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¿Quién es un 'verdadero' mexicano?
Luis Esteban G. Manrique | Política Exterior México, que tradicionalmente ha reivindicado el mestizaje como su principal seña de identidad, está experimentando un auge en el debate público sobre cuál es la verdadera identidad mexicana. Cada vez son más las presiones para que los cargos públicos 'rindan cuentas' por su etnicidad. A fines de julio, antes de que el oficialista Morena y el opositor Frente Amplio eligieran, mediante un sistema de encuestas a sus candidatos presidenciales en 2024, Vicente Fox (2000-2006) escribió en su cuenta de Twitter que entre los morenistas, Claudia Sheinbaum era una “judía búlgara” y Marcelo Ebrard “un fifí francés”. La “única mexicana”, subrayó, era Xóchitl Gálvez. Aunque no lo precisó, quizá lo dijo porque su padre era un profesor otomí del Estado de Hidalgo o porque habla hñähñu y suele vestir ‘huipiles’ bordados. Como fuere, el tuit provocó un revuelo mediático. Entre otras cosas porque el expresidente es lo que los gringos llaman un whitexican: un ranchero “güero”, alto, de bigote y descendiente de alemanes –Louis Fuchs y Catherina Flach– que llegaron primero a Ohio (EU) antes de asentarse en Guanajuato. Su madre, Mercedes Quesada Extaide, nació en San Sebastián (Guipúzcoa) y sus padres la llevaron de niña a México. Las condenas fueron tan generalizadas –y subidas de tono– que Fox tuvo que disculparse y borrar el tuit. La propia Xóchitl [flor en náhuatl] Gálvez escribió en esa misma red social que todos los nacidos en México, independientemente del origen de sus ancestros, son mexicanos. “No se enojen con Fox”, aconsejó Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a sus seguidores en una de sus mañaneras. “Con su actitud nos ayuda hasta sin darse cuenta”, dijo. En su natal Tabasco, en los inicios de su carrera política, estuvo al frente del Centro Coordinador Indigenista Chontal de Nacajuca. Asuntos sin zanjar El asunto está lejos de haberse zanjado. Hasta ahora, México, que reivindica el mestizaje como su principal seña de identidad, había evitado las polémicas identitarias que suelen dominar el debate público en Estados Unidos. Al sacar a la luz pública tensiones soterradas en torno a la raza, la etnicidad y la identidad de los mexicanos, Fox removió un avispero, con consecuencias que podrían afectar los resultados de un proceso en el que además del presidente, se elegirán más de 20,000 cargos, entre ellos 128 senadores, 500 diputados federales, y renovarán nueve gubernaturas y los integrantes de 31 congresos locales. En el censo nacional de 2020, el 20% de los mexicanos se describieron como “indígenas”, entre ellos la propia Xóchitl Gálvez. Según las encuestas, el 60% dice que en México se discrimina por razones “raciales”. En 2022, un perfil personal del New York Times de Ténoch Huerta, un actor famoso por su participación en la serie de Wakanda, destacó su activismo antirracista. Motivado por experiencias personales, comenzó a militar en Poder Prieto, un colectivo que denuncia la discriminación que sufren en México prietos y marrones, términos que reivindica para despojarlos de connotaciones racistas. Invasores e invadidos México tiene la población indígena más numerosa de la región y aunque solo representa un 15%-20% del total, según el criterio que se use, su gravitación en el imaginario del nacionalismo mexicano es mucho mayor. En su felicitación por año nuevo, en un tuit con su foto ante una pirámide maya en Palenque, AMLO señaló que fue construida 1,000 años antes de que “llegaran los europeos a invadirnos”. Como los liberales decimonónicos, el presidente venía a decir que la nación mexicana cayó luchando contra Cortés y tardó tres siglos en curar las heridas. En México (2013), Alain Rouquié recuerda que en su mitología, la nación mexicana ya existía antes que la Nueva España y que encontró su verdadera identidad solo después de la emancipación. No por causalidad, las propias siglas de Morena alude al color de piel que predomina en las calles mexicanas pero no entre sus élites políticas, económicas y mediáticas: los “fifís” que viven en urbanizaciones amuralladas. En la inauguración en el Zócalo del sexenio obradorista en 2018 se celebró una ceremonia en la que curanderos y chamanes de pueblos originarios “limpiaron” al presidente de malos espíritus en medio de nubes de incienso. Ashkenazíes y sefardíes Sea el que sea el desenlace final, México tendrá su primera presidenta. Solo en 1953 las mexicanas pudieron votar. Hoy un 42% prefiere a una mujer para el cargo frente a un hombre (20%). Las mujeres ya ocupan la mitad de los escaños del Congreso mexicano, frente al 28% en EU, y presiden sus cámaras. El gabinete presidencial es paritario. Si es elegida, Sheinbaum, física por la UNAM, doctorada en ingeniería y exjefa de gobierno de Ciudad de México, sería además la primera presidenta judía de un país mayoritariamente católico. Solo Israel y Ucrania tienen hoy presidentes judíos. Sus abuelos paternos, Sheinbaum y Yoselevitz, migraron a México desde Lituania. Los maternos, Pardo y Cemo, sefardíes de Bulgaria, llegaron a su país adoptivo escapando del Holocausto. Aunque no muy religiosas, Sheinbaum dice que su familia celebra las principales fiestas judías en alguna de las varias sinagogas ashkenazíes o sefardíes capitalinas. Para despejar las dudas sembradas por una serie de rumores sobre su lugar de nacimiento, ha mostrado su partida de nacimiento en sus vídeos de campaña, en los que no deja de proclamar su lealtad al presidente, su mentor y protector desde que la eligió secretaria de medioambiente cuando fue alcalde capitalino (2000-05). ¿Poder detrás del trono? Sus críticos acusan a López Obrador de querer emular a Plutarco Elías Calles (1924-1928), que tras su mandato pretendió erigirse “jefe supremo” de la revolución de 1910. “Yo ya entregué la transformación a Claudia Sheinbaum, que es una mujer con convicciones, honesta y muy preparada”, replica, asegurando que se retirará a su rancho de Palenque. Sheinbaum tiene su propio capital político. Dos tercios dicen que la inseguridad es el mayor problema del país. Durante su mandato, la tasa de homicidios de la capital cayó de 16 por cada 100,000 habitantes en 2018 a ocho en 2022. Según datos oficiales, en el conjunto del país aumentó de 8,1 a 29 en ese mismo lapso. El aparato que moviliza Morena, que gobierna en 23 de los 32 Estados del país, frente a siete en 2018, parece imbatible. La popularidad presidencial ha rondado el 60% casi todo el sexenio obradorista. La intención de voto de Sheinbaum oscila entre el 44-49%, frente al 26%-27% de Gálvez. Gálvez, que ganó las encuestas públicas con un 57,5%, tiene a su favor su “etnicidad”, si bien algunos la acusan de no ser suficientemente indígena y a los que pide que le muestren sus “indiómetros”. En Letras Libres Enrique Krauze, de abuelos judíos polacos, escribe que Gálvez, que durante el gobierno de Fox dirigió la oficina presidencial de asuntos indígenas, no “encarna” al pueblo mexicano: es “parte natural” de él por su origen “modesto, indígena y mestizo” y su intención de no ahondar los agravios. En la glorieta del Ángel de la Independencia, donde se declaró su candidatura, Gálvez, se rodeó de líderes de pueblos originarios –mayas, yaquis, tarahuamaras…– a los que prometió un gobierno que no discrimine por lengua, color de piel o condición económica. “Ya conocen mi regla de oro: ni huevones, ni rateros, ni pendejos”. México para los mexicanos Las protestas del movimiento Black Lives Matter cambiaron muchas cosas también en México. Pero el problema viene de lejos. “México para los mexicanos”, fue una de las consignas de la revolución que derribó al régimen de Porfirio Díaz (1884-1911). Como secretario de Educación de Álvaro Obregón, José Vasconcelos (1882-1959) utilizó los edificios públicos del mismo modo que la Iglesia usó las catedrales para evangelizar, entregando sus muros a Rivera, Orozco y Siqueiros para que predicaran el mestizaje como síntesis creativa de la identidad mexicana. La construcción nacional no era factible sin nacionalizar la sociedad y el Estado. El nacionalismo se convirtió en la coartada ideal del autoritarismo del PRI, que ignoraba que el racismo no se puede eliminar por decreto. La diferenciación racial está impresa en los rostros de los mexicanos desde hace siglos. Durante el porfiriato, los indios tenían prohibido caminar por las calles principales y sentarse en las plazas si no llevaban pantalones y se envió una expedición militar contra los yaquis de Sonora por negarse a pagar tributos. Tras someterlos, trasladó a los rebeldes a Yucatán, donde fueron diezmados por las enfermedades tropicales. En Raza y política en Hispanoamérica (2018), Pablo Yankelevich recuerda que en 1934, la secretaría de Gobernación mexicana prohibió el ingreso de personas de raza negra, africana o australiana, “amarilla” o mongólica, malaya, gitana, árabe y judía, estos últimos especialmente indeseables por sus “características morales”. Blanqueamiento obsesivo En 1964, Adolfo López Mateos inauguró en el bosque de Chapultepec el imponente Museo Nacional de Antropología e Historia como un homenaje a las antiguas civilizaciones mesoamericanas. El 22 de mayo de 1996, Ernesto Zedillo anunció varias reformas constitucionales para establecer marcos de autonomía a las etnias nativas. En México, como en toda la región, la “raza” de una persona puede cambiar a lo largo de su vida, recorriendo toda la gama de colores, pero el blanqueamiento es una aspiración casi universal que a veces se torna obsesiva. La publicidad anuncia productos para aclarar la piel y alisarse el cabello. Y nada indica que los Estados latinoamericanos puedan hacer algo al respecto. A diferencia de EU, no tienen medios para imponer una imagen colectiva uniforme de sí mismos. aranza |
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