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Psicología, inteligencia y fe en Edith Stein


2023-10-24

Por | Lic. Verónica Ríos

"La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a Él para que, conociéndolo y amándole, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo" : Juan Pablo II.

Con estas palabras comienza Juan Pablo II la Encíclica Fides et Ratio, y con ellas deseo también yo dar comienzo a estas reflexiones sobre la inteligencia y la fe en Edith Stein, ya que ellas representan una luminosa síntesis de lo que se abordará a continuación.

Como señala el Santo Padre, hay dos vías que se apoyan y se complementan en el camino del espíritu creado hacia su Creador.  Nos dice al respecto: Además del conocimiento propio de la razón humana, capaz por su naturaleza de llegar hasta el Creador, existe un conocimiento que es peculiar de la fe"(1) . Ambas verdades, ni se confunden, ni una hace superflua a la otra ya que  "Hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto; por su principio, primeramente, porque en uno conocemos por medio de la razón natural, y en otro por medio de la fe divina; por su objeto también porque,  aparte aquellas cosas que la razón natural puede alcanzar, se nos proponen para creer, misterios escondidos en Dios de los que, a no haber divinamente revelados, no se podría tener noticia"(2)

Para entender un poco mejor el camino de nuestra santa desde el ateísmo a la fe, veremos,  aunque muy superficialmente, algunos datos importantes de su biografía. "Edith había nacido en el seno de una familia hebrea creyente. Su precaria formación religiosa no resistió a los golpes del racionalismo imperante, es decir, de la tendencia a pensar que sólo el conocimiento que significa un control exhaustivo de la realidad es un conocimiento digno de una persona culta. Tal prejuicio encerró a Edith durante cierto tiempo en un mundo estrecho, el único susceptible de tal género restringido de saber. El trato con los fenomenólogos abrió su espíritu a esferas diversas de la realidad que superan a ojos vistas los límites del mundo sometido al conocimiento objetivista. Al realizar personalmente la experiencia de tales modos elevados de realidad, Edith empezó a notar que las barreras interiores cedían y se ampliaban las fronteras de su vida espiritual. En una ocasión advirtió que ella nunca aceptaba un pensamiento sin asumirlo antes personalmente. Con enorme esfuerzo según confesión propia -  fue abriéndose paulatinamente al mundo explorado por la fenomenología" (3).

Cuando se traslada a Gotinga para estudiar con Husserl, comienza la etapa más importante de su lento camino hacia la fe. En este camino fue decisivo el influjo que sobre ella ejercieron algunas personas. Dos de estas personas fueron Adolf Reinach y Max Scheller. Estos filósofos buscaban una salida del idealismo kantiano y un retorno al realismo.       

Edith nos cuenta  la profunda impresión que le causó Reinach cuando lo conoció: "Quedé encantada de este primer encuentro. Me parecía que no había encontrado nunca una persona con una bondad de corazón tan pura, Tenía  ante mí algo completamente distinto. Era como la primera mirada a un mundo totalmente nuevo" (4) Y sobre la influencia de Scheller, dice: "Este fue mi primer contacto con ese mundo hasta entonces para mí completamente desconocido. No me condujo todavía a la fe. Pero me abrió a una esfera de "fenómenos" ante los cuáles ya nunca podría pasar ciega. No en vano nos habían inculcado que debíamos tener todas las cosas ante los ojos sin prejuicios y despojarnos de toda "anteojera". Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo, cayeron, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas con las que trataba diariamente y a las que admiraba, vivían en él. Tenían que ser, por lo menos, dignas de ser consideradas en serio. Por el momento no pasé a una dedicación sistemática sobre las cuestiones de la fe. Estaba demasiado saturada de otras cosas para hacerlo. Me conformé con recoger sin resistencias las incitaciones de mi entorno, y casi sin notarlo fui transformada poco a poco" (5).

Otro momento importante en este camino hacia la fe, fue la muerte de su querido amigo Adolf Reinach. Edith viaja a Friburgo para asistir a los funerales de este amigo y consolar a su esposa (Ana Reinach), a quien esperaba encontrar abatida. Sin embargo la encuentra llena de paz y confianza, casi alegre. "Allí encontré por primera vez – confiesa Edith – la cruz y el poder divino que comunica a los que la llevan. Fue mi primer vislumbre de la Iglesia, nacida de la pasión redentora de Cristo, de su victoria sobre la mordedura de la muerte. En ese momento, mi incredulidad se derrumbó; en él, el judaísmo palideció ante la aurora de Cristo, Cristo en el misterio de la Cruz" (6).

Durante toda esta etapa de su itinerario hacia la fe, su única oración, como nos ha dicho, era la búsqueda de la verdad. Ésta búsqueda la había llevado hasta la aceptación del cristianismo, pero falta aún el gran paso que la llevará a convertirse en hija de la Iglesia.

Este paso definitivo ocurrió en el verano de 1921, cuando lee el libro de la Vida, de Teresa de Ávila.
  
¿Qué fue exactamente lo que pasó en el interior de Edith al leer la Autobiografía de Santa Teresa? No lo sabemos con exactitud. Además, quienes la conocieron afirman que era muy reservada con respecto a todo lo que  ocurría en su interior. Sin embargo, un texto que habla sobre este momento puede arrojar un poco de luz sobre la cuestión. Son las palabras de Teresa Renata Posselt, quien fuera Priora y maestra de la Santa en el Carmelo de Colonia. Ella relata  en la biografía de Edith Stein, que ésta contaba cómo había tomado al azar un libro de la Biblioteca de una amiga, en cuya casa se encontraba: "Comencé a leer, y quedé al punto tan prendida que no lo dejé hasta el final. Al cerrar el libro dije para mí :"¡esto es la verdad!"" (7)

A la mañana siguiente fue a la ciudad y compró un Catecismo Católico y un Misal. Los estudió hasta asimilar todo el contenido y luego se acercó a la Misa; terminada ésta, pidió el bautismo. 

Es evidente en lo que hemos visto hasta aquí que lo que guió a nuestra santa en su camino hacia la fe, fue la búsqueda de la verdad.

Y es que el hombre es capaz de conocer la verdad,  incluso luego del pecado original. Este deseo, aunque ofuscado por tantas circunstancias, está, por designio del Creador, en lo más profundo de cada hombre.

Este primer paso hacia el conocimiento de la verdad lo da el hombre utilizando rectamente su razón. Al respecto nos dice Juan Pablo II en la Encíclica Fides et Ratio: "Cuando la razón logra intuir y formular los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente de ellos conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, entonces puede considerarse una razón recta. (8)

La inteligencia, es, por tanto, uno de los caminos para conocer verdades fundamentales relativas al hombre, al mundo, a Dios. Con esta potencia sola, podemos incluso llegar a conocer algunas perfecciones de Dios sin el auxilio sobrenatural, aplicando a Dios algunas cualidades de las criaturas. Podemos conocer la existencia de un Dios subsistente y necesario, Causa Primera. Pero este conocimiento es limitado, ya que la inteligencia, como potencia creada que es, es finita, y por lo tanto, no alcanza con sus propias fuerzas a conocer al Infinito, causa de todas las perfecciones. (9)

Sin embargo, cuando se busca rectamente la verdad, percibimos en lo finito, una referencia a algo que constituye la razón de la existencia de éstos seres. Fue lo que descubrió Edith Stein con su mente de filósofa en los entes creados. Escuchémosla: "A la plenitud del mundo percibido sensiblemente pertenece mucho más de lo que puede captarse con métodos científicos naturales. Precisamente este mundo, con todo lo que manifiesta  y oculta, apunta más allá de sí mismo hacia un todo que se manifiesta misteriosamente a través de aquél".(10)

Vemos cómo nuestra filósofa, una vez convertida, comienza a percibir que la realidad es más amplia de lo que podemos llegar a captar y comprender con la inteligencia natural, o sea, con la filosofía. Ella comprende que "El filósofo que no quiere llegar a ser infiel a su finalidad de comprender el ente hasta sus últimas causas, se ve obligado por su fe a extender sus reflexiones más allá de lo que le es accesible naturalmente. Existe un ente, que es inaccesible a la experiencia natural y a la razón, pero que nos es conocido por la revelación, y que pone tareas nuevas al espíritu que lo acepta. (...)  De lo que la razón natural concibe como el "primer ente", la fe y la teología dan informaciones, a las que, la razón sola no llegaría jamás, y de la misma manera, sobre la relación en que se halla todo ente con el primer ente.

La razón se convertiría en irracionalidad si se obstinara en permanecer en las cosas que no puede ella descubrir por su propia luz y en cerrar los ojos ante una luz superior que le hace verlas. Porque conviene acentuar aquí esto: lo que la revelación nos comunica no es simplemente algo incomprensible sino un significado comprensible que no puede ser percibido ni probado por hechos naturales; no puede ser "comprendido" (es decir agotado conceptualmente), ya que esto es algo inconmensurable e inagotable, que cada vez nos hace conocer de sí mismo lo que quiere; pero en sí mismo es transparente y para nosotros lo es en la medida en que nosotros recibimos la luz, y es fundamento para un nuevo entendimiento de los hechos naturales que, precisamente, se revelan como hechos que no son únicamente naturales" (11)

Queda claro, entonces, cómo la inteligencia natural percibe que hay algo más de lo que ella puede llegar a ver sola, pero que a la vez, eso que está más allá, no lo puede conocer sin ayuda de otra luz.

El hombre, como dice Juan Pablo II en la Encíclica antes citada, aunque puede llegar a conocer estas verdades naturales, está orientado hacia una verdad que lo trasciende: debe llegar a alcanzar la verdad del ser.(12)

Esto lo comprendió perfectamente Edith Stein. "Es característico de todo lo finito el hecho de que no puede ser comprendido exclusivamente por sí mismo, sino que remite a un primer ser que hemos de considerar infinito, o más correctamente, al ser infinito, porque el ser infinito solo puede ser Uno" .(13)

Pero si los seres finitos, al ser contemplados con recta razón, nos remiten al ser eterno, al ser infinito, ¿por qué no todos los hombres alcanzan este conocimiento? La respuesta la encontramos nuevamente  en las palabras de Juan Pablo II: "Si el hombre con su inteligencia, no llega a reconocer a Dios como Creador de todo, no se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo al impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado" (14) . "Según el Apóstol, en el proyecto originario de la creación, la razón tenía la capacidad de superar fácilmente el dato sensible para alcanzar el origen mismo de todo: el Creador.

Debido a la desobediencia con la cual el hombre eligió situarse en plena y absoluta autonomía respecto a aquél que lo había creado, quedó mermada esta facilidad de acceso a Dios Creador· El libro del Génesis describe de modo plástico esta condición del hombre cuando narra que Dios lo puso en el Jardín del Edén, en cuyo centro estaba situado el "árbol del conocimiento del bien y del mal" (2, 17). El símbolo es claro: el hombre no era capaz de discernir y decidir por sí mismo lo que era bueno y lo que era malo, sino que debía apelar a un principio superior. La ceguera del orgullo hizo creer a nuestros primeros padres que eran soberanos y autónomos, y que podían prescindir del conocimiento que deriva de Dios.

En su desobediencia originaria ellos involucraron a cada hombre y a cada mujer, produciendo en la razón heridas que, a partir de entonces, obstaculizarían el camino hacia la plena verdad.  La capacidad humana de conocer la verdad quedó ofuscada por la aversión hacia aquél que es fuente y origen de la verdad. El Apóstol sigue mostrando cómo los pensamientos de los hombres, a causa del pecado, fueron "vanos" y los razonamientos, distorsionados y orientados  hacia lo falso. Los ojos de la inteligencia no eran ya capaces de ver con claridad: progresivamente la razón se ha quedado prisionera de sí misma" (15) .

El pecado de nuestros primeros padres nos trajo como consecuencia un oscurecimiento de nuestra razón que ya no será capaz de conocer con plenitud la verdad. Si a esto le sumamos el pecado personal, más se acentúa el oscurecimiento de la mente. Aún así, permanece en el hombre la nostalgia por esa verdad.

Para liberar a la razón de esta oscuridad y permitirle alcanzar su objeto, hay otro tipo de conocimiento, que no es contrario a la inteligencia. Nos dice Edith Stein al respecto: "Existen dos caminos que conducen a la verdad, y si bien la razón natural no puede llegar hasta la verdad suprema y más elevada, sí puede sin embargo, alcanzar un grado desde el que le es posible excluir ciertos errores y demostrar la armonía entre la verdad probada por la razón y la verdad de la fe"(16) .

Es necesario entonces, que la razón sea liberada de su fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia del pecado.

Esta liberación es operada por la fe. Santo Tomás nos dice que la fe es "una luz divinamente infusa en el espíritu del hombre", "una especie de huella de la verdad primera" (17).

Es, la fe, una virtud sobrenatural que invade la potencia natural, o sea, la inteligencia, capacitándola para una función sobrenatural.(18)

El Padre María Eugenio del Niño Jesús, Carmelita, lo explica a través de una comparación de esta virtud infusa con un injerto. Así como el injerto vive del tronco, de cuyas raíces y savia se sirve para desarrollar el tallo, así la virtud de la fe, fijada en la inteligencia, se sirve de los datos que ésta ha extraído de los seres sensibles (19).

La fe es, entonces, una forma superior de conocimiento, aunque oscuro. En palabras de Edith Stein: "La fe merece el nombre de "conocimiento" en cuanto que ella otorga la posesión de la verdad; pero es conocimiento oscuro"(20).  "Así, continúa nuestra santa, la fe es un agarrarse a Dios. Pero este agarrar supone un ser agarrado: no podemos creer sin la gracia. Y la gracia es la participación en la vida divina.

Si nos abrimos a la gracia aceptando la fe, tenemos "el comienzo de la vida eterna en nosotros". Aceptando la fe según el testimonio de Dios, adquirimos conocimientos sin comprenderlos; no podemos aceptar las verdades de la fe como evidentes, como verdades necesarias de la razón o como hechos de la percepción de los sentidos: no podemos tampoco deducirlas de verdades inmediatamente evidentes según las leyes lógicas. Es el motivo por el que a la fe se le "llama luz oscura".

Es la profunda oscuridad de la fe frente a la claridad eterna a la cual se dirige. Nuestro santo padre Juan de la Cruz habla de esta doble oscuridad cuando escribe "el ir adelante el entendimiento" es irse más poniendo en fe, y así es irse más oscureciendo, porque la fe es tiniebla para el entendimiento" (Llama de Amor viva 3, 48). Sin embargo, es un ir adelante: un salirse de todo conocimiento particular obtenible por conceptos para entrar en la simple aprehensión de la verdad única.

Por eso la fe está más cerca de la sabiduría divina que toda ciencia filosófica o aún teológica. Pero puesto que el caminar en oscuridad se nos hace difícil, todo rayo de luz que cae en nuestra noche como un precursor de la claridad  futura es un socorro inestimable para no perdernos, y aún la pequeña luz de la razón natural puede darnos servicios valiosos" (21).

Hasta aquí hemos visto el camino que recorrió la santa:  el ateísmo, en su juventud, la caída de los prejuicios racionalistas al entrar en contacto con algunos fenomenólogos y luego, su paso hacia la Iglesia, cuando, gracias a Santa Teresa, descubre que allí está la verdad. Es un camino de purificación de la inteligencia, desde el racionalismo hasta la fe.

Pero el camino de la santa no se acaba aquí. Desde que conoció a santa Teresa, su anhelo era ingresar al Carmelo. Si no realizó enseguida este deseo fue, por un lado, por el consejo de los sacerdotes que la conocían, quienes le aseguraban que aún podía aportar mucho al mundo con su labor científica; y por otro lado, porque su madre, piadosa judía, había ya recibido el duro golpe de la conversión de su hija y no hubiese podido aceptar este otro golpe: el de su entrada en la vida religiosa.

En este período de permanencia en el mundo escribió numerosas obras filosóficas. Pero quiso la Providencia que la última obra que nuestra santa escribiera, fuese de carácter místico. Es como si Dios hubiese querido mostrar a todos, a través del camino de su esposa carmelita, el camino a otras almas.

Llegada a este momento de su vida, donde estaba ya cerca el día de su martirio, se le encarga a la santa escribir un estudio sobre San Juan de la Cruz. Como señala la misma Edith en sus cartas: "este contacto continuo con San Juan de la Cruz favoreció su preparación al martirio, a cargar con la cruz"(22).

Su vida fue un pasaje de la contemplación filosófica a la contemplación mística, don de Dios. Lo esencial de la contemplación sobrenatural es que el alma conoce por el amor y no por la claridad de la luz; es el amor el que simplifica la mirada y la fija sobre el objeto(23).

Pero, "esta unión sobrenatural – dice Edith Stein -  se establece cuando la voluntad del alma y la de Dios quedan fundidas en una, de tal modo que no hay nada en una que contradiga a la otra" (24).

Como conclusión a esta breve descripción del camino hacia la fe de Edith Stein, podemos afirmar que el hombre, sin la ayuda de la gracia, no puede conocer cuál es su fin, y, si no conoce su fin, no puede poner los medios para alcanzarlo. Es necesaria la luz de la fe para que el hombre pueda conocer la verdad sobre sí mismo, porque sin esta luz que viene en ayuda de la inteligencia, iluminándola, no puede  descubrir la ley moral con la cual Dios lo dirige a su fin.

El primer obstáculo que debemos remover, sobre todo hoy, para llegar al fin para el cual Dios nos creó, es el de los prejuicios filosóficos, esto es, ocuparnos en formar nuestra mente según la verdad, para que nuestra inteligencia no sea un obstáculo en el camino hacia el conocimiento verdadero, sino que, por el contrario, prepare el camino a la luz sobrenatural, que será la encargada de dirigirnos hasta la meta, que es la unión con Dios, y por lo tanto, a nuestra felicidad.

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Notas

1)Juan Pablo II, "Fides et Ratio", nº 8

2) Ibid, nº 9

3) López Quintás, Alfonso, "Cuatro filósofos en busca de Dios", Rialp,Madrid, 1990, pág 138

4) Ibid, pág, 137

5) Ibid, pág 138

6) Ibid, pág. 140

7) Poseelt, María Renata, "Edith Stein, una gran mujer de nuestro siglo", Monte Carmelo, Burgos,2009, pág, 99

8) Juan Pablo II, "Fides et Ratio", nº 4

9)  P. Mª. Eugenio del N.J., "Quiero ver a Dios", Ed. Espiritualidad, Madrid, 2002. Pág. 521

10)  Edith Stein, "Caminos del conocimiento de Dios", en Obras Completas, Tomo V. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-          Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág.143

11) Edith Stein, "Ser finito y ser eterno", en Obras Completas, Tomo III. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág.632

12) Juan Pablo II, "Fides et Ratio", nº 5

13)  Edith Stein, "Estructura de la persona humana", en Obras Completas, Tomo IV. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág 742

14) Juan Pablo II, "Fides et Ratio", nº 19

15) Juan Pablo II, "Fides et Ratio", nº 14

16) Edith Stein, "Ser finito y ser eterno", en Obras Completas, Tomo III. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág 623

17)  Santo Tomás de Aquino, "In Boet.,  De Tri." q3, a1, sub 4

18) Wojtyla Karol, "La fe según San Juan de la Cruz", BAC,Madrid 1979, pág. 44

19) P. Mª. Eugenio del N.J., "Quiero ver a Dios", Ed. Espiritualidad, Madrid, 2002. Pág. 525

20) Edith Stein, "Caminos del conocimiento de Dios", en Obras Completas, Tomo V. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-          Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág.145

21) Edith Stein, "Ser finito y ser eterno", en Obras Completas, Tomo III. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág 638

22) Edith Stein, "Ciencia de la Cruz", en Obras Completas, Tomo V. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág, 186 (Introducción).

23) P. Mª. Eugenio del N.J., "Quiero ver a Dios", Ed. Espiritualidad, Madrid, 2002. Pág 461

24)  Edith Stein, "Ciencia de la Cruz", en Obras Completas, Tomo V. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág, 212



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