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Un repaso por la historia de los infiernos tributarios


2023-06-29

 

A las historias siempre es bueno comenzarlas por el principio. Por eso, cuando hablo de presión fiscal me gusta recordar que este es un fenómeno moderno. En la antigüedad no había dudas de que el único objetivo de los impuestos era pagar el gasto de infraestructura y funcionamiento de los Estados que, por supuesto, eran mucho más pequeños que los actuales.

De hecho, en la Antigua Grecia los ciudadanos ricos asumían los gastos de la ciudad sin una ley que los obligara a hacerlo. Lo hacían por tradición, por el sentimiento de pertenencia y hasta por ética. Por entonces, se hablaba de "liturgia" y no de "impuestos" y la beneficencia era voluntaria -como debe ser- y muy bien vista.

Tal es así que, si bien al principio solo los guerreros podían convertirse en héroes, con el pasar del tiempo, también los liturgos pudieron obtener ese estatus. Así, muchos ciudadanos comenzaron a donar más de lo que se esperaba de ellos.

El término "liturgia" proviene del griego λειτουργία (leitourguía), significa "servicio público" y hacía referencia a las obras que los ciudadanos llevaban a cabo en favor del pueblo. Fue el Imperio Romano el que copió el sistema y lo denominó "Patronatus". Los romanos, sin embargo, tenían claro que pagar impuestos era algo negativo para sus ciudadanos.

Por eso implementaron una práctica de gobierno que consistía en otorgar exenciones fiscales como premio para las ciudades fieles a Roma y penalizar a las que no lo eran con mayores tributos.

La voracidad fiscal, sin embargo, ni siquiera era un tema cien años atrás. En 1920, por ejemplo, solo dos países en el mundo cobraban impuestos sobre las ganancias de los individuos: Reino Unido y Estados Unidos. Ambos países con tasas realmente bajas. ¿Qué pasó después? Los Estados comenzaron a "agregar servicios" y a ser más ineficientes en el uso de los recursos públicos.

¿Y quiénes sostienen eso? Los pagadores de impuestos, mal llamados contribuyentes.

El caso de Argentina, por supuesto, es extraordinario. No solo es uno de los países con la presión fiscal más alta del mundo -excede el 100% en el caso de las empresas- sino que además es el país con mayor cantidad de impuestos. Argentina es lo que se define como un infierno tributario.

Y no lo digo yo. El año pasado, Argentina ocupó el tercer lugar en el primer Índice de infiernos fiscales, realizado por The 1841 Foundation. Solo por detrás de Venezuela y Bielorrusia. El indicador, que midió 94 países de Latinoamérica y Europa, tendrá una nueva edición en pocos meses, y nada parece haber mejorado para los argentinos.

Argentina necesita medidas urgentes. En temporada de elecciones vale la pena recordarlo. Bajar la presión fiscal, mejorar la seguridad jurídica y la privacidad de los ciudadanos y disminuir drásticamente el gasto público deberían ser objetivos claros de cualquier candidato que pretenda gobernar el país en los próximos años.



aranza


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