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La Sagrada Familia


2023-12-30

 Por: Jesus Marti Ballester

"La Sagrada familia es el modelo de virtudes de todas las familias"

Hoy se celebra la fiesta de la Sagrada Familia y la Iglesia nos invita a mirar a José, María y al Niño Jesús, quienes desde un principio tuvieron que enfrentar peligros y el exilio a Egipto, pero demostrando que siempre el amor puede más que la muerte. Ellos son reflejo de la Trinidad y modelo de toda familia.

La fiesta de la Sagrada Familia, que se celebra dentro de la Octava de Navidad, es una celebración que motiva a profundizar en el amor familiar, examinar la propia situación del hogar y buscar soluciones que ayuden al papá, la mamá y los hijos a ser cada vez más como la Familia de Nazaret.

La vida familiar no puede reducirse a los problemas de pareja, dejando de lado los valores trascendentes, ya que la familia es signo del diálogo Dios – hombre. Padres e hijos deben estar abiertos a la Palabra y a la escucha, sin olvidar la importancia de la oración familiar que une con fuerza a los integrantes de la familia.

Leemos en el libro del Eclesiástico 3,3:"El que honra a su padre expía sus pecados. El que respeta a su madre acumula tesoros". Buena lección para la sociedad nuestra. "No abochornes a tu padre mientras vivas, aunque su mente flaquee". Si este mundo se enfoca como un jardín de placeres terrenos, con la finalidad de pasarlo bomba, y como estación término, todo se explica. Pero si se ve con ojos de evangelio, hemos de rectificar muchas conductas. San Pablo ya decía a los Colosenses 3,12: "Sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente, perdonándoos, como el Señor os ha perdonado. Y por encima de todo, el amor, la Palabra, la Eucaristía... Hijos, obedeced a vuestros padres, que eso le gusta al Señor. Padres, no seáis posesivos, para que no se desanimen vuestros hijos". Tampoco les sobreprotejáis en exceso, porque se quedarán enanos, no crecerán y estarán necesitando a todas horas y en todos los problemas, el paraguas de papá, la sombrilla de mamá. ¡Yo bendigo el día en que el Obispo, a mis veinticuatro años, me nombró párroco y tuve que sacarme las castañas del fuego con mis propias manos! Eso me ayudó a crecer y a profundizar mi sentido de la responsabilidad. Pero ¡hay que educar!

La primera escuela es la familia, y nadie la puede sustituir. Ese principio del derecho natural que a los poderes de hoy les cuesta tanto entender y sobretodo, practicar, porque les impide manipular. Al niño hay que enseñarle el respeto a todos; el deber de dar gracias, que a él ni le nace, ni lo comprende, porque cree que todo se lo merece y que todos han de estar a su servicio y así crecerá y de mayor e incluso con cargos de responsabilidad y de relumbre, incurrirá en defectos enormes de ingratitud, de ignorancia de lo que se debe a quienes le educaron o a los que le han prestado un servicio con sacrificio y, ni se les da una explicación por la pérdida de papeles o, si se pidieron, en fuerza de autoridad, ni razonar la no publicación, ni agradecer el trabajo y, tal vez el sacrificio, que supuso su cumplimiento. Al niño no se le hizo ver que hay que agradecer y que no todos deben estar a su servicio por su cara bonita.

LOS PROBLEMAS

La Sagrada Familia también, como la familia de hoy, tuvo que afrontar y convivir con grandes problemas; con una dramática situación en cada uno de sus miembros: un padre que biológicamente no lo era; una madre que no era esposa plena; y un hijo que rebasaba la dependencia natural. A ella deben acudir las familias de hoy para aprender a vivir el amor y el sacrificio, conscientes de que la gracia del sacramento del matrimonio fortalece a los esposos para sacrificarse el uno por el otro, y ambos por los hijos.

"Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. El niño crecía y se robustecía, llenándose de saber, y el favor de Dios descansaba sobre él". La Sabiduría y la sensatez de la Sagrada Familia de Nazaret deberían traducirse en un nuevo modelo de familia y de relaciones humanas. Aunque sabemos muy poco de su convivencia y estilo de vida; tenemos un dato seguro: la pobreza. Pobreza de los padres: José, era un hombre justo, carpintero o albañil de profesión el "tektón" griego, que sirve para todas las ocupaciones necesarias y sin brillo. María, una joven madre dedicada a las tareas del hogar. Y un hijo: Jesús, aprendiz de carpintero y de servicio del hogar con su madre. Allí, en aquel ambiente austero se educó Jesús. Cuando lo presentaron sus padres en el templo no pudieron ofrecer a Dios ni siquiera un cordero, como los ricos, sino dos pichones o tórtolas, como los pobres. En su predicación condenará el despilfarro y el derroche de los epulones y proclamó felices a los pobres: "Dichosos los que pobres de espíritu".

"Este será como una bandera discutida. Y a ti una espada te traspasará el alma" Lucas 2, 22. Desde esa profecía dolorosa hay que contemplar las dificultades que hoy encuentra la familia: Equivocada independencia de los esposos entre sí; intercambio aberrante de parejas; casos raros de parejas de hecho; ambigüedad ante la autoridad sobre los hijos; dificultades para transmitir los valores humanos y cristianos. El divorcio, el aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la mentalidad anticonceptiva, de tantas formas utilizada y normalmente justificada.

EMIGRANTES POLITICOS

"Levántate, coge al Niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" Mateo 2,13. "Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto". José, hijo de David, entronca, como padre legal, a Jesús, con las promesas de Dios a David, transmitidas por los Profetas. San Mateo nos narra la prolongación de Israel en Jesús. Israel, que es Jacob, bajó de Palestina a Egipto. Conocemos la historia de José. Multiplicada la familia, permanece en Egipto cuatrocientos años, la mayor parte de ellos, en esclavitud. Yahvé los libra por medio de Moisés. Como el pueblo de Israel, Jesús baja también con sus padres a Egipto y hace su Éxodo atravesando el desierto. José, el hijo preferido de Jacob, fue exiliado a Egipto por la envidia de sus hermanos, como Jesús por la de Herodes y, como nuevo Moisés, viene a salvar a su pueblo de la esclavitud.

De noche huyendo y sobresaltados José y María ante el menor indicio de sospecha, escondiéndose, disimulando, humillados. José, obediente al ángel, sin jamás poner reparos a sus órdenes. De noche. ¿Ahora? ¿No puedo esperar a mañana? Hace frío, no tengo nada preparado... El Niño es pequeño. Mi esposa muy joven. Lo mismo María, sin inquietar más a José con sus quejas o protestas... Hasta que el Padre lo libere de Egipto, como un hebreo de tantos, como los patriarcas, que liberados del Faraón de Egipto llegan a la Tierra Santa, Jesús, el Hijo amado del padre, liberado de Herodes, camino inverso de José. Es la lucha constante del mal contra el bien. Los emigrantes de hoy tiene un modelo donde mirarse: La Sagrada Familia, dechado de emigrantes inocentes. Tuvieron que expatriarse: en busca de trabajo que no encontraron en su país. O tuvieron que salir porque en su patria la envidia les impedía realizar su vocación o desarrollar su personalidad, o porque no podían investigar por falta de medios. Como ellos, Jesús, hermano de los desterrados de todas las clases y por todas las causas. en todo semejante a los hombres.

Para obviar estas y otras dificultades, es precisa e indispensable una catequesis clara y positiva, el recurso a la austeridad, la ascesis constante propia de una vida cristiana llena y contagiante, y la oración incesante para que no nos deje caer en la tentación. Difícilmente superarán los cristianos de hoy todas esas asechanzas, sin el recurso a la intercesión de la Sagrada Familia y al establecimiento en el propio hogar de aquel clima humano y celestial, feliz y sencillo, lleno de pruebas y privaciones, de candor y del sudor del trabajo y también de poesía, en el ambiente de Nazaret.

LA FAMILIA ES EL REFLEJO DE LA TRINIDAD

El amor de la Trinidad es el origen de la Familia: "La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera". Además el matrimonio de los bautizados se convierte en el símbolo real de la alianza nueva y eterna en la Sangre de Cristo. El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó, hasta la Cruz.

Si el origen de la familia es la vida trinitaria, encontraremos lógica la conducta que pregona Pablo en su carta a los Colosenses: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Tolerancia, perdón, y sobre todo, amor. Es la vida divina la que el cristiano tiene que reflejar. Y para conseguir esa fuerza, la celebración de la Eucaristía, la meditación de la Palabra en toda su riqueza, los cantos, la oración de acción de gracias, la recitación de los salmos, himnos y cantos inspirados, la enseñanza, la exhortación y el trato humano y pedagógico de los padres y la obediencia de los hijos.

Nadie ignora que la familia hoy encuentra dificultades pero el sacrificio, la cruz, que son "elementos inevitables de la existencia humana, se convierten en factores de crecimiento personal" señala la Evangelium vitae.

La Sagrada familia es el modelo de virtudes de todas las familias, de los emigrantes, también de los trabajadores. Y nos enseña a evitar los peligros modernos de la familia: La disgregación, el aborto, la violación y el abandono de los niños.

Leemos en el libro del Eclesiástico 3,3: "El que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha". Este texto es un buen testimonio de la doctrina y de las costumbres del judaísmo, que Ben Sirá mantendrá contra el proceso de helenización, impuesto por Antíoco. Humanista en toda su doctrina, acentúa especialmente la apología del cuarto mandamiento: el honor, el respeto y el cariño al padre y a la madre: "No abandones a tu padre mientras viva... no lo abochornes, mientras vivas".

Ya el Éxodo había impuesto al pueblo el precepto humano y divino: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra" (Ex 20,12). Y Tobías aconsejaba a su hijo: "Honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de su vida... Acuérdate de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su seno" (Tb 4,3). Tened la seguridad de que "el Señor escucha al que honra a su madre".

Podemos considerar a la Sagrada Familia en la crianza y educación del Niño Jesús, con la monotonía del trabajo diario, duro y constante. Son pobres y si no trabajan no pueden comer. Con la tarea diaria: María lleva la casa: lavar, hacer la comida, asear el hogar, moler el grano, hacer la compra, amasar el pan y cocerlo, visitar a algún enfermo, ayudar a alguna vecina. San José, en su carpintería, y en las casas que le reclaman: arados, mesas, construir ventanas, hacer de albañil y de herrero y también cultivar su pequeño huerto de verduras. Jesús, aprendiendo y ayudando a su padre. Monotonía, fatiga, cansancio, actividad sin brillo, ordinaria, vulgar con música callada al fondo. Y el misterio de la vida oculta de Nazaret, donde José y María ven crecer al Niño en edad, en sabiduría y en gracia. El misterio del cuidado de Jesús, criarle, alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle. Y viendo cómo ese niño, que es su hijo, que es su Dios, les obedece y se les confía, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y leen los libros sagrados, y juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. Y juntos aman, y juntos viven y juntos redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor! Modelo y estampa para reproducir en todos los hogares, talleres, en los campos, en las carpinterías, en las oficinas y laboratorios, en las consultas y en cualquier lugar donde los hombres trabajan. Y pidamos a Dios que todas las familias tengan una casa donde vivir, un techo que les proteja.

EL MUNDO HOY

Nos horroriza el estado del mundo actual. En el fondo de todo, el odio, la soberbia, la envidia, la venganza, la crueldad, la intolerancia. Caín en acción: "¿Dónde está tu hermano? - No sé. ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra hasta mí" (Gn 4,9). ¿Ha progresado el género humano? En ciencia, en técnica, en confort, ciertamente sí. En humanidad, en civilización, en ética, permanece en la edad de piedra. "El siglo XX será considerado una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una destrucción permanente de vidas humanas inocentes. Los falsos profetas y los falsos maestros han logrado el mayor éxito posible" (Evangelium vitae).

La cifra horripilante nos espanta: noventa millones de abortos al año. La sangre de esos niños, torturados en el seno de sus madres, que, como nuevos herodes exterminan a sus propios hijos, ¿cómo no va a gritar a Dios, Padre de todos? "Por eso te maldice esta tierra, que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano. Aunque cultives la tierra, no te dará ya sus frutos" (Gn 4,11). Y "¿cómo no pensar también en la violencia contra la vida de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la desnutrición y al hambre, violados, exterminados en las calles, empleados en hacer la guerra, sin tener acceso a una mínima instrucción?" (EV).

Por eso ¡qué lejos está el mundo actual de ser dichoso consecuencia de temer al Señor y seguir sus caminos! ¡De poder comer el fruto de sus trabajos; de considerar como bendición del Señor a la mujer como parra fecunda y a sus hijos como brotes de olivo alrededor de su mesa! Salmo 127.

"Levántate, coge al niño y a su madre, y vuélvete a Israel". Volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret". "El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba" (Lc 2,40). Jesús ha venido a traernos la verdadera humanidad, la civilización verdadera, la cultura del amor. Ha venido para revelarnos sus orígenes eternos.

PABLO VI EN NAZARET

En 1964, el Papa Pablo VI peregrinó a Nazaret, emocionado. Allí pronunció una bellísima alocución, en la que recogió, resumiendo, estas tres lecciones: El silencio, la vida familiar, el trabajo. José lleva una vida de sobresalto: "Coge al Niño y a su madre y vete a Egipto. Herodes quiere matar al Niño". Jesús Niño que ha tenido que huir, va aprendiendo también que será ejecutado en la cruz, como los malhechores. "Nosotros morimos con razón, pero éste ¿qué mal ha hecho?". Jesús, José y María, sed el consuelo y la fuerza de todas las familias de la tierra para que sean trasuntos fieles de vuestra Sagrada Familia. Visitadnos ahora y hacednos fuertes con la gracia de la Eucaristía. Así dijo Pablo VI en Nazaret: "Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su evangelio. Aquí se nos enseña a descubrir quién es Cristo. Aquí aprendemos la necesidad de una disciplina espiritual, si queremos seguir las enseñanzas del evangelio... No partiremos de aquí sin recoger, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret. Su primera es el silencio, cuán necesario es para nosotros, tan aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa vida moderna. El recogimiento de la interioridad, formación, estudio, meditación, vida interior intensa, oración personal que sólo Dios ve. Lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable. Lección del trabajo. Nazaret, la casa del obrero. Comprender la redentora ley del trabajo humano". Los millones de personas sin trabajo claman al cielo.

Y llegó la hora final del padre de aquella familia: Murió San José, rodeado por el cariño y dulzura de María, su esposa, y de la ternura de su Hijo, Jesús. Despedida dolorosa, ¡le aman tanto! ¡Le deben tanto! De la paz de Nazaret, a la paz eterna, por los méritos infinitos de su Hijo y la compañía singular de María, su mujer.

Jesús, José, María, imagen de la Trinidad en la tierra, conceded a todas las familias del mundo ser un reflejo vuestro, por la sangre derramada de Cristo, vuestro Hijo Crucificado y glorificado en los cielos.

LA VOCACION DEL AMOR

Dios crea al hombre y a la mujer y les imprime la vocación, y con ella, la capacidad y responsabilidad del amor y de la comunión, a imagen de la Trinidad, de cuyo amor el matrimonio es la expresión y la prolongación. El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano, en alma y cuerpo, que en el amor espiritual tiene también su parte. Por eso el matrimonio de los bautizados adquiere el carácter de un gran signo, o, como dice San Pablo, "un misterio grande", que se convierte en el símbolo real de la alianza nueva y eterna en la sangre de Cristo. "Un misterio grande en orden a Cristo y a la Iglesia". El Espíritu del Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse, como Cristo nos amó. Por el poder de la gracia alcanza el amor su plenitud, en la caridad conyugal, modo propio y específico con el que los esposos están llamados a vivir la misma caridad de Cristo, que se da y se ofrece en la cruz.

SE MULTIPLICA EL AMOR

Pero el amor de los esposos no se agota en ellos mismos, sino que les hace cooperadores de Dios del don de la vida a otras personas humanas. Cuando los esposos se convierten en padres reciben de Dios una nueva responsabilidad, y su amor paterno se convierte en signo visible del amor de Dios, de quien proviene toda paternidad. De este amor proviene la familia y en ella nacen un conjunto de relaciones, padres-hijos-hermanos, mediante las cuales toda persona humana es introducida en la familia humana, y en la familia de Dios, la Iglesia, que encuentra en la familia , nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde se anuncia el evangelio de la manera más eficaz y duradera. La Iglesia doméstica.

LA REALIDAD

En realidad la casita de José era tan sencilla y pobre para nuestra cultura actual como era de corriente en su tiempo y en su lugar. Un niño como los demás. Pienso que el hombre del siglo XX debe detenerse más que ningún otro en estos años, cuando surge la imagen del Cristo­astro, del Cristo-rebelde, del Cristo-luchador, del Cristo-superman. Que proviene de la resistencia a aceptar el rostro del Cristo de cada día. Hemos de tener el coraje de acercarnos al Cristo verdadero, que consumió la mayor parte de su vida en grandes pequeñeces. El conocimiento de la vida cotidiana de la época de la Sagrada Familia nos hará caminar sobre seguro. Sabemos que nada extraordinario vivió la Sagrada Familia. Si estudia­mos las ideas, las actitudes, las expresiones del adulto Jesús conoceremos su infancia, ya que la vida de sus padres son tan lacónicos los evangelios. En cuanto al niño Jesús, radicalmente hombre, radicalmente transcen­dente en cuanto que abramos una puerta seremos conducidos a una nueva puerta, como enseña San Juan de la Cruz: “Hay muchas minas en Cristo, que nunca nadie las ha agotado. Le veremos como en una galería de espejos, sin terminar de saber nunca cuál de las imágenes es la verdadera. Conoceremos sus gestos y sus obras, pero nunca lo que hay detrás de sus ojos. Sólo desde la reverencia y el amor podremos comprender algo. Su casa es una pequeña edificación de ladrillos y barro adosada a la montaña, cuadra­da y blanca como un dado. Cruzada la puerta de tablones verticales entramos en su única habitación, pues las casas galileas son más dormitorio que vivienda. Tras el umbral, está el establo del borriquillo o de las posibles cabras. Y el dormitorio, donde en la noche se extienden las esteras de esparto para dormir. No hay camas. Una cortina de saco cubre la pequeña ventana. La casa queda casi a oscuras cuando se cierra la gran puerta, única iluminación y ventilación de la vivienda. Una lamparita de aceite arde por la noche.

El techo es de madera. Las vigas eran caras, pero no faltaban en la casa de un carpintero. La terraza, que se empotra en la roca de la montaña y limita con las de los vecinos, tiene el suelo de barro, así se comprende la escena del paralítico que más tarde, decenderán ante Jesús y que obtuvo la curación.



JMRS


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