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Cuando la edad adulta era divertida


2023-03-24

Shane O’Neill | The New York Times

Era la maestra que dejaba de calificar exámenes para ponerse a bailar.

Era el policía que se tomaba un descanso de dirigir el tráfico para contonearse tímidamente frente a la cámara.

Se trata de la dama del traje de negocios cuyos zapatos de tacón son tan cómodos que no puede evitar dar saltos mientras camina.

Un lugar común de la cultura popular es cuando la gente “normal” se deja llevar, y pocas cosas me provocan mayor alegría.

La edad de oro de la gente “normal” que se relajaba y se dejaba llevar, en mi opinión tal vez sesgada, fue a fines de los ochenta y principios de los noventa, cuando los videos musicales, los programas para niños y, especialmente los comerciales de televisión, estaban llenos de esos momentos.

En sus memorias de 2003, Dry, el escritor Augusten Burroughs describió la creación de un anuncio como este, uno con “un hombre saltando a una fuente de agua, a pesar de sus zapatos de vestir y pantalones de traje”.

Burroughs describe ese concepto como “horrible, cursi.”

¿Cursi? Quizás. ¿Horrible? Claro que no.

De niño, cuando vi que una policía de tránsito sacudía el cuerpo al ritmo de la canción de un comercial de Koala Yummies…

… o a Cyndi Lauper convenciendo a un caballero de traje para que soltara el periódico y bailara con ella, vi un mundo de posibilidades, uno en el que la edad adulta podría ser divertida, con sorpresas esperando en cada esquina.

Los comerciales de Ragú para las salsas a fuego lento, Chicken Tonight, eran algunos de los más icónicos de este género.

Los anuncios mostraban a personas “normales” que agitaban los brazos imitando los aleteos de un pollo como una anticipación entusiasta por... comer pollo.

Podías identificarte con eso (“¡Mi familia comió pollo esta noche!”), pero también era aspiracional (“¡Voy a ser un adulto divertido cuando sea grande!”).

Ragú estaba vendiendo salsas procesadas, pero en mi opinión se estaba vendiendo algo más grande: una realidad en la que una rutina mundana podía dar paso a una tonta y espontánea fiesta pública.

Vendían libertad. Y yo todavía la estoy comprando.

Crecí en una familia donde “divertirse” significaba terminar un buen libro o comprar un helado si quedaba en el cuadro de honor.

Mis padres eran cariñosos y me apoyaban, pero la espontaneidad adulta escaseaba en casa.

Todo esto podría explicar por qué la película de 1992, Cambio de hábito, me impresionó tanto. Whoopi Goldberg interpreta a una cantante que es obligada a esconderse en un convento después de presenciar un ataque de la mafia.

En la película, las monjas cantan canciones de Motown, saltan la cuerda…

… se divierten bailando con energía en un bar y actúan graciosamente, todo mientras visten sus hábitos.

Las monjas de mi juventud no usaban hábitos, pero era casi imposible imaginarlas divirtiéndose. Incluso los cigarrillos que fumaban fuera de la casa del párroco parecían más tareas que vicios.

Para mí, el trasfondo unificador de Cambio de hábito y todos sus artefactos cursis era que incluso la persona menos llamativa tenía una misteriosa vida interior y una capacidad incalculable para el placer.

Spike Jonze aprovechó esto cuando dirigió el video musical de It's Oh So Quiet de Björk (y más tarde, Weapon of Choice de Fatboy Slim).

El video sigue a Björk mientras alterna entre lo extraordinario y lo cotidiano, enamorándose y desenamorándose.

Eso externaliza la locura privada del enamoramiento, convirtiendo a los transeúntes en el coro de la cantante.

El video se basa en las convenciones de las películas musicales, un género que le gustaba a Björk cuando era niña.

Los musicales se basan en subvertir el realismo al servicio de un buen momento.

Cuando la emoción de un personaje alcanza cierto punto, las normas y la razón deben ceder para adaptarse a la alegría, la tristeza o el anhelo que emergen de las voces en el escenario.

En un musical, no nos sorprende cuando un personaje de repente comienza a cantar y bailar…

… pero en el mundo de “dejarse llevar”, nos sorprende, o al menos, se supone que debe hacerlo.

También puede haber algo transgresor.

En el video musical Hot for Teacher de Van Halen, la cafetería de una escuela se convierte en un bar como los que tienen mujeres que bailan en la barra, y de pronto una maestra con poca ropa empieza a bailar y sonreír provocadoramente sobre la mesa del almuerzo.

Pero el tipo de liberación que me encanta no es tan sórdido.

Me gusta cuando los empresarios, los policías o los padres (representantes de la corporación, el Estado y el núcleo familiar) pierden el control…

… aunque solo sea por un minuto en un tonto comercial.

Pero también puede pasar en la vida real.

No estoy hablando de los flash mobs, que pueden ser agresivos y excluyentes. Esos se basan en la preparación, la planificación y un público que no está al tanto de la broma.

Dejarse llevar, en cambio, es cursi e inclusivo.

Como cuando un grupo de ejecutivos nerdos de Microsoft, incluidos Steve Ballmer y Bill Gates, aplaudieron y “bailaron” en el escenario en la era de Windows 95.

O cuando tocaron la Macarena en la Convención Nacional Demócrata de 1996 y los asistentes en traje hicieron todo lo que pudieron mientras Hillary Clinton aplaudía con aprobación.

Estos espectáculos son vergonzosos pero también humanizantes. Es un recordatorio de que incluso los más serios pueden divertirse…

… incluso las situaciones más aburridas pueden sorprendernos.

Hoy tengo un trabajo de oficina, y aunque no uso traje, me identifico más con los aguafiestas de estos videos.

Incluso en situaciones de fiesta, tiendo a identificarme con la drag queen Loosey LaDuca, quien, al contrario de su nombre, interpretó rígidamente una canción original llamada Let Loose en esta temporada de RuPaul's Drag Race.

Sin embargo, cuando veo estas escenas, estas explosiones de extravagancia, todavía tocan algo profundo en mí.

Me recuerdan que puedo divertirme, ser espontáneo, y olvidarme de mí mismo lo suficiente como para unirme a una conga en la recepción de una boda.

Hace varios años, bien entrada la noche en Provincetown, Massachusetts, estaba exhausto pero completamente despierto.

Mientras mi novio dormía a mi lado, busqué en Netflix algo con poco suspenso y mínimo conflicto.

Me decidí por Mamma Mia!, la película familiar inspirada en ABBA y que sucede en una isla griega.

Como si se tratara de suerte, su secuencia de la canción Dancing Queen presentaba a un pueblo entero abandonando sus quehaceres diarios para bailar con Christine Baranski y Meryl Streep…

… antes de saltar de un muelle con toda la ropa puesta.

Mi llanto despertó a mi novio.

“¿Qué sucede?”, me preguntó.

“Nada”, le respondí. “Solo estoy muy feliz”.



Jamileth


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