Formato de impresión


Mirar para atrás 


2023-12-25

Por | Juan del Carmelo

En el Evangelio de Lucas (9,62) nos dice el Señor: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás,  es apto para el reino de Dios". Mirar hacia atrás, es lo que repudia el Señor. La mirada hacia atrás, es más propio de las personas adultas y por supuesto mucho más se mira hacia atrás cuando uno se encuentra en la tercera edad. A ningún niño o adolescente, se le ocurre ponerse a repasar su corta vida pasada, pero en la medida en que una persona crece, más que en sentido común analítico que en años, se pone a pensar acerca de lo que pasó, ¿por qué me paso?, ¿cuál fue mi intervención en lo sucedido?, ¿pude evitarlo?, ¿precisamente fui yo quien lo provoqué?, ¿cuál fue mi reacción? En otras palabras, se trata de darle marcha atrás a la Moviola.

Cuando se llega a la tercera edad, desde luego que  los pensamientos e imaginaciones que se construyen en la mente sobre el pasado, varían mucho en las personas, de acuerdo a su fe o a la carencia de ella. La carencia de fe, es indudable que tiene que amargarles la vida, a los que nada esperan, porque aunque se hayan montado la película de que no existe Dios y que nuestro final es el de los animales, la impronta que Dios puso en su alma cuando lo creó le dice que no está de acuerdo, pero si hace caso omiso a la voz de su conciencia, esta forma de enfocar el futuro, les genera muchas veces, ese ansia que algunos tienen de "acabar pronto", lo que puede llevarles al suicidio, o por el contrario agarrase desesperadamente a esta vida, como el pasajero de un barco, que ve que este se hunde irremisiblemente y busca un trozo de tabla en el mar, para poder sobrevivir. Y es que donde no hay esperanza, nace la desesperanza.

Pero ateniéndonos al tema de esta aseveración del Señor, en general por no decir siempre, no es bueno mirar hacia  atrás. San Juan de la Cruz nos asegura que: La memoria es una de las mayores fuentes de felicidad y de sufrimiento humano. El pasado puede convertirse en una cárcel en la que uno se siente cogido para siempre, o una razón constante de autosatisfacción. Nuestro pasado nos puede hacer sentirnos profundamente avergonzado o llenos de un sentido de culpabilidad, pero también puede ser causa de orgullo y satisfacción. En ambos casos, es de ver, que para el fomento de una vida espiritual, ninguno de las dos situaciones coadyuva para acercarnos más al Señor. La memoria es el almacén del pasado, pero un almacén dinámico, no estático, pues como ya antes hemos escrito, que raramente nuestros recuerdos responden a una auténtica realidad, ellos se han ido modificando dentro de este almacén, la mayoría de las veces de acuerdo con nuestros más íntimos deseos y muchas veces lo malo fue terrible y lo bueno inmejorable, y las cosas no fueron así.

Cuando miramos para atrás, generalmente por no decir siempre, miramos los hechos ya pasados con los ojos de nuestro cuerpo, es decir con vista natural humana, y ella nos hace incidir, si es que resulta que los hechos fueron negativos, en resentimientos, fobias y antipatías hacia los que consideramos culpable de nuestras desgracias. No solo no somos capaces de apagar el fuego de nuestra animosidad, sino que todo lo contrario, mirando para atrás, echamos más leña a un fuego que solo a nosotros mismos nos quema y tortura.

Si por el contrario, lo que tratamos de mirar hacia atrás es algo que fue bueno, y positivo; de una cosa podemos estar absolutamente seguros y es que eso, no se va a repetir jamás, nunca hay ni existe la repetición. Aunque han sido muchos los intentos humanos de repetir una determinada función del teatro de la vida, los actores o desaparecen o si existen han cambiado, ya no son los mismos. En cuanto la materialidad del escenario, lo más seguro es que el local del teatro haya desaparecido comprado por un banco para poner allí una sucursal bancaria. ¿Qué es lo que entonces sucede?, pues que nace la nostalgia, la añoranza, la pena y la tristeza, por no poder dar marcha atrás a la moviola.

Son muchas las razones por las que no es conveniente mirar hacia atrás y desde luego la más fundamental de todas es la expresada por el Señor: No hay que mirar ni hacia atrás ni especular con el futuro, por ello el Señor nos dejó dicho: "No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán". (Mt 6,34).

Con el paso del tiempo, en la mente humana, la fantasía y la imaginación, van modificando a su conveniencia las vivencias almacenadas en la memoria, aceptándose las nuevas versiones como auténticas, y enterrándose las iníciales que son las auténticas. Lo dicho hasta aquí, es importante para que comprendamos el sentido de esta aseveración del Señor, pues es el tiempo que nos ha trascurrido ya, el que nos ha creado nuestros recuerdos y lo que es peor el apego a los mismos.

Nuestra alma al ser creada por Dios, lo ha sido para vivir siempre en la eternidad y tenemos que ser conscientes de que ella, ya ahora mismo desde su creación, está formando parte de nuestra persona con nuestro cuerpo, está ya viviendo en lo suyo, que es la eternidad. Y ella al vivir en la eternidad que tiene asegurada, carece de apegos materiales, es nuestro cuerpo el que se apega a los recuerdos, porque es él, el que vive dentro del dogal del tiempo y distingue entre el pasado el presente y el futuro. Nuestra alma no tiene ni tendrá nunca fin, es nuestro cuerpo es él que si lo tiene, y a este respecto San Agustín decía: "Todo lo que tiene fin, es siempre breve". Y aunque uno viva cien años o más su vida siempre es breve. En el salmo 90, podemos leer: "Nuestra vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor: en su mayor parte son fatiga y miseria, porque pasan pronto, y nosotros nos vamos". (Sal 90,10). Por estas razones y otras varias todos los tratados de espiritualidad, recomiendan solo mirar al presente, no mirar ni al pasado ni al futuro. Si te vuelves hacia el pasado o hacia el futuro y no vives el momento presente, pierdes las gracias del momento que Él desea concederte.

Cierto es que en la eternidad, no tendremos el dogal del tiempo y todo será presente, tanto el pasado como el futuro. Al Señor, nosotros podríamos decirle: Señor, Tu vives en la eternidad en el eterno presente. Nosotros si queremos avanzar hacia Ti, no debemos de mirar ni al pasado ni al futuro, sino mirar como Tú siempre al presente y si se nos ocurre mirar hacia atrás, que nunca olvidemos, que también todo lo que nos pasó fuese bueno o malo siempre fue y es adorable, como todo lo que proviene de Ti, Señor.

San Juan de la Cruz,  insiste en advertirnos de los peligros de alimentar nuestra memoria y nos recomienda que la dejemos libre y despojada de recuerdos  y por ello nos dice que: "Que cuanto más se tiene, menor capacidad y posibilidad de esperar hay. Y por tanto menos esperanza. De acuerdo con esto, cuanto más libre deje el alma la memoria de formas y recuerdos que no son de Dios, tanto más podrá la memoria en Dios y más vacía la tendrá para esperar de Él la plenitud de su memoria".

Tengamos siempre presente, que todo lo sobrenatural, siempre es estorbado por lo natural y nuestros recuerdos siempre forman parte de los hechos naturales que nos han acecido a lo largo de nuestra vida. Solo hay una excepción a todo lo hasta ahora escrito, y es que bueno pensar en los posibles acaecimientos de orden sobrenatural que hayamos tenido anteriormente, como pueden ser las visitaciones y experiencias de intimidad de amor con el Señor, porque estos pensamientos siempre nos levantarán el ánimo y nos ayudarán a hacer frente al demonio, en sus tentaciones.

Y por ello continua San Juan de la Cruz diciéndonos: "El demonio no tiene poder sobre el alma si no es a través de los actos de sus potencias, sobre todo por los recuerdos, pues de ellos dependen casi todos los actos de las otras potencias.., a través de ellos (de los recuerdos) el demonio puede exagerar formas, noticias, cavilaciones, y con ellas engendrar en el alma soberbia, avaricia, ira, envidia, etc.. y causar odio injusto, amor vano y engañar de muchas maneras... Si el alma, pues anula los recuerdos, no puede nada el demonio, porque no encuentra donde agarrarse. Y sin nada, nada puede". Y sigue diciéndonos: "Pero hay muchos que no quieren privarse de la dulzura y gusto de los recuerdos y por eso no llegan a la suma posesión y entera dulzura. Porque: "…quien no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío". (Lc 14, 33).

Cada día sin darnos cuenta, nos apegamos más a las materialidades de este mundo. Tenemos nuestras casa llenas de chismes inútiles, que teóricamente cuando los compramos hace ya años, nos iban a hacer la vida más placentera y no solo no nos la hicieron sino que ahora no queremos tirarlo, porque tontamente y sin darnos cuenta estamos apegados a ellos. Son elementos inútiles, pero sin darnos cuenta han formado parte de nuestra vida, y aunque su destino lógico sería el tirarlos  a la basura por su inutilidad, no lo hacemos porque lo que nos pasa, es que sin saber porque, la realidad es que no los tiramos, porque sería como tirar parte de nuestra vida pasada. Es el dichoso apego a nuestra vida y sobre todo, a la ya pasada que nos domina. Claro que este, es un problema que a quien más les afectan, es a los que más cerca están, o mejor dicho estamos, ya viviendo el final de nuestras vidas..

El recuerdo es la memoria del pasado, y la nostalgia es el apego al recuerdo. Nunca dejemos  que el recuerdo del pasado se nos convierta en una cárcel mental, en la que uno se siente cogido para siempre, o una razón constante de autosatisfacción. Tu pasado puede hacerte sentir profundamente avergonzado o lleno de sentido de culpabilidad, pero también puede ser causa de orgullo y satisfacción. Hay que mirar los recuerdos, sean agradables o desagradables, como partes necesarias de un camino que Dios te puso delante  en su día, para llevarte a Él, y tienes que tener la absoluta convicción de que todo lo que te sucedió siempre fue dispuesto por Dios para tu bien, aunque en aquellos momentos no lo comprendieses, y quizás ahora tampoco acabes de comprenderlo, porque todo lo que nos ocurre está dispuesto o permitido por Dios para que nos suceda y ello con la sola finalidad de que te salves y seas eternamente feliz en la gloria de quien más nos quiere, que es el Señor nuestro Dios.

Los recuerdos nos atan y nos apegan a las materialidades de esta vida, obstaculizando el desarrollo de nuestra vida espiritual, impidiéndonos remontar el vuelo de nuestra alma hacia el Señor. Y es que los recuerdos nos atan, y por ello San Juan de la Cruz, nos escribía diciéndonos: "Da lo mismo que un pájaro esté atado a un hilo delgado que a uno grueso si no lo rompe para volar. Cierto que el delgado es más fácil de romper; pero por fácil que sea, si no lo rompe no volará. Así es el alma que está apegada a alguna cosa, que por mucha virtud que tenga no llegará a la libertad de la divina unión".  Y es que los recuerdos y los apegos, nos atan y nos impiden volar hacia el amor de Dios.


 



aranza


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com