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Madre terrenal, Madre espiritual 


2024-01-17

Por | Juan del Carmelo

Todos tenemos o hemos tenido aquí abajo, una madre material desde siempre, desde el día en que fuimos concebidos, hemos tenido y tenemos además de una madre material, una maravillosa madre espiritual, que siempre nos ha cuidado, con un amor más grande que el amor material de nuestra madre de aquí abajo, por la comprensible razón, de que sencillamente nuestra madre terrenal, nos ha dado todo lo único que tenía y nos podía dar, que era y es un amor humano, pero no un amor sobrenatural, que es el amor de nuestra Madre celestial.

Nuestra madre terrenal era y para aquellos, que siguen teniendo la dicha, de seguir gozando de su presencia y amor en este mundo, un bello anticipo de lo que nos espera, cuando podamos gozar directamente del amor sobrenatural de nuestra Madre celestial. Este amor ahora ya lo tenemos pero no son muchos los que tienen conciencia de la existencia de este amor, porque sometidos a nuestra dichosa concupiscencia humana, los ojos de nuestra cara no pueden apreciar, aquello que estando fuera de su órbita material es pura existencia espiritual. Las realidades espirituales solo pueden ser captadas por los ojos de nuestra alma, no por los de nuestro cuerpo que solo nos dan fe de la materialidad que nos somete y nos rodea. No es así con los ojos de nuestra alma, que al pertenecer al plano superior de nuestra espiritualidad, pueden captar, indistintamente tanto las realidades materiales como las espirituales.

Los seres humanos, a diferencia de los animales, nunca olvidamos a la madre que nos portó en su cuerpo antes de llegar a este mundo, por indicación divina ella nos concibió materialmente, no espiritualmente, nos crio, nos educó y nos protegió, siempre a lo largo de nuestra vida, aunque siempre de distinta forma de acuerdo con el desarrollo de nuestra edad. Un hombre desgraciadamente puede enemistarse con su padre y desgraciadamente muchos son los casos en que se quebranta el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, pero es muy raro el quebrantamiento de este mandamiento por parte de un hijo o una hija, con respecto a su madre. Se suele decir, que aquel que no ama a su madre en esta vida es un mal nacido.

El vínculo de relación afectiva materno filial, es más fuerte y muy superior, al de la relación, paterno filial. Y los padres, ven este natural y no se quejan, bueno miento, si se quejan y mucho, cuando ellos resultan  postergados por su mujer a favor de sus hijos. Y no dicamos ya lo que ocurre en la etapa de los nietos. Porque muchas madres olvidan que están ligadas a sus maridos por un sacramento y el vínculo sacramental, es de origen sobrenatural mientras que su relación con sus hijos es puramente humana y como consecuencia del vínculo sacramental. Por ello, ellas han de tener siempre presente que por delante de sus hijos está siempre su marido, incluso aunque este sea un sinvergüenza, que desde luego los hay.      

Pero hablemos de nuestra Madre celestial. Nace su maternidad y nuestra filiación, cuando Jesucristo, señalando a su discípulo predilecto a San Juan, se dirige a su madre y le dice: "Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre". (Jn 19,26-27). Desde ese momento toda la humanidad, adoptó la filiación sobrenatural, de hijos de Nuestra Señora Madre María, el ser más perfecto y bello, material y espiritualmente creado por Dios. María es la Madre de Dios, Virgen Inmaculada, Asunta a los cielos, Limpia de todo pecado. Cuatro son los dogmas que afectan a Nuestra Señora la Virgen María. Y ellos son:

Dogma de la Inmaculada Concepción.

Dogma de la virginidad de Nuestra Señora.

Dogma de la maternidad divina de Nuestra Señora.

Dogma de la Asunción       

Estos son los dogmas declarados poa la Santa iglesia, pero para muchos teólogos y enamorados de su Madre María, existen dos más aún no declarados, pero lo serán, y ellos son:

El dogma de María intercesora universal de todas las gracias divina. Nuestra Madre celestial, es como el acueducto por medio del cual se distribuyen todas las divinas gracias que tan necesarias no son en el desarrollo de nuestra vida espiritual. No hay gracia que se distribuya a ningún ser humano que previamente no haya pasado por las manos de Nuestra Madre celestial.

El otro dogma pendiente de su declaración, es el de María corredentora nuestra en la obra de Redención de su Hijo Cristo Jesús. Es fácil de comprender la justicia de este título, porque sin el fiat de nuestra Madre celestial, estaríamos a la espera de ser redimido de las cadenas del infierno Y mencionando el infierno diré que hasta los demonios reconocen lo que nuestra Madre celestial representa para nosotros. Puede ser que fuese en una sesión de exorcismo donde un demonio dijo: "¡Si yo tuviese un solo instante de los muchos que vosotros perdéis! ¡Un solo instante y una María! y yo no seria un demonio".

La protección que recibimos de nuestra Madre celestial, no nos resulta comprensible ni sabemos valorarla debidamente, porque toda ella se realiza en su mayor parte dentro de las realidades espirituales, donde nuestra alma, solo se mueve, ve y aprecia en función del nivel del desarrollo espiritual de ella misma. Cuando lleguemos arriba, tomaremos conciencia, de cuál ha sido el tamaño y la intensidad del amor y la protección, que ahora tenemos de María nuestra Madre celestial. Y a ella como a todas las madres temporales que tenemos o hemos tenido, nos ama a todos como hijos suyos, pero tiene sus preferencias, porque al igual que el amor humano tiene una característica de reciprocidad, también la tiene el amor sobrenatural, pues el amor humano es un  simple reflejo del amor sobrenatural y en este, se da también la reciprocidad por lo que  ´María nuestra madre, amado a todos, pero ama más, al que más le ama.

María esta plena de gracia, desde el momento de su Concepción Inmaculada y este fue el saludo del arcángel San Gabriel y esta plenitud de gracia, hace de Maria un ejemplo absoluto de virtudes y entre estas, la madre de todas las virtudes que es la humildad. María era el paradigma de la humildad. El humilde acepta y nuca busca ni pregunta el porqué de lo que le sucede. Y María nunca preguntó el porqué, ni se lo preguntó al arcángel San Gabriel en la Anunciación, ni preguntó el porqué de su dolor, con su Hijo en la Cruz.

Nuestro amor a nuestra Madre celestial, es el camino más corto que tenemos, para llegar a su Hijo y la ayuda más eficaz para poder imitarle en el desarrollo de nuestra vida, hasta que seamos llamados a la casa del Padre.  



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