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Perdonar y olvidar
Llucià Pou Sabaté Con frecuencia oímos decir: “Perdono, pero no olvido”. Quien esto dice, en realidad no perdona, porque guarda rencor. De ahí que se diga que no se perdona de verdad cuando, en el fondo, no se está dispuesto a olvidar. Perdonar, ¿es olvidar? ¿Producen ambos el mismo efecto? Se trata de una cuestión de gran importancia, pues el perdón es esencial para una vida feliz y equilibrada: “El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar” (Martin Luther King). Me parece que hay que distinguir “olvidar”, cuando quiere decir “resentimiento”, y “olvidar” como “desaparecer de la memoria”. Me referiré primero al primer sentido: hay que olvidar; “no escatimes el perdón: es imposible caminar con tantas heriditas abiertas… perdona todas las viejas heridas y cicatriza con resinas de amor” (Zenaida Bacardí de Argamasilla). Es no querer mal, no hay otro camino. “Perdón es una palabra que no es nada, pero que lleva dentro semillas de milagros” (Alejandro Casona), semillas sembradas en nuestros corazones por el mismo Jesús, que se alimentan incluso de las ofensas, sí: cada ofensa recibida es una oportunidad de mejorar nuestra capacidad de perdonar, porque, en lugar de generar resentimientos, es abono para esa cosa divina llamada perdón. El paraíso está detrás de la puerta, se dice, pero muchos han perdido la llave, una llave que se llama misericordia… Todos estamos necesitados de amor, de atención, así como de poder dar nuestro amor a los demás. Por eso siempre hay que pedir perdón: por las ocasiones perdidas, por la plenitud no vivida de cada relación, por las palabras no pronunciadas. Recuerda que todos tenemos algo que ocultar o callar, por lo que no debemos criticar a los demás por algo que quizá hemos hecho nosotros también. Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la arena: –Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada en la cara. Siguieron adelante y divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos echaron a correr y el primero que llegó se tiró al agua de bruces sin pensarlo y, de pronto, comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al agua enseguida para salvarlo. Al recuperarse, tomó un cuchillo y escribió en una piedra: –Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida. Intrigado, el amigo le preguntó: – ¿Por qué después de haberte hecho daño, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el otro le respondió: – Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, porque el viento del olvido se lo lleva; en cambio, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo. Jesúscristo es el ejemplo del perdón más sublime y trascendental que haya existido en toda la historia de la humanidad, ejemplo que siguieron en la posteridad muchos santos mártires. En cierto modo, todos somos co-responsables de las acciones y omisiones de cada uno, y es la gotita de cada día la que crea la revolución del amor: “Lo mejor que puedes dar a tu enemigo es el perdón; a un oponente, tolerancia; a un hijo, un buen ejemplo; a tu padre, deferencia; a tu madre, una conducta de la cual se enorgullezca; a ti mismo, respeto; a todos los hombres, caridad” (John Balfour). Cuando alguien es perdonado se convierte en una persona distinta, aunque tarde en reaccionar: “Nada envalentona tanto al pecador como el perdón” (William Shakespeare). El motivo es que se siente querido, y valorado en mucho, porque las personas siempre están por encima de sus errores (Jutta Burggraf). Y al crecer la conciencia de su valía se porta en consecuencia, se porta mejor. Por otra parte, crece también el que perdona, pues “nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar” (San Juan Crisóstomo). Perdonar y no olvidar ¿Hay que olvidar las ofensas que nos hacen, o no? Sí, en el sentido de no guardar rencor, primero porque es perjudicial para uno mismo, y segundo porque el perdón es transformar la ofensa en compasión. Sin embargo, no podemos olvidar haciendo desaparecer de la memoria aquello. Además, no olvidar es creativo... y la memoria constituye nuestra identidad... y cada recuerdo es un escalón más hacia la madurez. Perdonar es superar la ofensa y poder recordar sin rencor. JMRS |
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