenció Ayana Elizabeth Johnson, quien es bióloga marina y cofundadora de Urban Ocean Lab, un centro de investigaciones enfocado en la política climática y oceánica para las ciudades costeras, así como la autora del libro What if We Get It Right?: Visions of Climate Futurism. Johnson explicó que suele ser caracterizada como optimista debido a su actitud alegre. “Pero la verdad es que puedes ser feliz y al mismo tiempo no asumir que todo saldrá bien al final”, afirmó. “Y creo que así es como seguimos adelante, ¿no?”.

Johnson, quien fue criada por padres que eran activistas de los derechos civiles, afirmó que desde hace tiempo había entendido la importancia de trabajar de manera pragmática por un futuro mejor: “Para mí no es una cuestión de alegría, tristeza, optimismo o pesimismo. Es solo mi deber moral ser parte de las soluciones”.

Centrarnos en los resultados que podemos controlar y en los cambios que como individuos podemos influenciar, puede permitirnos ser optimistas a nivel micro, incluso siendo pesimista sobre el panorama general del futuro, aseguró Galynker. Mantener este sentido de eficiencia personal puede ser clave a la hora de realizar un trabajo difícil.

Hal Siden ha trabajado durante más de dos décadas en lo que algunos podrían considerar el campo menos optimista posible: es director médico de Canuck Place, el primer lugar de cuidados paliativos para niños en Norteamérica. Pero al igual que Galynker, ha visto cómo el optimismo paga dividendos en su trabajo.

Siden se considera un optimista pragmático que es consciente del hecho de que se mueve por el mundo con relativa facilidad al ser un hombre blanco con buena educación, un privilegio que puede lograr que sea más fácil creer que las cosas saldrán bien. Ha visto la tragedia incontables veces en su trabajo tratando a niños con enfermedades terminales. Y, sin embargo, también ve razones para tener esperanza.

En su tiempo en Canuck Place, contó Siden, el foco de atención del lugar se ha expandido, junto con los cuidados paliativos, para incluir mayor gestión de síntomas para enfermedades a largo plazo, es decir, tratamientos que no curan a los jóvenes pacientes, pero prolongan la supervivencia. Siden compara su filosofía con hacer caramelos masticables: “Estamos alargando vidas”. Él saca fuerzas de las pequeñas maneras en las que el centro es capaz de brindar alivio a las personas en momentos oscuros y dolorosos, y en los inusuales casos en los que los niños terminan desafiando las probabilidades. “Acabo de dar de alta a un joven de nuestro programa a sus 18 años, a quien conocí de bebé, cuando llegó a nosotros de la unidad de cuidados intensivos”, contó. “Tras pasar seis semanas allá, vino aquí a morir”. Pero con el tratamiento, el pequeño desafió las peores expectativas. “Y esto no es algo inusual”, aseguró Siden.

Otra fuente de esperanza es el progreso que Siden ha presenciado a lo largo de su carrera. “Todos los días veo enfermedades que literalmente desaparecen frente a mis ojos”, afirmó.

Centrarse en las pequeñas victorias y los objetivos alcanzables es esencial para resistirse al pesimismo y trabajar de manera sostenible para encontrar soluciones, afirmó Hamira Kobusingye, activista climática y educadora de Uganda que dirige Climate Justice Africa.

Uganda es uno de los muchos países que luchan contra los efectos cotidianos de la crisis climática. En la reciente conferencia COP27, Kobusingye pudo reunirse con algunos de los líderes de la nación para discutir los desafíos que enfrenta su país de origen. “¿Es un gran avance o una importante victoria?” se preguntó, refiriéndose al encuentro. “No, no lo es, pero es un paso hacia adelante”, afirmó. “Y como optimistas, eso es a lo que realmente nos aferramos. Sabemos que, paso a paso, llegaremos al objetivo”.

Kobusingye forma parte de una ola creciente de activistas, académicos e influentes de TikTok que están desafiando el pesimismo ambiental. En lugar de permitir que los pronósticos sombríos la lleven a la inacción y la impotencia, Kobusingye cultiva el optimismo al concentrarse en las soluciones.

“Soy hija de la acción”, dijo Kobusingye. “Así me decía siempre mi mamá”. Al crecer en un hogar monoparental con su hermano, aprendió desde pequeña que, si quería una vida distinta, tendría que esforzarse para hacerla realidad. “Vengo de las barriadas, he visto noches en las que no había comida en la casa”, dijo. Se convirtió en una optimista declarada, comentó, porque “el pesimismo hace que te rindas fácilmente”.

Nnedi Okorafor, autora de ficción especulativa, sabe muy bien lo importante que es no sucumbir al fatalismo. Okorafor, una persona naturalmente positiva, se llama a sí misma una “optimista irracional” y aunque está consciente de que vive en una era “problemática”, se inclina, sobre todo, a la esperanza.

Su optimismo se consolidó cuando, siendo estudiante de primer año en la universidad, quedó sin poder caminar tras someterse a lo que se suponía era una cirugía relativamente rutinaria para tratar la escoliosis. Fue durante su periodo de recuperación que Okorafor comenzó a escribir de manera creativa por primera vez. Al final, gracias a la fisioterapia intensiva, logró recuperar la sensibilidad en las piernas. “Si no hubiera perfeccionado mi positividad durante muchos años antes de que eso sucediera, no sé si hubiera logrado volver a caminar”, afirmó.

Más de 20 años después, esa actitud positiva está presente en las obras que la han convertido en una de las escritoras de ficción especulativa más célebres de su generación, con relatos que por lo general están ambientados en el continente africano. Se ha esforzado por infundir optimismo en sus novelas, incluso en un género que tiende a resistirse a este: la creencia popular es que las historias fatalistas son más comercializables.

“En muchas de mis historias más recientes me he alejado un poco de la distopía”, afirmó Okorafor, y señaló que incluso en su novela distópica de 2010, Quien teme a la muerte, se podía conseguir esperanza y alegría en las páginas. “Estoy realmente obsesionada con la idea de que el futuro sea positivo y utópico”.

“Es importante imaginar un futuro positivo para que pueda darse un futuro positivo”, afirmó. “Si solo seguimos escribiendo distopías, estaremos construyendo el camino al abismo”.



Jamileth


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