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Acuerdo del Vaticano con China se deshace cada vez más 


2023-08-18

George Weigel

(ZENIT Noticias – First Things / Denver, 17.08.2023).- El último golpe autoinfligido a la política china del Vaticano se produjo a mediados de julio, cuando la Santa Sede anunció que el Papa Francisco había «reconocido» al obispo Joseph Shen Bin como obispo de Shanghái, a pesar de que el obispo había sido «transferido» a la diócesis más importante y prestigiosa de China por el régimen de Xi Jinping, no por el Papa. Pocos días después, America publicó un extenso análisis de esta reverencia romana por parte de Gerard O’Connell, su corresponsal en el Vaticano. O’Connell, por su parte, se basó en lo que Vatican News describió como una entrevista con el Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, pero que en realidad era una auto-entrevista pues el cardenal había enviado las preguntas y respuestas pre-escritas a los diversos instrumentos de los medios de comunicación del Vaticano para su publicación.

Una revelación sorprendente en ese auto interrogatorio se produjo cuando el cardenal Parolin señaló que dos traslados anteriores de obispos dentro de China «se llevaron a cabo sin la participación de la Santa Sede», y dijo que «este modo de proceder parece no tener en cuenta el espíritu de diálogo y de colaboración establecido por la parte vaticana y la parte china a lo largo de los años».

A lo que uno sólo puede responder, ¿qué «espíritu de diálogo y colaboración»? ¿Cree seriamente el Vaticano que un régimen totalitario -que lleva a cabo la vigilancia más amplia del mundo sobre su propia población, construye campos de concentración genocidas para minorías étnicas y religiosas, bloquea la investigación internacional sobre su papel en la irrupción mundial del Covid-19 y anuncia públicamente que todas las religiones en China deben ser «sinicizadas» (es decir, subordinadas al concepto que el régimen tiene de lo que China es y debe ser)- está realmente interesado en el «diálogo y la colaboración»? Incluso si esa ingenua suposición hubiera sido la premisa de partida del Vaticano en las negociaciones que condujeron al acuerdo de 2018 entre la Santa Sede y la República Popular China, ¿no deberían las posteriores violaciones de ese acuerdo por parte de China y su represión contra los católicos en Hong Kong y en otros lugares haber provocado un reexamen crítico de la premisa?

¿Acaso la Santa Sede no ha aprendido nada del comportamiento de los regímenes totalitarios a lo largo de la historia, todos los cuales, sin excepción, han tratado de subordinar las comunidades cristianas a la ideología del régimen, ya sea el nazismo, el leninismo o el «pensamiento Xi Jinping»?

Comprendo las limitaciones del lenguaje diplomático en una negociación difícil. Sin embargo, hay algo de autodesprecio y estratégicamente poco inteligente (por no hablar de moralmente desagradable) en llevar el lenguaje diplomático al extremo de decir, como hizo el cardenal, que la conversación entre el Vaticano y Pekín continuaría, «confiando en la sabiduría y la buena voluntad de todos». ¿Qué «sabiduría» o «buena voluntad» ha mostrado Pekín desde 2018? ¿Es su programa actual de llevar al clero católico de Hong Kong al continente para instruirlo en la sinicización una expresión de buena voluntad, o un ejercicio de coerción e intimidación?

La misma incapacidad -o obstinado rechazo- para comprender la naturaleza de un régimen como el de Xi Jinping se hizo evidente en la esperanza del cardenal de que se elaboraran «estatutos adecuados» para una conferencia episcopal china. Pero imaginemos, por el bien del argumento, que se elaboraran estatutos «adecuados» según los estándares de los abogados canónicos romanos, y que se creara una conferencia episcopal china. Teniendo en cuenta el historial del régimen de Xi Jinping desde que se firmó el acuerdo entre el Vaticano y China en 2018, ¿cómo podría una persona razonable imaginar que esos estatutos serían respetados, y que la conferencia funcionaría de acuerdo con lo que el cardenal Parolin llamó su «naturaleza eclesial y misión pastoral»? ¿Cuántas veces tiene uno que recibir un puñetazo en el estómago antes de reconocer que su «interlocutor» no está siguiendo las reglas del Marqués de Queensberry?

Luego está el llamamiento del cardenal Parolin a las autoridades chinas para que establezcan una «oficina de enlace estable» para la Santa Sede en la China continental que haga que el diálogo entre el Vaticano y Pekín sea «más fluido y fructífero»: una petición, informó Gerard O’Connell, que el régimen chino ya ha rechazado antes, al tiempo que exigía que la Santa Sede cerrara su «oficina de estudios» en Hong Kong. ¿Qué finalidad tendría esta «oficina de enlace estable»? ¿Será la cuña que abra el camino hacia el santo grial diplomático largamente buscado por ciertos diplomáticos italianos del Vaticano: una embajada de la Santa Sede en Pekín? Pero eso exigiría romper las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con Taiwán, la primera democracia china de la historia. Y a pesar de las fantasías de un «lugar en la mesa» para el Vaticano, una embajada no añadiría nada a la influencia de la Santa Sede sobre el régimen de Pekín, a la vez que silenciaría aún más la voz pública del Vaticano.

Hay pocos entusiastas de la actual política hacia China en el Colegio Cardenalicio, y es imperativo un examen de la misma durante el próximo interregno papal. Esa discusión debería comenzar con el entendimiento de que, por muy nobles que sean sus intenciones, la política actual es un fracaso que está dañando la autoridad moral y el testimonio de la Iglesia.
 



aranza


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