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Los silencios de Cristo
Por | Enrique Cases Un astronauta sale de la nave espacial para arreglar una avería. Los sistemas de seguridad fallan y el navegante del espacio ve que se aleja irremisiblemente de la nave que le puede devolver a tierra firme. La distancia se va haciendo mayor entre él y su aérea embarcación. Hasta que sólo un punto en el espacio parece delantar su presencia. Todo alrededor es oscuro y silencioso. El fin será lento -tiene reservas para subsistir unos dos días- y su compañero será el silencio. Este silencio le dirá muchas cosas. Nosotros podemos imaginarlas, aunque no sea ahora el momento. Un hombre de negocios decide retirarse de la agitada vida que, llena de teléfonos, viajes y reuniones, le aturde y le aproxima al stress. Para ello acude a una casa de retiros, el silencio es allí la norma. El hombre del ruido escuchará el silencio, la brisa volverá a sonar en sus oídos, y cada pequeño cambio será una llamada de atención. Es muy posible que al comienzo le descanse de sus anteriores experiencias; pero cabe también que al poco se le haga patente el vacío de su vida o los problemas centrales de su vida más o menos resueltos, pero importantes de verdad. Algunos no aguantarán, otros encontrarán paz. Pero lo cierto es que el silencio habla, porque acalla los ruidos y la agitación causada por la frivolidad de vivir en la superficie. La música de calidad está llena de silencios. Primero es necesario el silencio para escucharla. Un rumor es una molestia y los matices cuentan, y mucho. Pero las mismas sinfonías están llenas de silencios, forman parte de las notas que forman la armonía. El contraste de los instrumentos también cuenta con el contrapunto del silencio, pues es música y de la mejor calidad. En el principio era el silencio. Antes de la creación no existía ruido ni sonido. Toda la palabra era comunicación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y cada una de las Tres personas está totalmente en las otras dos, y las dos en ella, es la comunicación total y plena. Al iniciarse la creación empezó el rumor. La cosas sensibles emiten radiaciones chocan, explosionan, se expanden, se mezclan y emiten un lenguaje sencillo diciendo en sus mutaciones: "El nos hizo", como escuchaba San Agustín cuando preguntó a los aires, al agua, a las aves del cielo, los peces del mar y los reptiles de la tierra. Todo lo material canta silenciosamente en su rumor y su silencio la gloria de Dios que los sacó de la nada. Cuando el hombre es creado se le dota de palabra, porque esta hecho a imagen y semejanza divina: piensa y ama. Pero para comunicarse necesita gestos y sonidos porque es espiritual y material al tiempo. Y el hombre pone nombre a todas las cosas dominándolas con su entendimiento, porque es el rey de la creación. Y habla amistosamente con Dios en un diálogo fácil y filial. Después de la caída original se rompe el diálogo y se hace difícil la comunicación. Dios, sin embargo, decide redimir al hombre y reanudar el diálogo perdido. Y lo hace al modo divino, del modo más amoroso: se hace hombre. Y habla palabras de hombre. Se rompe el silencio y brota el diálogo y la comunicación a través de Cristo -Dios y Hombre verdadero-. Palabras y silencios de hombre serán palabras y silencios divinos, y ambos serán medios para entrar en comunicación con los nuevos hijos de Dios. La revelación contiene muchas palabras -sonidos humanos con contenido-, pero también silencios -gestos humanos con expresividad- que hablan según su modo propio. A continuación vamos a contemplar -que es más que mirar- los silencios de Cristo.Y el silencio hablará una vez más. No con terror como al astronauta, ni solamente diciéndonos que somos seres creados por Dios, sino para expresar el Amor más grande que puede existir en esta tierra. Y contemplando podremos pasar del no oir nada a captar el matiz más leve de la Sinfonía divina que es la Salvación. Cristo habló y calló. Dialoga, escucha y pronuncia palabras humanas. Pero entre sus silencios destacan algunos de especial significación. Cristo en la cruz y en la cuna. Cristo en el sepulcro y en el seno virginal de su Madre castísma. Ya entonces nos dice cosas, en un diálogo de amor inteligible para el alma avisada que sabe amar y conocer al Amado y su modo de comunicarse. Y ¿cómo no conmoverse ante la elocuencia del cadáver de Jesús en el tiempo que transcurre desde su Muerte hasta su Resurrección?. En este trabajo queremos contemplar los dos extremos de la vida terrenal de Nuestro Señor Jesucristo. Entre estos silencios destacan el de los treinta años en Nazaret antes de su vida pública -lo que se ha llamado vida oculta-; y la elocuencia de las llagas en el cuerpo muerto ya de Nuestro Señor. Se han escrito estas líneas desde la oración y para la oración, consciente que sólo comprenderemos toda la sabiduría de los silencios de la Palabra divina cuando por la gracia alcancemos la vida eterna. Más, de momento, toda luz por breve que sea, será bienvenida. aranza |
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