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Raices de nuestro ser 


2024-01-25

Por | Juan del Carmelo

Todos actuamos de distinta forma. De antemano los que bien nos conocen, saben bien cuáles son nuestras reacciones, frente a problemas o situaciones con que nos podamos encontrar. Nuestras conductas difieren siempre unas de otras. Es decir, no solo somos material mente seres distintos entre sí, porque no existen dos cuerpos iguales, sino que también espiritualmente nuestras almas son también distintas. Y al igual que nuestros cuerpos varían en función de los años, también varían nuestras almas. Pero en estas dos variaciones hay una diferencia esencial.

Mientras que la transformación de nuestros cuerpos es relativamente independiente de nuestra voluntad, porque hay quienes controlan la comida y quienes no, teniendo al final que someterse a dietas caloríficas, Sin embargo la transformación de nuestras almas, está totalmente en nuestras manos. Nosotros tenemos la capacidad de crear un alma pura y perfecta a los ojos de Dios, o impura, imperfecta y negra que entusiasme al demonio. En nuestros cuerpos poco podemos hacer por no decir nada, para detener nuestro envejecimiento. En general las almas que aman al Señor, no se preocupan mucho de su envejecimiento y las arrugas de sus rostros, ellas suelen ser un inequívoco signo de la bondad que han atesorado, con el paso del tiempo. En el lado opuesto tenemos las almas de están muy arraigados a este mundo, y luchan por detener su imparable envejecimiento, con lociones, tintes, cremas, ejercicios, operaciones estéticas, y otros varios sacaperras, que llenan los bolsillos de muchos espabilados.

El Señor nos dice (Mateo 6, 19-20): "19 No alleguéis tesoros en la tierra donde la polilla y el orín los corroen y donde los ladrones horadan y roban. 20 Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban". Y… ¿cuáles son esos tesoros que hemos de atesorar en el cielo? No cabe duda que se trata de los bienes espirituales que seamos capaces de cultivar, como por ejemplo toda clase de virtudes y a la cabeza de ellas, su madre que es la humildad. Y hasta que lleguemos al cielo con estos bienes espirituales, desde luego que el Señor nos contempla y toma nota de ellos, es nuestro atesoramiento en el cielo, pero aquí en este mundo, solo se pueden atesorar los bienes materiales que allá arriba para nada nos servirán.

Generalmente siempre se menciona el corazón, por ser el órgano más noble del cuerpo humano, pero cuando este se menciona en realidad se está aludiendo a nuestra alma. Por ello también el Señor nos dice, les decía a los judíos, supongo que no a todos (Mateo 12, 34-35): "34 ¡Raza de víboras! ¿Cómo podéis vosotros decir cosas buenas siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. 35 El hombre bueno, de su buen tesoro saca cosas buenas; pero el hombre malo, de su mal tesoro saca cosas malas". Como ya antes hemos dicho, el corazón como la parte más noble de nuestro cuerpo, simbológicamente se toma como depósito de nuestro vicio y virtudes. Nuestro corazón es simplemente un músculo de nuestro cuerpo material y lo que es espiritual se deposita en lo espiritual y lo que es material en lo material. Es en nuestra alma, parte espiritual de nuestro ser, de donde el hombre bueno saca su tesoro y el hombre malo tiene ahí depositado su mal tesoro.

Nuestros actos humanos cuando son varios, y dan origen a lo que llamamos actuaciones, pero cuando estas actuaciones son reiterativas e iguales, entonces estamos ante lo que se denomina conducta de las personas. Tanto nuestros actos, como nuestras actuaciones, como nuestras conductas, pueden ser querida y consentidas, y entonces decimos que estas, están emitidas por nuestro consciente. Pero es el caso de que existe en nuestra alma también una parte, que los sicólogos denominan inconsciente y que hay veces que nos lleva a realizar actos de los que no tenemos consciencia. Fulton Sheen escribe diciéndonos: "Nuestra conciencia y antropología, revelan un gran tesoro en las profundidades de nuestro ser... En el inconsciente no solo tienen asientos los deseos negativos y reprimidos, sino también los positivos. Es decir, nuestra actuación inconsciente puede ser no solo negativa sino también positiva.

Nuestra alma pues dispone para su actuación de una posibilidad consciente y de otra inconsciente. El inconsciente, nuestro inconsciente espiritual, está siempre presente, aunque subyacente en la motivaciones del pensamiento, de la imaginación de la fantasía, del sentimiento y de la acción. No existe un campo de delimitación perfecto entre la consciencia, no la conciencia que es otra cosa, y la inconsciencia espiritual. Y en este terreno intermedio la actividad que tenga el alma no quiebra la voluntad divina, es decir no se peca, pues para la existencia de pecado ha de haber una plena consciencia de actuación humana.

Y… ¿qué es lo que contiene este inconsciente espiritual? Cuando acabamos de ser bautizados nuestro inconsciente espiritual está limpio como una patena, pero en la medida en que va transcurriendo la vida de la persona, esta patena empieza a mancharse con los residuos de actos negativos, como pueden ser los vicios y ofensas y pecados, contraviniendo la voluntad divina, que se van adquiriendo y van dejando su rastro o raíces en el inconsciente espiritual del alma…, pero también se va limpiando la patena con el ejercicio de virtudes que se vayan adquiriendo, y los actos de amor al señor que el alma vaya realizando.

Hay algo muy importante que también se va depositando en nuestro inconsciente espiritual. Como sabemos, cuando cometemos un pecado, si acudimos al sacramento de la penitencia, quedamos absueltos de este pecado, pero siempre nos queda un resto de culpa, una mancha en el alma y un sitio en nuestro inconsciente espiritual.  Podemos poner la imagen de la mala planta que se arranca de un jardín y desaparece, pero la raíz de la mala planta queda debajo y ella puede volver a reproducirse. Nuestras conductas al igual que las plantas tienen un parte visible y realizada por nosotros con plena consciencia de lo que hacemos o decimos. Pero al igual que las plantas tienen raíces nuestra conducta también tiene una parte oculta tiene sus raíces y estas se encuentran en nuestro inconsciente espiritual. Royo Marin escribe diciendo: El reato de pena temporal que deja como triste recuerdo de su presencia en el alma, el pecado ya perdonado, hay que pagarlo enteramente, a precio de dolor purificativo en esta vida o en la otra.

Si después de ser bautizados, con nuestro inconsciente espiritual limpio, abandonásemos este mundo iríamos derechos al cielo, pues careceríamos de reato de culpa alguno que purificar. Conviene pues limpiar nuestro inconsciente, espiritual, porque para entrar en el cielo tenemos que estar plenamente purificados, y si no nos purificamos en este mundo, que es la forma fácil de hacerlo, tendremos que hacerlo en el Purgatorio que es peor.



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