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El drama israelo-palestino


2023-10-20

Jorge Dezcallar / Política Exterior

Es imposible saber cómo puede terminar el conflicto reactivado el 7 de octubre desde Gaza. Lo único claro es que la ocupación iniciada en 1967 ha envenenado el alma de israelíes y palestinos que dejaron pasar las oportunidades de Madrid y Oslo para reconciliarse y buscar una solución en dos Estados.

Escribo estas líneas todavía conmocionado por las terribles imágenes que los medios han difundido del ataque de Hamás a indefensos civiles israelíes que asistían a un concierto de música o seguían su vida cotidiana en ciudades vecinas del enclave palestino de Gaza, un polvorín de 360 kilómetros cuadrados del que Israel se retiró en 2005 y donde se hacinan más de dos millones de personas (5,000 por kilómetro cuadrado cuando la densidad española es de 90) sin presente ni futuro pues el 50% están desempleados, el 80% come gracias a la caridad internacional, el suministro eléctrico depende de la buena voluntad de sus vecinos y solo el 10% tiene acceso a agua potable. Los jóvenes no tienen ni presente ni futuro y eso los radicaliza en un odio ciego e irracional que he tenido ocasión de comprobar en visitas a otros campos de refugiados en Siria o Jordania.

El 7 de octubre de 2023 ha sido el día más terrible en la historia de Israel, algunos lo llaman ya su Pearl Harbor, pues en pocas horas han muerto más israelíes que en las guerras de 1956 y de 1967 combinadas. La sociedad está en shock. No hay forma ninguna de justificar los actos de barbarie que los terroristas de Hamás han cometido en su asalto a Israel, pero quizás quepa intentar explicarlos.

En primer lugar, nos preguntamos cómo ha sido posible que una operación de esta envergadura pillara por sorpresa a Israel. Al fin y al cabo, reunir miles de cohetes, adiestrar a más de dos millares de comandos, entrenar a algunos para utilizar planeadores, organizar flotillas de lanchas neumáticas, planificar la perforación la verja que rodea el enclave palestino e inutilizar sus dispositivos de vigilancia exigió que miles de personas estuvieran al corriente durante largo tiempo pues no es algo que se improvise o que se organice en quince días.

Exceso de confianza

No se sabe qué ha fallado, pero es posible dar algunas pistas. Cabe destacar un exceso de confianza por parte israelí, el convencimiento de que, cegados los túneles que durante muchos años facilitaron las incursiones de Hamás y reforzado en 2021 el muro que rodea el enclave, los palestinos habían aprendido la dura lección que recibieron en 2014 cuando una operación de castigo les causó más de 2,000 muertos.

Otro elemento para considerar es que Tel Aviv había relajado últimamente los controles permitiendo la entrada diaria de 18,000 gazatíes que acudían a trabajar en Israel y pensaba que sus intereses operarían a favor de la normalidad. Además, el foco de tensión entre israelíes y palestinos se había trasladado últimamente a Cisjordania donde los colonos en continua expansión con apoyo del gobierno ultranacionalista protagonizaban frecuentes confrontaciones violentas con los palestinos sobre cuyas tierras se asentaban, exigiendo mayor atención y presencia militar para su protección.

Por otra parte, la sociedad israelí llevaba meses polarizada como consecuencia del intento de Netanyahu de cubrirse las espaldas frente a acusaciones de corrupción eximiendo al gobierno del control del Tribunal Supremo. Muchos ciudadanos en la reserva militar se planteaban abiertamente la legitimidad de servir bajo un gobierno sin controles.

Finalmente, es posible que los servicios de Inteligencia hayan privilegiado durante los últimos años los medios electrónicos y telemáticos de vigilancia sobre las fuentes humanas, y esos medios fueron destruidos en los primeros momentos de la operación que Hamás bautizó con el nombre de “Diluvio de Al-Aqsa”, en referencia a la tercera mezquita más importante del Islam, situada sobre el mismo Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado para el Judaísmo, y que había sido violada este verano por soldados que buscaban armas. La destrucción de esos medios de vigilancia dejó a oscuras a los israelíes durante los primeros momentos de la invasión.

Inevitable comparación

Se ha comparado la sorpresa que estos fallos provocaron con la guerra de 1973 cuando egipcios y sirios sorprendieron y estuvieron a punto de acabar con el Estado de Israel en la guerra del Yom Kippur, hace exactamente 50 años día por día. Solo la rápida intervención de Estados Unidos impidió entonces su destrucción. Pero entonces Israel combatía contra potentes ejércitos regulares y las víctimas fueron militares y ahora combate contra milicianos armados con menor potencia de fuego que Luxemburgo y las víctimas son mayoritariamente civiles. En 1973 se hizo una encuesta para depurar responsabilidades que acabó con la dimisión de la primera ministra Golda Meir. Veremos qué pasa ahora.

Una segunda cuestión importante que dilucidar se refiere a la raíz última del problema que se hunde en la vieja pugna por la tierra que simboliza el combate entre David y Goliat: ¿Por qué esta violencia ciega contra israelíes inocentes? La respuesta tiene que ver con un conflicto que lleva sin encontrar respuesta desde la misma creación del Estado de Israel en 1948. Entonces las Naciones Unidas, a través de la resolución 188, abogaron por la creación de dos Estados sobre el territorio del Mandato Británico de Palestina. Los palestinos no aceptaron la partición y, tras el comentario de Abba Eban, ministro israelí de Exteriores, cuando decía que no perdían ocasión de perder la ocasión, respondieron declarando una primera guerra que perdieron y que permitió a Israel extender su territorio original.

«Ese ha sido el gran fracaso de la diplomacia israelí que, con la seguridad que le daba la superioridad militar, ha descuidado la normalización diplomática»

Desde entonces todo han sido desastres para árabes y palestinos, que perdieron otras guerras en 1956, 1967 (con la ocupación de Cisjordania y Gaza), 1973 (el Golán), la invasión de el Líbano en 1982 (para expulsar a los palestinos que previamente habían tenido que dejar Jordania tras el llamado “Septiembre Negro”), dos Intifadas (revueltas populares, la última de las cuales duró desde 2000 a 2005), invasiones en Gaza (la última en 2014) y mucho sufrimiento para todos. Pero si una consecuencia cabe extraer es que, como decía Tayllerand, con las bayonetas se puede hacer todo… menos sentarse sobre ellas y ese ha sido el gran fracaso de la diplomacia israelí que, con la seguridad que le daba la superioridad militar, ha descuidado la normalización diplomática que hubiera llevado a la aceptación de Israel por sus vecinos árabes.

Equivocaciones encadenadas

Y si los palestinos se han equivocado, también lo ha hecho Israel, que además –seguros de su fuerza y con el respaldo acrítico de Washington– ha incumplido sistemáticamente todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, contribuyó a la creación de Hamás como una forma de cortar la hierba bajo los pies de la OLP de Yassir Arafat, y luego fomentó las divisiones entre Hamás, en Gaza, y Al-Fatah, en Cisjordania, para decir que no tenía un liderazgo palestino unificado con el que negociar. De esta forma ha creído que podría olvidarse de los palestinos hasta que lo ahora acontecido le ha despertado violentamente de su ensoñación. Un dato interesante al respecto es que durante las últimas cinco campañas electorales israelíes no se ha mencionado ni la ocupación ni la necesidad de solucionar el problema palestino.

En tercer lugar, conviene calibrar la reacción internacional. Mientras los europeos y americanos calificamos lo ocurrido como un ataque terrorista llevado a cabo por una organización terrorista (la diferencia es que los europeos exigimos que la respuesta israelí se enmarque en el Derecho Internacional), otros como Irán (que la CIA cree que, aunque facilita armas a Hamás, no estaba al corriente de esta operación) se alegran públicamente y lo festejan por boca del mismo Líder Supremo Alí Jamenei (parece mentira que alguien pueda festejar una masacre). Y luego está una vasta mayoría de países, eso que ahora se llama el Sur Global, que culpan de lo ocurrido a la ocupación israelí de tierras palestinas y acusan a Occidente de hipocresía y doble rasero pues condena con firmeza la invasión rusa de Ucrania –y adopta sanciones contra Moscú– mientras permite y mira hacia otro lado cuando es Israel la que ocupa territorio ajeno e incumple las resoluciones de la ONU. Es algo sobre lo que debemos reflexionar.

¿Por qué ahora?

Si el problema viene de lejos cabe preguntarse ¿por qué ahora este estallido de violencia ciega? ¿Por qué en este momento? La respuesta está a mi juicio en los Acuerdos de Abraham por los que varios países árabes (EAU, Bahréin, Marruecos y Sudán) reconocieron al Estado de Israel y establecieron relaciones diplomáticas a cambio de regalos y concesiones de la Administración Trump (en el caso de Marruecos fue el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara Occidental).

«Los palestinos han sentido cómo se acababa el derecho de veto que de facto habían tenido hasta ese momento sobre la normalización de relaciones entre Israel y el mundo árabe»

Ninguno de estos países árabes tuvo que mover un dedo para aprovechar la oportunidad de mejorar la suerte de los palestinos, que han sentido cómo se acababa así el derecho de veto que de facto habían tenido hasta ese momento sobre la normalización de relaciones entre Israel y el mundo árabe. Luego, el estallido de la guerra de Ucrania hizo que el mundo se olvidara aún más de su predicamento y en ese momento Washington decidió impulsar el acercamiento entre Israel y Arabia Saudí, país líder del mundo sunnita (80% del total de musulmanes) cuyo rey ostenta el título de Custodio de las Dos Mezquitas, por las de La Meca y Medina. En ese momento los palestinos vieron que o lo impedían o desaparecerían irremediablemente por el desagüe del olvido histórico.

Finalmente cabe interrogarse sobre el futuro (con toda la prudencia del mundo porque está siempre lleno de sorpresas). Israel ha declarado una “guerra” sobre Gaza  con todo su poderío militar “por tierra, mar y aire” y sus políticos y soldados hablan de arrasar el enclave (dejarlo “como un parquin”) y exterminar a Hamás. Tienen capacidad para convertirlo todo en escombros, pero las ideas son más difíciles de eliminar. Es comprensible que deseen venganza tras lo ocurrido, aunque eso signifique invadir Gaza e iniciar una cruenta y difícil batalla urbana en la que se luchará casa por casa con enorme mortandad.

De hecho, Hamás sabía que esto iba a ocurrir, contaba con ello y no parece importarle el sufrimiento de civiles a los que Israel ya ha dejado sin comida, agua o electricidad que impide que los mismos hospitales funcionen. A Hamás no le importa, lo esperaba y hasta se diría que lo desea porque sabe que las imágenes del desastre humanitario recorrerán el mundo y al final acabarán volviéndose contra Israel al que se pedirá clemencia y proporcionalidad en la respuesta. Prueba de ello es que haya rechazado en los primeros días del conflicto la oferta de abrir un corredor humanitario desde Egipto que alivie las penurias de los gazatíes. Además, se guarda la baza de los rehenes capturados a los que puede ejecutar o canjear y que la sociedad israelí demandará recuperar por encima de todo. Su drama también nos conmueve.
Tres peligros inminentes

Hay tres peligros a muy corto plazo: confundir a Hamás con los palestinos, porque no son lo mismo; que “lobos solitarios” traigan el terrorismo a Occidente como venganza; y la extensión del conflicto a Cisjordania, Jerusalén Este, e incluso la frontera norte de Israel con Líbano donde opera Hizbulá con apoyo de Irán en lo que llaman el Eje de Resistencia. Hamás quizás piense que el sufrimiento de los gazatíes puede animarlos en contra de Israel. En cualquier caso, sería una pesadilla.

Una última consideración. La ocupación ha envenenado el alma de israelíes y palestinos que dejaron pasar las oportunidades de Madrid y Oslo para reconciliarse y buscar una solución en dos Estados con fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Luego, los asentamientos y el terrorismo palestino han desprestigiado a la izquierda israelí, partidaria del entendimiento, y han llevado al gobierno más extremista y nacionalista de la historia de Israel que quiere más territorio y menos palestinos. Eso plantea un dilema existencial para Israel, que debe decidir si quiere ser un estado judío y democrático o si lo que desea es poseer más territorio y tratar como ciudadanos de segunda a los palestinos que allí viven, en una especie de “bantustanización” que hace que se empiece a hablar de apartheid con cierta normalidad incluso por parte de algunos israelíes.

Hay que ayudar a Israel a decidir correctamente porque en caso contrario lo que ocurre estos días volverá a ocurrir dentro de algunos años. Desde la amistad, eso también implica hacerles oír estas verdades por incómodas que resulten, algo en lo que los Estados Unidos con su apoyo incondicional y acrítico tienen una primera responsabilidad. Aunque sea en estos momentos tan dramáticos en los que nos sentimos muy cerca del dolor de tantos inocentes hay que decirle a Israel alto y claro, desde la amistad, que en lo que haga debe respetar el Derecho Internacional, el de la Guerra y el Humanitario.

Predicciones imposibles

Es imposible saber lo que ocurrirá a partir ahora. Cuando tras unos días de bombardeos, comience la invasión israelí de Gaza, sabremos cómo empieza, pero no cómo terminará porque se espera una lucha cruenta casa por casa. Cabe aventurar prudentemente algunas conclusiones preliminares como que habrá muchas bajas, muchas de ellas civiles y niños y eso dará lugar a protestas y manifestaciones anti-israelíes en todo el mundo; es imposible saber si Hamás será o no completamente destruido, como se afirma desde el gobierno israelí, pero en todo caso parece muy improbable que pueda seguir gobernando en Gaza; también es difícil que Netanyahu pueda sobrevivir políticamente a los graves fallos de seguridad e inteligencia que se cometieron en el fatídico 7 de octubre cuando los comandos de Hamás sorprendieron a un Israel que había bajado la guardia.

Finalmente, el futuro de esa “prisión al aire libre” –que es como Naciones Unidas ha descrito a Gaza– no está hoy nada claro pues Israel puede volver a ocuparla, como ya hizo entre 1967 y 2005, o incluso anexionarla como piden los halcones más nacionalistas, o entregarla a la Autoridad Palestina (difícil regresar a Gaza sobre tanques israelíes), y en todo caso se abren graves interrogantes sobre el futuro de la población palestina que allí vivía o, por ser más preciso, malvivía y que se quiere expulsar sin que tenga dónde ir en lo que las víctimas ya empiezan a comparar con la “Nakba” o catástrofe de 1948.

Ojalá tanta tragedia alumbrara una oportunidad para una paz duradera, con los Estados Unidos y toda la comunidad internacional detrás imponiendo una solución justa que las partes enfrentadas llevan años demostrando que son incapaces de alcanzar por sí solas. Pero me temo que solo pensarlo revela mucha ingenuidad por mi parte.



Jamileth


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