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Las mentiras del aborto
Por: P. Eugenio Martín Elío, LC Dios nos dio la libertad para el bien y para el amor; no para la muerte La primera mentira que muchos buscan camuflar en el debate sobre el tema del aborto es que se trate de un argumento religioso o del que los creyentes no deberían opinar. Con frecuencia se acusa a la Iglesia de inmiscuirse en la vida social de los pobres ciudadanos y en áreas que no les correspondería invadir. ¿Por qué los obispos y los sacerdotes, que además ni hijos tienen, pretenden negar a las mujeres su derecho a decidir lo que hagan con su cuerpo y el producto del mismo? “Fuera sus rosarios de nuestros ovarios” corean devotamente las de Femen o las del pañuelo verde durante sus manifestaciones… Ahí está precisamente la falacia. Algunos sofistas modernos nos quieren hacer creer a todos que el rechazo del aborto es fruto de la mentalidad dogmática y obtusa de los fanáticos y medievales católicos; y que merecen la misma suerte que el impío Sócrates, pervertidor de la juventud y de la verdadera democracia. Están contra el progreso del hombre porque carecen de una “mente abierta” que se haga cargo de los grandes problemas y amenazas que se ciernen sobre la humanidad: la sobrepoblación, el calentamiento de la tierra, la pobreza y desigual distribución de la riqueza en el mundo. He planteado estas preguntas, para no andarnos por las ramas, perdidos en muchos argumentos que sólo buscan distraer la atención del verdadero núcleo del problema. Porque, en mi modesta opinión, la única manera de justificar racionalmente el aborto sería negar a ese “producto” su estatuto de ser humano. Nada más que yo aún no he sabido que de un óvulo humano haya salido jamás un mango o un elefante. Bueno, cuentan que una vez Venancio fue a un zoológico en Lepe y contrató los servicios del guía que se encontraba en la puerta. “¿Qué animal es éste?” le preguntó Venancio, al acercarse a la primera jaula del recorrido. “Es un perro lobo” respondió con seguridad el guía. “¿Cómo que un perro lobo?” “Sí, es que su padre era un perro y su madre era una loba”. “¡Aaah! –expresó Venancio, mientras asentía con la cabeza-. ¿Y éste otro?”. “Es un tigre leonado” “¿Por qué un tigre leonado?” “Es que su padre era un tigre y su madre una leona” “¡Aaah! -volvió a proferir Venancio- ¿Y éste?” “Ése es un oso hormiguero”. “Nooo –contesta Venancio, con cara de sorpresa- ¿Y quién era la madre?”. Los datos científicos de la genética demuestran que la célula originada por la fecundación tiene un código genético nuevo y original respecto a la célula del padre y de la madre. Y lo más maravilloso es que el genoma de esta primera célula o cigoto se repetirá en los miles de millones de células que formarán primero la mórula, y lo después llamamos el feto. Desde el primer momento de su fecundación, ya es un ser humano, que contiene toda su información genética, el plan de ruta de su desarrollo y su destino biológico para todo su recorrido vital. Truncar el proceso de este “producto” amparándose en la coartada de que todavía no es un ser humano, sino que se trata de un pre-homínido o un oso hormiguero, que se lo cuenten a Venancio… ¿Por qué matar un feto de 12 semanas no debe ser penalizado y uno de 14 sí? ¿Será que el paso por la semana 13 –número de mala suerte para los supersticiosos- acarrearía sobre los legisladores no sé qué tipo de desgracia, si no la descargan en una ley contra los infractores? ¿Y qué base científica tienen los que dicen que la vida humana de un embrión empieza el día 14 y no el año 14? Si el ser humano no merece respeto desde el primer instante de su concepción, cuando aún es una criatura inocente, dudo mucho que cuando llegue a ser adolescente crezca en dignidad o merezca mayor respeto. Todavía si me dijeran que Tertuliano o Aristóteles, con los conocimientos científicos que les aportaban las ciencias de su tiempo, hipotizaran una animación sucesiva de los progenitores en su pimpollo, les disculparía con una sonrisa indulgente. Pero como dice el profesor de bioética, el Dr. Angel Serra “La concepción humana hoy ya no es un misterio natural escondido detrás de no se qué paredes impenetrables y ofuscado por las sombras de la duda que nos aportan observaciones imprecisas o envuelto por velos de ilusorios silogismos o engañosos sofismas. Los datos que aportan actualmente las ciencias no permiten que sean manipulados al gusto del que habla”. ¿Por qué las televisoras no se atreven a difundir el impresionante documental “Un grito silencioso” (“The silent scream”) del Dr. Norteamericano Bernard Nathanson, que muestra el aborto de un feto de doce semanas? A partir de la década de los 70, la introducción de tecnologías como las imágenes ultrasónicas, la esteostocopia citológica, la ecografía ultrasónica y otras, para hacer los diagnósticos prenatales, no le dejaron lugar a dudas de que el niño que se encuentra en el vientre de la madre es simplemente otro ser humano, miembro de la comunidad humana y en nada diferente a nosotros, salvo en el tamaño y desarrollo. Y por eso, el joven médico que practicó más de 10,000 abortos, se convirtió en uno de los más fervientes defensores de la vida. El aborto no es un tema que dependa de las creencias religiosas de las personas, sino de su conciencia ética. Pero eso implica que se analice desde los principios éticos y a la luz de la recta razón, no para justificar comportamientos irresponsables y obscuros intereses económicos o políticos. ¿Desde cuándo se puede convertir un delito en un derecho? “El sueño de la razón engendra monstruos” decía un famoso crítico de arte. Aunque se despenalice el aborto en todas las circunstancias que se propongan, nunca dejará de ser un crimen; y aunque quisieran imponer por decreto la práctica del aborto a doctores, enfermeras o instituciones, espero que no falte una razón despierta, que repita con Antígona, en la tragedia de Sófocles, que hay unas leyes no escritas a las que la conciencia no puede dejar de obedecer. No obstante, vemos cómo se pretende aplastar con el rodillo ideológico incluso la objeción de conciencia y marcar con su sello de apestados a quienes pretendan pensar diferente. Ya hemos explicado que la primera mentira que suele esgrimirse en el debate sobre el tema del aborto es que se trate de un argumento religioso o del que los creyentes no deberían opinar. Ahora podríamos considerar la segunda gran mentira: que cuanto más se despenalice y amplíe en las leyes las condiciones para abortar, más se protege la libertad y el bien de las mujeres. Aparte de desenmascarar los obscuros intereses políticos y económicos que hay detrás de esta argumentación, me gustaría que alguno de los que promueven estas leyes nos explicara dónde hay un mayor bien para una mujer: ¿en la maternidad o en el infanticidio? Si cuando se da un aborto natural, no provocado, la mujer queda afectada emocional y psicológicamente, ¡qué diremos de aquellas madres que de forma más o menos consciente deciden acabar con la vida de la creatura que ha sido sembrada en sus entrañas! El Dr. Philip Mango, psiquiatra neoyorquino convertido al catolicismo, fue uno de los primeros doctores que se dio a la tarea de analizar los síntomas del así llamado “síndrome postabortivo”. Después de un estudio concienzudo de los miles de casos que ha atendido en sus terapias –incluyendo mujeres no creyentes, muchas de ellas provenientes de la exURSS comunista- ha logrado tipificar el cuadro traumático que sufren las mujeres que abortan, y ha elaborado una psicoterapia en cinco etapas para ayudarlas a recuperarse. Su conclusión es rotunda: “Un aborto destruye más vidas”. A veces se recurre al aborto para evitar un trauma a la mujer. Perdónenme, pero yo no conozco peor trauma para una madre que el aborto. Frente a un embarazo no deseado, casi siempre se deja sola a la mujer, que se siente acorralada para tomar una decisión. Quienes deciden abrir esta puerta falsa, tal vez se sientan liberadas en un primer momento porque lograron “deshacerse del problema” a tiempo, pero ese niño jamás habrá muerto. Vivirá para siempre en la conciencia de su regazo y, de vez en cuando, tocará a la puerta de sus pensamientos e imaginaciones como un fantasma. Una madre lleva a su hijo nueve meses en su seno, dos años en sus brazos y toda la vida en su corazón. Pero es terrible cuando una mujer tiene que cargar toda su vida la tumba de su propio hijo. En inglés se expresa con este juego de palabras: “An abortion turns a mother´s womb into a tomb”. Tal vez lo experimentará cuando vea a un bebé, dormido plácidamente en el regazo de “otra madre” o cuando vea a una niña jugando a las muñecas con sus amigas, rebosantes de vida y de felicidad. He conocido casos de mujeres que han abortado, y no han podido liberarse hasta asumir toda su responsabilidad, al grado incluso de hacer una tumba en el jardín de su casa para el hijo que nunca permitieron nacer. Pero ¿no se dan a veces condiciones socioeconómicas que aconsejarían evitar a esa creatura ver la luz? ¿Para qué traer un niño al mundo a sufrir un infierno? Hace tiempo escuché cómo se planteaba un caso en un debate radiofónico sobre una mujer que teniendo dos hijos que mantener, y ningún apoyo del esposo porque era borracho, al quedar embarazada de su tercer hijo, se planteaba: ¿qué voy a hacer ahora? El dinero apenas me alcanza, y mi hijo mayor está por entrar a la universidad; ¿cómo los voy a mantener?, ¿no podría abortar en este caso? El entrevistado respondió: Es cierto que mantener y educar a un hijo hoy en día es un gran reto. Pero si el valor económico está por encima del valor de la vida, entonces sería mejor matar al hijo que está por iniciar su carrera universitaria. Al cabo, el ahorro económico será aún mayor. En 1972, el Consejo de Europa -el mismo organismo que designó la bandera europea- adoptó el tema de la "Oda a la alegría" de Beethoven como su himno. Sin palabras, en el lenguaje universal de la música, este himno expresa los ideales de libertad, de paz y de solidaridad que representa Europa. En 1985 fue adoptado por los Jefes de Estado y de Gobierno de la unión Europea como himno oficial. Sin embargo, es menos conocido el origen de este himno. La niñez de Beethoven fue desgraciada. No sólo por el trato de su padre, que, a menudo, al volver de sus andanzas por las tabernas de madrugada, levantaba al niño de la cama para hacerle practicar el clave, sino por el poco cuidado que le dispensaba su madre. De la escuela, donde al parecer aprendió muy poco, un compañero lo recordaba así: "Destacaba por su poco cuidado en el vestir, lo que nos hacía creer que no tenía madre". Frecuentemente salía a la calle para buscar a su padre borracho y traerlo a casa. La falta de cariño en su hogar le fue convirtiendo en una persona solitaria, retraída e introvertida. Cuando tenía 17 años muere su madre, lo que le obliga a convertirse en cabeza de su familia y en tutor de su padre, que bebía cada vez más. A los 21 años nuestro músico confiesa a sus amigos su sordera. Tres años antes de morir, Beethoven padeciendo una sordera total, celebraba su vida con estas palabras: "Hace 54 años, mi madre acudió al médico. Se encontraba en el segundo mes de embarazo y su marido era alcohólico. Tenía afección sifilítica y uno de sus hijos era retrasado mental. Además, en la familia había varios sordos. El médico decretó la interrupción del embarazo, pero mi madre se negó. Siete meses más tarde nací yo. Hoy, en 1824, en Viena, estreno mi novena sinfonía, mi canto personal a la alegría de vivir". ¿Y en el caso de una malformación del feto? Tampoco en este caso estoy tan seguro de que el bien de la mujer sea regalarle el título de juez para que sentencie con un criterio discriminatorio –por lo demás contrario a los derechos universales- para acabar con la vida de un ser indefenso, simplemente porque tiene capacidades diferentes. En la película de “Los trescientos” se hace un homenaje a esos valientes soldados espartanos que murieron en el estrecho de las Termópilas para atrasar la invasión de los persas y dar tiempo a los estados griegos de organizar un ejército para defender su libertad. Es verdad que de la disciplinada y austera región de Esparta salieron los más bravos soldados de la Grecia Antigua, pero ninguno de los poetas, escultores o artistas de la época dorada de Grecia, que nos han legado un tesoro cultural a la humanidad. ¿Por qué? Podemos sospechar que no pasaban la selección de los espartanos, y si no eran aptos para llegar a ser un día fornidos soldados, capaces de defender su patria, era mejor despeñarlos en el acantilado desde pequeños. ¿Y qué pasa en el caso de violación? Ahí sí que no se puede discutir que se esté buscando el bien de la mujer. Reconozco que éste es el caso más triste y difícil de afrontar, porque es fruto de la iniquidad humana y del terrible fracaso de la educación sexual de nuestro tiempo, que da mucha información, pero muy poca formación sobre un aspecto tan importante del ser humano. Hay quienes incluso hablan de un “injusto agresor” contra el cual la madre podría ejercer su derecho de legítima defensa. Pero, si se juzga desde la imparcialidad y sin prejuicios ¿quién es el agresor y culpable: el violador o el niño? Creo que nadie en su sano juicio echará la culpa a un niño inocente. Pero entonces ¿por qué castigarle con la pena de muerte? Es como si yo me desquitara matando al dependiente del banco por hacer una transferencia a unos secuestradores que piden un rescate a cambio de su vida. Yo creo que la vida humana es un bien tan excelso, que en ningún caso se puede autorizar que una persona decida la muerte de otro ser humano. De lo contrario, ¿qué sentido tienen las leyes, cuando niegas el derecho fundamental de la vida, que es la puerta de todos los demás derechos? ¿Para qué nos sirve la medicina -que busca cuidar y dar calidad de vida- si la usamos para quitar la vida? Vamos por la tercera gran mentira que se disfraza con dolo en la discusión sobre el aborto. Se nos dice que la aprobación de esta ley será un avance en los derechos de la sociedad y que los oponentes son unos fanáticos, pues simplemente se le pide al Estado que despenalice, no que legalice el aborto. Tal vez recordemos la carta que la Madre Teresa de Calcuta le escribió al entonces presidente de los EU, Bill Clinton, en la que le pedía que en vez de matar a los niños se los diera a ella en adopción. En ese texto decía: “Creo que el mayor enemigo de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra contra el niño, la muerte directa del niño inocente, asesinado por su misma madre”. Estudios demográficos serios de los últimos años calculan en unos 40 millones los abortos que se practican al año. ¿Qué guerra, genocidio o pandemia se podrá comparar a esta silenciosa hecatombe? Cuando los primeros misioneros que pisaron las tierras mexicas, refirieron en sus escritos los sacrificios humanos ofrecidos por los indígenas a sus dioses, todos los que leían sus relatos quedaban horrorizados. Desde nuestra perspectiva de hombres civilizados del s. XXI, también algunos grupos indigenistas se han sentido ofendidos por la película de Mel Gibson “Apocalypto”. Pero es conocido, y está bien documentado, el caso por ejemplo de la inauguración del templo de Teocalli. Se dice que realizaron más de veinte mil sacrificios humanos durante cuatro días, que se inmolaron sin interrupción durante noventa y seis horas, en diez lugares diferentes. Se sabe también de las costumbres caníbales de algunos pueblos indígenas que vivían en la ribera del Orinoco que hacían prisioneras a las mujeres de sus enemigos vencidos para embarazarlas y comerse a sus niños cuando todavía estaban tiernitos. La época moderna se enorgullece de haber descubierto la idea de los derechos humanos, inherentes a todo ser humano, y que son anteriores a todo derecho positivo, como se reflejan en las declaraciones solemnes de los EU y de la ONU. Pero por otra parte, estos derechos así reconocidos en la teoría, nunca han sido negados tan profunda y radicalmente en el plano de la práctica. ¿Qué son los veinte mil sacrificios humanos de los aztecas o los varios millones de judíos que inmoló Hitler al nuevo dios del superhombre (que identificó con la raza aria), comparado con los 40 millones de abortos actuales? ¿A qué divinidades modernas se ofrecen estas víctimas inocentes? Hoy somos testigos de una auténtica guerra de los poderosos contra los débiles, una guerra que busca la eliminación de los que pudieran ser una amenaza contra el “nuevo orden mundial”. Con la complicidad de muchos Estados, se emplean medios cuantiosos para imponer sus políticas de control de la población y se ofrece como holocausto el debido tributo a los dioses del poder, del dinero y del placer. “Hay en nuestra época un país donde puede observarse al menos algunas tímidas tentativas inspiradas por una mejor concepción del papel del Estado (en materia de eugenismo). No es, naturalmente, nuestra república alemana el modelo, son los Estados Unidos de América, que se esfuerzan en obedecer, al menos en parte, los consejos de la razón. Al negar la entrada en su territorio a los inmigrantes con mala salud y el derecho a la naturalización a los representantes de determinadas razas, se acercan un poco a la concepción racista del papel del Estado”. Esta cita extraída de “Mi lucha”, el libro que Hitler escribió desde la cárcel, parece haber encontrado eco en algunos círculos norteamericanos, que han heredado no sólo su voluntad de poder, sino también su rabioso racismo. ¿Por qué tanta insistencia de los lobbys que con valentía han denunciado tantos periodistas, como David Daleiden frente al negocio del aborto Planned Parenthood, para imponer suvoluntad contra la familia y la vida? Yo creo que tienen miedo a perder el poder, a que la población de los países -en especial los países pobres- crezca en tal grado que les haga perder el control y les invadan con sus migraciones. Y para lograr su objetivo, están dispuestos a lo que sea, incluso a pasar por encima de la opinión popular. Así lo podemos constatar en tantos países, donde machaconamente perseveran para imponer y ampliar las leyes del aborto y de la muerte. Así lo han demostrado después de las reuniones de El Cairo del 2013, cuando furiosos intentaron, a través de sus ONGs, expulsar al incómodo representante del Vaticano ante la ONU. Así lo percibimos en el Informe sombra 2006, que envió GIRE y cualquiera puede consultar en el internet. Así lo sospechamos en cualquier país, cuando sin un motivo aparente presenciamos el linchamiento político de algunos personajes e instituciones, por el solo hecho de pronunciarse a favor de la vida. Todo el que se resista a su proyecto y no se someta a sus condiciones totalitarias, será difamado, silenciado o penalizado con sanciones económicas. Por el contrario, se premia y bonifica a quienes se suman a su cruzada de ingeniería política y social. Conocemos las fundaciones extranjeras que inyectan los recursos necesarios. Algunos médicos se han dejado seducir y, renunciando a su compromiso hipocrático, militan como mercenarios del mejor postor. Ya no les interesa la protección de la salud y la calidad de vida de los seres humanos, sino la rentabilidad de la infraestructura sanitaria y de la profilaxia social. Y no hemos entrado al tema de las pingües ganancias que en todo esto obtienen la industria farmacéutica, cosmética y de comercialización de órganos… ¿Por qué no se invierte en mejorar la mal llamada “educación” sexual de las escuelas públicas y las condiciones higiénicas de los hospitales? ¿O nos creen tan ingenuos de pensar que los sistemas de salud gubernamentales ofrecerán las condiciones óptimas para acabar con las clínicas clandestinas, donde –según nos quieren convencer- mueren tantas mujeres desesperadas? Ni siquiera en los países donde el aborto ha sido legalizado desde hace muchos años, han disminuido los casos de mujeres que acuden a abortar a dichas clínicas. ¿Por qué no mejoran las leyes para agilizar los procesos de adopción, como sugería Madre Teresa de Calcuta? ¿Por qué no mejoran las leyes que protejan a la mujer violada, y que disuadan a los violadores? ¿Por qué en lugar de condones y píldoras no se da a nuestros jóvenes una formación integral en los valores de la responsabilidad, el respeto, el dominio de sí mismos… y no sólo información sexual? ¿Por qué la inversión para atender a los que nacen con discapacidades ha tenido que provenir de iniciativas de nuestra sociedad y no de nuestros gobiernos y de esas fundaciones extranjeras tan interesadas en nuestro país? ¿Por qué nos siguen mintiendo con una propuesta de ley que busca la solución más fácil: eliminar a los más débiles? “Quien ignora los errores de la historia, se verá obligado a repetirlos”. Dios nos dio la libertad para el bien y para el amor; no para la muerte. ¡Por supuesto que gracias al libre albedrío cualquier mujer puede abortar, como se atreve a argumentar la supuestamente “católica” Nancy Pelosi, Presidente de la cámara de Representantes de los EU Una mujer puede decidir en cualquier momento interrumpir la vida del hijo o la hija que lleva dentro de ella. Pero no llamemos a eso su derecho, sino su desgracia. Como enseñó san Juan Pablo II Magno a lo largo de su vida, la verdadera libertad no consiste en hacer lo que nos da la gana, sino lo que verdaderamente es bueno y justo. “El hecho de reclamar el derecho al aborto, al infanticidio y la eutanasia, y de reconocer ese derecho en la ley, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y en contra de los otros” (Evangelium vitae, 20). Hasta el mismo Dios, pese a ser todopoderoso, no desdeña los reclamos y las leyes del amor. JMRS |
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