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La desesperación aboca a los migrantes al mar
(AP).- Cada año, cientos, si no miles, de migrantes de África Occidental desaparecen intentando llegar a las Islas Canarias y, según creían, a una vida mejor en Europa. Se desconoce la cifra real de fallecidos y muchas de las embarcaciones y sus ocupantes no vuelven a ser vistos. Pero en 2021, ocurrió algo extraño. Los barcos, procedentes de la nación costera atlántica de Mauritania, entre otras, que se creía que habían sido utilizados por migrantes, no estaban llegando a las Canarias. Aparecían al otro lado del Atlántico, en el Caribe e incluso en Brasil. Todas llevaban una triste carga a bordo: los cadáveres de hombres y mujeres jóvenes que en su día soñaron con un futuro en Europa. Pocos eran identificados. Habían fallecido a la deriva. Durante casi dos años, periodistas de The Associated Press rastrearon los orígenes de una de las embarcaciones y de la gente que murió en ella. Sus restos aparecieron a bordo de una piragua blanca y azul — un barco tradicional de pesca mauritano— a la deriva cerca de la isla caribeña de Tobago el 28 de mayo de 2021. Mientras investigaban qué había sido de los hombres, documentaron su viaje. Y surgieron imágenes impactantes, fotografías que transmitían la angustia, la soledad y la futilidad de tratar de encontrar una nueva vida asumiendo el mayor de los riesgos. Estas imágenes, del fotógrafo de la AP Felipe Dana, son la crónica del viaje de estos jóvenes, de los lugares que dejaron y aquellos a los que trataban de llegar. En conjunto, las fotos muestran una determinación y una desesperación que muchos humanos nunca llegarán a experimentar, pero con la demasiados conviven. Muestran la aldea de la procedían y la vida que intentaban dejar atrás. Muestran las costas de las que partieron y aquellas a las que llegaron sin vida. Muestran a niños parecidos a los desaparecidos, vestidos con ropa similar a la encontrada en el cayuco a la deriva. Y, en un emotivo collage, muestran las prendas que llevaban los hombres de aquella desafortunada embarcación cuando fallecieron: ropa rastreada por la AP y sacada de bolsas de plástico, bajo atentas miradas, para recabar pruebas acerca de quiénes eran. En una de las fotos, el cayuco aparece en la orilla al anochecer, ya sin restos, como la única prueba física de las jóvenes vidas perdidas. En otra, una mano protegida por un guante de látex examina los preciados celulares de unos hombres que no realizarán más llamadas ni consultarán más mensajes. En otra, una polvorienta carretera mauritana habla de la sombría vida de la que los migrantes querían alejarse acudiendo al mar para su siguiente capítulo. Y luego está la inquietante silueta de Soulayman Sangaré, de Kayes, Mali, atrapado — como él mismo afirma — en Mauritania. Puede que no lo diga, pero es uno de los afortunados. Intentó marcharse una vez, luego dos, pero no lo consiguió. Sigue vivo. Pero no está claro por cuánto tiempo. Como otros antes que él, que murieron solos y en el mar, Sangaré está decidido a marcharse. “Quiero volver a intentarlo e irme. Es mi decisión”. A una pregunta de periodista sobre si algo le hará cambiar de opinión, responde: “No. Solo la muerte”. Jamileth |
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