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Jesús, cumple las profecías sobre el Mesías


2023-07-27

Por | Juan Pablo II

1. En las catequesis precedentes hemos intentado mostrar los aspectos más relevantes de la verdad sobre el Mesías tal como fue preanunciada en la Antigua alianza y tal como fue heredada por la generación de los contemporáneos de Jesús de Nazaret, que entraron en la nueva etapa de la Revelación divina. De esta generación, los que siguieron a Jesús lo hicieron porque estaban convencidos de que en Él se había cumplido la verdad sobre el Mesías: que Él es el Mesías, el Cristo. Son muy significativas las palabra con que Andrés, el primero de los Apóstoles llamados por Jesús anuncia a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo)” (Jn 1, 41).

Sin embargo, hay que reconocer que constataciones tan explícitas como ésta son más bien raras en los Evangelios. Ello se debe también al hecho de que en la sociedad israelita de entonces se hallaba difundida una imagen de Mesías al que Jesús no quiso adaptar su figura y su obra, a pesar del asombro y a admiración suscitados por todo lo que “hizo y enseñó” (Act 1, 1).

2. Es más, sabemos incluso que el mismo Juan Bautista, que había señalado a Jesús junto al Jordán como “El que tenía que venir” (cf. Jn 1, 15-30), pues, con espíritu profético, había visto en Él al “Cordero de Dios” que venía para quitar los pecados del mundo; Juan, que había anunciado el “nuevo bautismo” que administraría Jesús con la fuerza del Espíritu, cuando se hallaba ya en la cárcel, mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres Tú que ha de venir o esperamos a otro?” (Mt 11, 3). 

3. Jesús no deja sin respuesta a Juan y a sus mensajeros: “Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Lc 7, 22). Con esta respuesta Jesús pretende confirmar su misión mesiánica y recurre en concreto a las palabras de Isaías (cf. Is 35, 4-5; 6, 1). Y concluye: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” (Lc 7, 23). Estas palabras finales resuenan como una llamada dirigida directamente a Juan, su heroico precursor, que tenía una idea distinta del Mesías. 

Efectivamente, en su predicación, Juan había delineado la figura del Mesías como la de un juez severo. En este sentido había hablado “de la ira inminente”, del “hacha puesta ya a la raíz del árbol” (cf. Lc 3, 7. 9), para cortar todas las plantas “que no de buen fruto” (Lc 3, 9). Es cierto que Jesús no dudaría en tratar con firmeza e incluso con aspereza, cuando fuese necesario, la obstinación y la rebelión contra la Palabra de Dios; pero Él iba a ser, sobre todo, el anunciador de la “buena nueva a los pobres” y con sus obras y prodigios revelaría la voluntad salvífica de Dios, Padre misericordioso.

4. La respuesta que Jesús da a Juan presenta también otro el momento que es interesante subrayar: Jesús evita proclamarse Mesías abiertamente. De hecho, en el contexto social de la época es título resultaba muy ambiguo: la gente lo interpretaba por lo general en sentido político. Por ello Jesús prefiere referirse al testimonio ofrecido por sus obras, deseoso sobre todo de persuadir y de suscitar la fe. 

5. Ahora bien, en los Evangelios no faltan casos especiales, como el diálogo con la samaritana, narrado en el Evangelio de Juan. A la mujer que le dice: “Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir y que cuando venga nos hará saber todas las cosas”, Jesús le responde: “Yo soy, el que habla contigo” (Jn 4, 25-26).

Según el contexto del diálogo, Jesús convenció a la samaritana, cuya disponibilidad para la escucha había intuido; de hecho, cuando esta mujer volvió a su ciudad, se apresuró a decir a la gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será el Mesías?” (Jn 4, 28-29). Animados por su palabra, muchos samaritanos salieron al encuentro de Jesús, lo escucharon, y concluyeron a su vez: “Este es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 22).

6. Entre los habitantes de Jerusalén, por el contrario, las palabras y los milagros de Jesús suscitaron cuestiones en torno a su condición mesiánica. Algunos excluían que pudiera ser el Mesías. “De éste sabemos de dónde viene, mas del Mesías, cuando venga, nadie sabrá de dónde viene” (Jn 7, 27). Pero otros decían: “El Mesías, cuando venga, ¿podrá hacer signos más grandes de los que ha hecho éste?” (Jn 7, 31). “¿No será éste el Hijo de David?”. (Mt 12, 23). Incluso llegó a intervenir el Sanedrín, decretando que “si alguno lo confesaba Mesías fuera expulsado de la sinagoga” (Jn 9, 22). 

7. Con estos elementos podemos llegar a comprender el significado clave de la conversación de Jesús con los Apóstoles cerca de Cesarea de Filipo. “Jesús... les preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron, diciendo: Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías y otros, que uno de los Profetas. Pero El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo” (Mc 8, 27-29; cf. además Mt 16, 13-16 y Lc 9, 18-21), es decir, el Mesías.

8. Según el Evangelio de Mateo esta respuesta ofrece a Jesús la ocasión para anunciar el primado de Pedro en la futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Según Marcos, tras la respuesta de Pedro, Jesús ordenó severamente a los Apóstoles “que no dijeran nada a nadie” (Mc 8, 30). De lo cual se puede deducir que Jesús no sólo no proclamaba que Él era el Mesías, sino que tampoco quería que los Apóstoles difundieran por el momento la verdad sobre su identidad. Quería, en efecto, que sus contemporáneos llegaran a tal convencimiento contemplando sus obras y escuchando su enseñanza. Por otra parte, el mismo hecho de que los Apóstoles estuvieran convencidos de lo que Pedro había dicho en nombre de todos al proclamar: “Tú eres el Cristo”, demuestra que las obras y palabras de Jesús constituían una base suficiente sobre la que podía fundarse y desarrollarse la fe en que Él era el Mesías. 

9. Pero la continuación de ese diálogo tal y como aparece en los dos textos paralelos de Marcos y Mateo es aún más significativa en relación con la idea que tenía Jesús sobre su condición de Mesías (cf. Mc 8, 31-33; Mt 16, 21-23). Efectivamente, casi en conexión estrecha con la profesión de fe de los Apóstoles, Jesús “comenzó a enseñarles como era preciso que el Hijo del Hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas y que fuese muerto y resucitado al tercer día” (Mc 8, 31). El Evangelista Marcos hace notar: “Les hablaba de esto abiertamente” (Mc 8, 32). Marcos dice que “Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle” (Mc 8, 32). Según Mateo, los términos de la reprensión fueron éstos: “No quiera Dios, Señor, que esto suceda” (Mt 16, 22). Y esta fue la reacción del Maestro: Jesús “reprendió a Pedro diciéndole: Quítate allá, Satán, pues tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mc 8, 33; Mt 16, 23).

10. En esta reprensión del Maestro se puede percibir algo así como un eco lejano de la tentación de que fue objeto Jesús en el desierto en los comienzos de su actividad mesiánica (cf. Lc 4, 1-13), cuando Satanás quería apartarlo del cumplimiento de la voluntad del Padre hasta el final. Los Apóstoles, y de un modo especial Pedro, a pesar que habían profesado su fe en la misión mesiánica de Jesús afirmando “Tú eres el Mesías”, no lograban librarse completamente de aquella concepción demasiado humana y terrena del Mesías, y admitir la perspectiva de un Mesías que iba a padecer y a sufrir la muerte. Incluso en el momento de la ascensión, preguntarían a Jesús: “¿...vas a reconstruir el reino de Israel?” (cf. Act 1, 6).

11. Precisamente ante esta actitud Jesús reacciona con tanta decisión y severidad. En El, la conciencia de la misión mesiánica correspondía a los Cantos sobre el Siervo de Yavé de Isaías y, de un modo especial, a lo que había dicho el Profeta sobre el Siervo Sufriente: “Sube ante él como un retoño, como raíz en tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura... Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta... Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores... Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados” (Is 53, 2-5).

Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla en Él hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad salvífica del Padre: “El Justo, mi siervo, justificará a muchos” (Is 53, 11 ). Así se prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el “misterio mesiánico” encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de su resurrección.


* Catequesis del 4 de marzo de 1987.



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