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Finalmente, Navalny terminó su vida opositora en la prisión


2024-02-17

Andrew E. Kramer, Valerie Hopkins / NYT

Alexéi Navalny muere en prisión, según las autoridades rusas

El líder más conocido de la oposición rusa, quien fue envenenado en 2020, llevaba meses cumpliendo varias condenas de prisión.

Alexéi Navalny, activista anticorrupción que durante más de una década lideró la oposición política en la Rusia del presidente Vladimir Putin, murió el viernes en una prisión en el círculo polar ártico, informaron las autoridades rusas.

Su muerte fue anunciada por el Servicio Penitenciario Federal de Rusia, que declaró que Navalny, de 47 años, perdió el conocimiento el viernes luego de dar un paseo en la prisión a la que fue trasladado a finales del año pasado. La última vez que se le vio fue el jueves, cuando compareció en una audiencia judicial por videoconferencia; sonreía tras los barrotes de una celda y hacía bromas.

Leonid Volkov, durante mucho tiempo jefe de gabinete de Navalny, dijo que aún no estaba preparado para aceptar la noticia de que Navalny había muerto. “No tenemos motivos para creer en la propaganda estatal”, escribió Volkov en la plataforma social X. “Si esto es cierto, entonces no es ‘Navalny murió’, sino ‘Putin mató a Navalny’, y solo eso. Pero no les confío ni un centavo”.

Navalny estaba cumpliendo diversas condenas que probablemente lo habrían mantenido en prisión hasta al menos 2031 por cargos que, según sus partidarios, fueron en gran medida fabricados en un esfuerzo por amordazarlo. A pesar de las condiciones cada vez más arduas, que incluían reiteradas temporadas en régimen de aislamiento, mantuvo una presencia en redes sociales, mientras que los integrantes de su equipo seguían publicando investigaciones sobre la élite corrupta de Rusia desde el exilio.

Navalny fue condenado a tres años y medio de prisión en febrero de 2021, después de que regresó a Rusia desde Alemania, donde se había estado recuperando luego de ser envenenado con una sustancia neurotóxica en agosto del año previo. En marzo de 2022, recibió una condena de nueve años por malversación y fraude en un juicio que los observadores internacionales denunciaron como “motivado políticamente” y una “farsa”. Y en agosto de 2023, fue condenado a 19 años de prisión por “extremismo”.

Tras su envenenamiento en 2020, Navalny había regresado prácticamente de entre los muertos y había hecho huelgas de hambre para mejorar su situación; muchos de sus partidarios lo creían prácticamente invencible.

Durante su detención, Navalny fue sometido de manera reiterada a confinamiento solitario y aseguró que sufría de enfermedades graves. En diciembre, desapareció por tres semanas durante su traslado a una colonia penal a unos 65 kilómetros al norte del círculo polar ártico.

Navalny fue un crítico inquebrantable de Putin, un antiguo oficial de la KGB al que acusó de apropiarse de las ganancias del petróleo para enriquecer a sus amigos y a su entorno en los servicios de seguridad. Afirmaba que el partido político de Putin era una organización de “estafadores y ladrones”, y acusó al presidente de intentar convertir Rusia en un “Estado feudal”.

Navalny era conocido por sus estrategias innovadoras en la lucha contra la corrupción y el fomento de la democracia. Desafiando las expectativas, Navalny utilizó con destreza la política desde las calles y las redes sociales para crear un movimiento de oposición tenaz, incluso después de que gran parte de los medios de comunicación independientes de Rusia fueron reprimidos y otros críticos se vieron obligados a exiliarse o murieron en asesinatos sin resolver.

En los años previos a la invasión de Rusia a Ucrania, muchos de los colaboradores de Navalny, y en algunos casos sus familiares, fueron detenidos o forzados al exilio.

Antes de su muerte, Navalny era el crítico más destacado de Putin que quedaba en Rusia, en un momento en el que el presidente ha diseñado un plan para permanecer en el poder al menos hasta 2036.

Se cree que Navalny había sido atacado físicamente al menos dos veces antes: un presunto intento de envenenamiento cuando estaba en prisión en 2019 y un ataque en 2017 en el que alguien le arrojó un líquido verde a la cara que casi lo cegó.

Había hablado abiertamente de la posibilidad de que lo asesinaran.

“Intento no pensar mucho en ello”, dijo en una entrevista con CBS News en 2017. “Si empiezas a pensar en qué tipo de riesgos tengo, no puedes hacer nada”.

El 20 de agosto de 2020, poco después de abordar un vuelo procedente de Siberia, donde se había reunido con candidatos de la oposición a cargos locales, Navalny se empezó a sentir mal y cayó en coma.

Afirmó que el veneno había sido puesto en su ropa interior en su hotel en algún momento previo a abordar el avión. El vuelo aterrizó de emergencia en la ciudad rusa de Omsk, donde los médicos se resistieron durante dos días a las peticiones de su esposa de que fuera trasladado a Alemania para recibir tratamiento.

Finalmente, Navalny fue evacuado a Berlín en una ambulancia aérea, un esfuerzo coordinado por la fundación de un productor de cine radicado ahí. Poco más de una semana después, el gobierno alemán anunció que había sido envenenado con un agente nervioso de la potente familia de toxinas novichok. Las pruebas, declararon las autoridades alemanas, eran “inequívocas”.

Las autoridades rusas previamente habían desplegado una campaña de acoso de baja intensidad contra Navalny. A menudo era detenido y encarcelado por breves periodos, por lo general por delitos menores relacionados con protestas sin permiso para marchar.

Putin apenas ha mencionado el nombre de Navalny y los medios de comunicación estatales lo ignoraron de manera categórica durante su campaña anticorrupción que abarcó una década. Sin embargo, Navalny, un político joven y enérgico, encontró una base de apoyo en la clase media rusa, lo que claramente indignó al Kremlin.

El Kremlin, restándole importancia al describirlo como un tábano antipatriótico, a veces parecía dispuesto a pasar por alto sus críticas para darle a Putin la apariencia de dirigir un gobierno que toleraba la disidencia. Las detenciones breves permitieron a las autoridades rusas mantener a Navalny fuera de la vista en momentos importantes, como durante protestas organizadas, al tiempo que eludían las críticas por un trato severo que pudiera convertirlo en mártir.

A pesar de los ataques y los periodos en prisión, Navalny seguía adelante, dijo, por un deseo de cambiar el rumbo de su país y no defraudar a la gente que trabajaba con él. Estaba enfadado con lo que denominó el círculo cercano de Putin y los servicios de seguridad que lo protegían.

“Hago esto porque odio a esta gente”, dijo en una entrevista con The New York Times en 2011, antes de saltar a la fama.



JMRS


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