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Relaciones inacabadas
Ron Rolheiser Un colega mío, terapeuta clínico, cuenta esta historia: Una mujer acudió a él estando en manifiesta necesidad de atención. Su esposo había muerto recientemente de un ataque cardiaco. Su muerte había sido repentina y en el momento más inoportuno. Habían estado felizmente casados durante treinta años y, durante todos esos años, nunca habían tenido una considerable crisis en su relación. Pero el día en que su esposo murió, se habían enzarzado en una discusión sobre algo muy insignificante y había ido en aumento hasta que empezaron a lanzarse entre sí palabras indignas e hirientes. En un momento determinado, su esposo, agitado y airado, salió de la habitación, le dijo que iba de compras y poco después murió de un ataque cardiaco antes de llagar al coche. Como se comprenderá, la mujer quedó devastada, por la súbita muerte de su esposo y por esa mutación postrera. “¡Todos estos años -se lamentaba- tuvimos una relación muy cariñosa, y luego tenemos tan inútil discusión por una nonada que acaba siendo nuestra última conversación!” El terapeuta lo desvió con algo de signo humorístico. Dijo: “¡Qué horrible resultó que le hiciera eso a Ud.: morir precisamente entonces!” Obviamente, el hombre no había intentado su muerte, pero su momento fue de hecho terriblemente injusto para con su esposa, ya que eso la dejó cargando con una culpa en apariencia permanente, sin la menor posibilidad de solución. Después, el terapeuta introdujo una orientación diferente. Preguntó: “Si recuperara a su esposo durante cinco minutos, ¿qué le diría Vd.?” Sin dudarlo, respondió: “Le diría lo mucho que lo amaba, lo bueno que fue para conmigo durante todos estos años y cómo, al final, nuestro breve momento de enfado fue un episodio carente de sentido, que no significa nada en relación a nuestro amor”. El terapeuta dijo entonces: “Vd. es una mujer de fe, cree en la comunión de los santos. Bien, en este momento, su esposo aún está vivo y presente en su vida; así pues, ¿por qué no le dice todas estas cosas ahora mismo? ¡No es demasiado tarde para expresarle todo eso!” Tenía razón. ¡Nunca resulta demasiado tarde! Nunca resulta demasiado tarde decir a nuestros seres queridos difuntos cuánto lo sentimos de verdad por ellos. Nunca resulta demasiado tarde pedir perdón por las maneras en que podríamos haberles hecho daño. Nunca resulta demasiado tarde pedir su perdón por la negligencia en la relación, y nunca resulta demasiado tarde expresar las palabras de aprecio, declaración y gratitud que deberíamos haberles dicho mientras estaban vivos. Como cristianos, tenemos el gran consuelo de saber que la muerte no es el final, que nunca resulta demasiado tarde. Y necesitamos desesperadamente ese particular consuelo, esa segunda oportunidad. No importa quiénes somos, siempre somos inadecuados en nuestras relaciones. No siempre podemos estar presentes a nuestros seres queridos como deberíamos; a veces decimos cosas con ira y amargura que dejan profundas cicatrices, traicionamos la confianza en toda clase de formas, y generalmente estamos necesitados de la madurez y autoconfianza para expresar la declaración que deberíamos estar transmitiendo a nuestros seres queridos. Ninguno de nosotros toma medidas totalmente. Cuando Karl Rahner dice que ninguno de nosotros tiene nunca en su vida la “sinfonía acabada”, no sólo se está refiriendo al hecho de que ninguno de nosotros llega a cumplir totalmente su sueño, sino también se está refiriendo al hecho de que, en todas nuestras relaciones más importantes, ninguno de nosotros está nunca a la altura totalmente. A veces, no podemos dejar de defraudar. A fin de cuentas, todos nosotros perdemos a nuestros seres queridos de modos semejantes a como esa mujer perdió a su marido, con asuntos inacabados, en mal momento. Siempre hay cosas que deberían haber sido dichas y no lo fueron, y hay cosas que no deberían haber sido dichas y lo fueron. Pero aquí es donde entra nuestra fe cristiana. Nosotros no somos los únicos que nos quedamos cortos. En el momento de la muerte de Jesús, de hecho todos sus discípulos habían desertado. El momento aquí también fue muy malo. El Viernes Santo fue malo mucho antes de que fuera bueno. Pero -y este es el punto- como cristianos, no creemos que siempre serán perfectos nuestros fines en esta vida, ni que siempre seremos adecuados en la vida. Más bien, creemos que la plenitud de la vida y la felicidad nos vendrá por medio de la redención de lo que ha ido equivocado, sobre todo con lo que ha ido equivocado a causa de nuestras propias inadecuaciones y debilidad. K. Chesterton dijo que el Cristianismo es especial porque, en su creencia en la comunión de los santos, “aun los muertos tienen un voto”. En realidad, tienen más de un voto. Incluso logran oír lo que estamos diciéndoles. Así pues, si habéis perdido a un ser querido en una situación donde aún había algo no resuelto, donde aún había una tensión que necesitaba ser suavizada, donde deberíais haber sido más cuidadosos, o donde os lamentáis de no haber expresado adecuadamente la declaración y el afecto que podríais haber expresado, daos cuenta de que no es demasiado tarde. ¡Aún puede hacerse todo! aranza |
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