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El peso mexicano se ha disparado, malas noticias para quienes dependen de dólares
Patrick J. McDonnell - Los Angeles Times SAN BARTOLOMÉ QUIALANA, Mexico — Pedro Sánchez Martínez lleva décadas como contratista construyendo casas para sus vecinos en este pueblo agrícola. Hace siete años, se propuso construir su propia casa para su familia. El ritmo de la construcción en el México rural, donde es difícil conseguir préstamos hipotecarios, depende muchas veces de la rapidez con que los familiares que trabajan en Estados Unidos envían sus dólares. Sánchez ha dependido de las transferencias de dinero de dos hijos que trabajan como jardineros en California. “Esperaba acabar dentro de un año más o menos”, dice. El contratista Pedro Sánchez Martínez empezó a construir su casa en San Bartolomé Quialana, México, hace siete años. Esperaba terminar en un año, pero la debilidad del dólar ha alargado el plazo un par de años más. Pero eso fue antes de la aparición del “super-peso”, como se ha apodado a la moneda mexicana desde que ganó un 18% frente al dólar en los últimos 12 meses. La valoración del peso como una de las divisas más poderosas del mundo ha provocado los alardes del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Pero no ha habido celebración entre los millones de mexicanos que dependen de las remesas, incluida la mayoría de los 2,300 residentes de San Bartolomé Quialana. Aquí, en el sureño estado de Oaxaca -uno de los más pobres de México-, un dólar más débil significa menos pesos para comprar ganado, alimentos y otros artículos de primera necesidad, o para pagar quinceañeras, bodas y funerales. Ahora que se destinan más dólares a gastos básicos, la construcción de viviendas se ha desplomado y Sánchez, de 57 años, tiene poco trabajo. Cree que tardará tres años más en terminar su casa. Él, su mujer y su hijo, de 20 años, se mudaron hace tres meses, cuando la construcción ya tenía techo, puerta de entrada y un suelo brillante en la sala. El interior está adornado con pilares de hormigón con curvas ornamentales. Pero aún carece de cocina, cuarto de baño, fontanería adecuada y ventanas. Sánchez calcula que podría terminar la cocina y el baño con 500,000 pesos, que en enero eran unos 26,000 dólares, pero que ahora son casi 30,000 dólares. “No tengo esa cantidad de dinero”, dijo. “El dólar ha perdido su valor”. San Bartolomé se ha construido con dólares. Hay pocas fuentes de ingresos en este amplio valle, una extensión ondulada de granjas de subsistencia enmarcadas por las montañas de la Sierra Madre del Sur. Las remesas pagaron la mayoría de las casas del pueblo y ayudaron a financiar obras públicas, como una cancha de baloncesto y la renovación de una resplandeciente iglesia del siglo XVII construida con piedras de un templo precolombino. Cada mes de agosto, los antiguos residentes que ahora viven en el sur de California recaudan fondos para la fiesta anual de su pueblo natal. San Bartolomé empezó a enviar emigrantes a Estados Unidos en la década de 1950, en pleno apogeo del programa Bracero, un acuerdo laboral conjunto de los gobiernos de México y Estados Unidos que enviaba a millones de mexicanos a California y otros lugares para trabajar como peones agrícolas. El programa se cerró una década más tarde, pero trabajar en el norte ya se había convertido en un rito de paso para los jóvenes. “Hay un muchacho de aquí que se acaba de ir: llegó a Los Ángeles al día siguiente”, dice Clemente Sánchez, de 57 años, presidente municipal. Marisela Morales vive en la casa aun no terminada de su tío en San Bartolomé Quialana. Marisela Morales vive en la casa aun no terminada de su tío en San Bartolomé Quialana. Su tío, Maximino Morales, de 70 años, envía dinero desde Estados Unidos, donde vive desde hace 40 años, para construir la casa. Planea jubilarse allí. “Ése es mi sueño: volver dentro de uno o dos años y retirarme en mi casita”, dice. De adolescente, no veía mucho futuro aquí, más allá de la agricultura de subsistencia y de ayudar a su padre a recoger leña para carbón en las laderas del Cerro Picacho, de casi 3,000 metros de altitud. “Sólo pude ir a la escuela hasta el cuarto año”, dice. Así que él también se fue al norte, pasando casi dos décadas en California. Sólo regresó cuando había enviado suficiente dinero para construir varias casas familiares. Ahora trabaja en el ayuntamiento, donde en una pared hay una imagen enmarcada de Benito Juárez, el emblemático expresidente de México y también zapoteco de Oaxaca. En el interior de México hay cientos de pueblos y aldeas como San Bartolomé que dependen de los dólares para sobrevivir. Las remesas a México -casi todas procedentes de Estados Unidos- se han más que duplicado durante la última década, alcanzando la cifra récord de 58,500 millones de dólares en 2022, o el 4,32% del producto nacional bruto del país, según el Banco Mundial. Este porcentaje de la economía es mayor que el del petróleo o el turismo. Sólo India, un país con más de 10 veces la población de México, recibió más remesas. Son tantos los hombres de San Bartolomé que trabajan en Estados Unidos que cerca del 65% de las personas que viven aquí son mujeres. “Aquí todo lo hacen las mujeres”, dice Aurora Sánches Gómez, de 42 años, síndica o representante legal del pueblo. “Limpiamos las acequias, cuidamos los campos y a los niños”. Una mañana reciente, encabezaba una animada brigada, en su mayoría femenina, que plantaba árboles a lo largo de la carretera principal mientras charlaban entre ellas en su lengua indígena, el zapoteco. Las mujeres vestían blusas y faldas tradicionales. Como sus cuatro hermanos se han marchado a Estados Unidos, Sánches y su hermana cuidan de sus padres ancianos. “Si mis papás tienen que ir al doctor, mis hermanos mandan el dinero”, dijo. Cada domingo, frente a las casas de cambio de Tlacolula de Matamoros, el mercado y centro bancario situado a pocos kilómetros de San Bartolomé, los lugareños de toda la región hacen cola para recoger sus remesas. Nunca ven los dólares, que se convierten en pesos. Guardias cautelosos con escopetas vigilan a las multitudes cuando llegan los furgones blindados y descargan fajos de pesos en bolsas de plástico para reabastecer las bulliciosas casas de cambio. Entre los que hacían cola hace poco estaba Ciria Pérez, de 37 años, de San Bartolomé. Cada mes, explicó Pérez, su marido, jardinero en el sur de California, envía 300 o 400 dólares para ella y las tres hijas pequeñas de la pareja. “Antes los dólares nos alcanzaban”, dijo Pérez mientras esperaba afuera de la tienda Elektra. “Ahora, con el valor del dólar bajando, apenas alcanza para alimentar a mi familia, comprarles ropa y útiles para la escuela”, dijo. “Parece que cada semana el dólar vale menos”. Los residentes de San Bartolomé son muy conscientes de cuántos pesos compra exactamente un dólar. En la primavera de 2020, mientras la pandemia hacía estragos en los medios de subsistencia de todo el mundo, con un dólar se podían comprar 25 pesos, la mayor cantidad desde que México permitió la flotación de su moneda en 1994. A finales de ese año, el dólar cayó a unos 20 pesos, donde rondó hasta el otoño pasado antes de empezar a caer. En julio, cayó por debajo de 17 pesos por primera vez en más de siete años. El lunes, un dólar valía 17,17 pesos. Uno de los principales factores que explican la subida del peso, según los expertos, es el aumento de la inversión extranjera, ya que las multinacionales que sirven al mercado estadounidense se sienten cada vez más atraídas por México -una estrategia conocida como near-shoring- en medio de las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China y las preocupaciones por las interrupciones en las cadenas de suministro industrial. Clemente Sánchez, de 57 años, presidente municipal de San Bartolomé Quialana, pasó casi dos décadas en California. Sólo regresó una vez que había enviado suficiente dinero para construir varias casas familiares. Dice que el aumento del valor del peso ha sido una dificultad para el pueblo. La inversión extranjera en México se disparó un 48% en los tres primeros meses de 2023 en comparación con el mismo periodo del año anterior, según la Secretaría de Economía. A principios de este año, México se convirtió en el principal socio comercial de Estados Unidos, superando a Canadá y China. Otro factor es la agresiva lucha de México contra la inflación. El tipo de interés de referencia del Banco de México, del 11,25%, es más del doble del objetivo de la Reserva Federal estadounidense, una disparidad que ha atraído a los inversores internacionales a la caza de rendimientos en pesos y bonos denominados en pesos. La creciente oleada de remesas procedentes de Estados Unidos también ha contribuido a la subida del peso. “Los salarios han subido mucho en Estados Unidos, sobre todo en los sectores más bajos, como la hostelería y el sector restaurantero, verdaderos empleos básicos, donde trabajan muchos inmigrantes”, afirma Connel Fullenkamp, economista de la Universidad de Duke. “Si su familia en casa le dice que no les está yendo bien, harán lo que puedan para enviar más dinero”. El poder del peso se ha convertido en un tema de conversación para el presidente mexicano, que da crédito a su agenda de austeridad fiscal e incremento en el comercio exterior. “El peso se ha fortalecido como nunca”, dijo recientemente López Obrador a los periodistas. “¿Qué significa esto? ... Que México es un país con estabilidad económica y financiera”. Los economistas tienden a coincidir en que la potencia actual del peso es señal de una economía sana. “En este momento, México está en un punto de inflexión”, dijo Fullenkamp. “La mayoría de los países dicen que quieren un tipo de cambio fuerte, pero no lo quieren demasiado fuerte”. El peligro es que el peso se recaliente y disuada a los turistas extranjeros de visitar el país o frene el floreciente mercado de exportación mexicano, ya que bienes tan variados como el petróleo, el tequila o los automóviles se encarecen. Y, por supuesto, cuanto más suba el peso, mayor será la reducción del poder adquisitivo de los dólares que los mexicanos en Estados Unidos envían a sus familias. Un cliente sale de un banco donde la gente recibe transferencias electrónicas internacionales en Acatlán de Osorio, México, en 2020. Se prevé que las remesas a México aumenten 8.1% este año, según Gabriela Siller Pagaza, analista económica en jefe de Banco Base, una firma mexicana de servicios financieros. Pero, debido a la inflación y al super-peso, tuiteó recientemente, se espera que el poder adquisitivo de esos dólares caiga 11% en comparación con el año pasado. El presidente mexicano elogia a los inmigrantes que envían dólares a casa como “héroes anónimos”. Pero algunos dicen que no es nada para vanagloriarse. “Es realmente una tragedia que tantos de los mejores jóvenes del país sientan que tienen que dejar México” para mantenerse a sí mismos y a sus familias, dijo Sofía Ramírez, economista que dirige el grupo de investigación sin fines de lucro México, ¿Cómo Vamos? San Bartolomé cuenta tanto con viviendas sencillas como con espaciosas casas de varios pisos. Los suburbios estadounidenses son la inspiración de muhos: suelos brillosos, pilares decorativos, amplios jardines. La mayoría de las casas son para esposas e hijos. Otras se construyen para padres ancianos o como futuras viviendas para jubilados. “Ese es mi sueño: volver dentro de uno o dos años y jubilarme en mi casita”, dijo por teléfono Maximino Morales, de 70 años y natural de San Bartolomé, desde el estado de Washington, donde trabaja en agricultura. Lleva más de 40 años residiendo en Estados Unidos. Su espaciosa casa, con balcones con vistas panorámicas y una escalera de caracol que conduce a un piso superior, está casi terminada. Su sobrina y su hija viven ahora en la casa y administran una tienda de comestibles en la planta baja. Morales prevé que los dólares que tiene depositados en Estados Unidos algún día le permitirán comprar pesos a un tipo de cambio mejor, lo que le permitirá terminar la obra. “En este momento, el dólar da muy poco”, se lamenta. Pedro Sánchez, el contratista, que también ostenta el cargo honorífico de alcalde de San Bartolomé, también se desespera por la debilidad del dólar, que ha ralentizado la construcción. Pero está orgulloso de su trabajo. “Nuestras casas son mucho más sólidas que las de California”, afirma. “No usamos tablaroca”. Su propia casa sigue sin muebles. Las mantas se amontonan en los dormitorios. El agua corriente es irregular y el baño está fuera. “Tenemos mucho que hacer”, dice Sánchez. Corto de dinero, Sánchez está contemplando un nuevo plan: Volver a Estados Unidos, encontrar trabajo y ahorrar lo suficiente para terminar su casa. “Si Dios quiere, quizá sea eso lo que haga: volver a California”, dijo. “Sé lo difícil que es la vida allí; las calles no están pavimentadas con oro, como piensa mucha gente en San Bartolomé. “Hay que trabajar muy duro. Y vivir allá es caro. Nada es gratis. Aquí en San Bartolomé siempre hay suficiente para comer. Pero uno no puede ganar dólares como en California”. JMRS |
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