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Para muchos ucranianos, la vida se divide en dos: antes y después de la guerra
By HANNA ARHIROVA KIEV, Ucrania (AP) — Kateryna Dmytryk llevaba casi dos años esperando este momento, casi toda la vida de su hijo. Corrían uno al lado del otro, con Timur, de dos años, a la cabeza, mientras la nueve crujía bajo sus pies. Un hombre delgado y pálido se acercó a ellos desde el hospital militar. Artem Dmytryk no había visto a su familia en unos 24 meses, tiempo que pasó casi en su totalidad bajo cautiverio ruso. Agarró a su hijo. Kateryna pellizcó a su marido y tomó su mano, todo para asegurarse de que no era un sueño. Los tres se abrazaron, se besaron y rieron. Kateryna había enterrado a su madre, huyó de su ciudad y atravesó puestos de control rusos con su hijo, todo mientras se imaginaba lo peor sobre el cautiverio de su esposo. Sabía que las heridas tardarían años en cicatrizar, pero en ese momento esbozó una sonrisa. Cuando Rusia inició su guerra en Ucrania, las vidas de millones de ucranianos cambiaron de forma irreversible. Como los Dmytryk, cuentan su vida en dos periodos: antes y después del 24 de febrero de 2022. Decenas de miles de personas han velado a sus seres queridos, millones han dejado atrás sus hogares y el país se ha sumido en una guerra agotadora. Para Kateryna, la liberación de su esposo devolvió algo de luz a la vida de su familia. Pero sabe que lo vivido en los dos últimos años los acompañará siempre. “Nos han robado dos años de nuestras vidas”, dijo. “Y esos dos años fueron como vivir en un infierno constante”. “VIDA FAMILIAR NORMAL” Los Dmytryk estaban empezando su vida como una familia de tres cuando comenzó la guerra. Kateryna y Artem se conocieron siendo adolescentes en su ciudad natal, Berdiansk, al sureste de Ucrania. Se gustaron de inmediato y comenzaron a salir. Él se alistó en el ejército y sirvió en la Guarda Fronteriza, destinado en Berdiansk. En mayo de 2021, se casaron y poco después nació Timur. “Era una vida familiar tranquila, normal”, contó Kateryna. En el día de San Valentín de 2022, Artem recibió una llamada de alerta de combate. Kateryna no pensó mucho en ello, a pesar de las crecientes tensiones por la acumulación de soldados rusos en la frontera. La última vez que Artem estuvo en casa fue el 23 de febrero. Le pidió a una amigad de Kateryna que fuese a quedarse con ella. No era algo normal: no quería que estuviese sola. Pero, dijo Kateryna, “Nunca imaginé que se desataría una guerra a esa escala”. En las primeras horas del 24 de febrero, Kateryna se despertó por el llanto repentino de Timur, al que le siguió una potente explosión poco después. Conmocionada, llamó a Artem. Él, que estaba de guardia en el mar, le dijo que recogiese sus pertenencias y se dirigiese al poblado de sus padres, no muy lejos de allí. Hizo lo que Artem le dijo y esa noche volvieron a hablar. El había recibido al orden de ir a defender Mariúpol. “UCRANIA VENCERÁ" En cuestión de días, las fuerzas rusas habían ocupado Berdiansk y sus alrededores. Artem apenas podía mantener el contacto y Kateryna se enteraba a través de las noticias de lo que estaba ocurriendo en Mariúpol. La ciudad estaba rodeada, miles de residentes estaban atrapados y se libraba una de las batallas más sangrientas de la guerra. En sus inusuales y breves conversaciones, Artem le decía: “Todo va a estar bien. Ucrania vencerá". Algunas llamadas duraban apenas un minuto. En una de ellas, Artem le pidió que tomase una foto de Timur todos los días, para poder ver cómo crecía su hijo algún día. Kateryna no podía dormir. Se pasaba los días llorando y rezando por la seguridad de Artem. Finalmente, Artem empezó a temer que no sobreviviría. Llamó para despedirse. “Dijo que si no sobrevivía, se convertiría en un ángel de la guardia para nuestro hijo”, afirmó Kateryna. ATREVERSE A MARCHARSE Artem instó a Kateryna a huir del poblado de sus padres a territorio controlado por Ucrania. Pero su madre tenía cáncer en una fase avanzada. “Él sabía que no me marcharía porque no sería capaz de despedirme” de ella, dijo. El 14 de abril de 2022, la madre de Kateryna falleció. La lloró durante más de dos semanas. Y solo entonces se atrevió a marcharse. No había una forma segura de hacerlo: ni corredores humanitarios, ni ninguna organización internacional que garantizara su seguridad. Kateryna y Timur terminaron viajando en coche con una pareja que se ofreció a ayudarles, aunque era arriesgado viajar con la esposa de un soldado. Durante dos días, viajaron a Zaporiyia, un trayecto que antes de la guerra tomaba tres horas. En los controles rusos, decían que Kateryna era su nuera, que viajaba con su hijo a territorio controlado por Ucrania. Una vez en Zaporiyia, viajó a Kiev, donde vivía su cuñada. Y comenzó una nueva etapa en su lucha: casi 21 meses esperando el regreso de Artem de su cautiverio. “ESTAMOS ESPERANDO” Artem era uno de los más de 2,500 soldados capturados por Rusia cuando cayó la enorme acería de Azovstal en Mariúpol. Kateryna perdió la noción de los días, los meses y los años. Cada noche se despertaba angustiada. ¿Dónde estaba Artem? ¿Que le estaba pasando? Lo único que la sacaba de la oscuridad era Timur. Cada día se parecía y actuaba más como su padre, contó. Le mostró a Timur una foto de Artem en su celular y le contó que papá regresaría a casa algún día. “Hola, ¿papá?”, le decía el niño al teléfono. Kateryna empezó a asistir a concentraciones donde se reunían las familias de los prisioneros de guerra. No sabía mucho sobre la situación de Artem. Pero cuando sus camaradas fueron liberados durante un canje, le contaron que estaba en la región ocupada de Luhansk. Ideó formas para sentirse conectada. Preparó una bolsa para el hospital a donde solían llevar a los prisioneros después de los intercambios y la llenó de ropa y de pequeñas cosas que le gustaban. Hizo un duplicado de las llaves de su departamento en Kiev y encargó un llavero con la frase “Te quiero mucho. Te esperamos en casa”. REUNIÓN El 8 de febrero, Kateryna recibió un mensaje de texto del Centro de Coordinación para el Tratamiento de prisioneros de guerra. Artem Dmytryk formaba parte de un canje de prisioneros. No podía creer lo que estaba viendo. Unas horas más tarde, él llamo. “Hola, estoy en Ucrania”, dijo. Fue trasladado en bus a Kiev. Katernya pudo llevar por fin la bolsa que había preparado durante tanto tiempo al hospital militar donde pasaría su rehabilitación. Apenas hablan acerca del cautiverio. Artem, que ahora tiene 25 años, no quiere compartir lo que vivió. En su lugar, se centran en ponerse al día de las cosas que se perdieron. “Nos estamos redescubriendo, enamorándonos de nuevo”, afirmó Kateryna, de 23 años. Los dos han cambiado: son más fuertes y están aprendiendo a vivir juntos de nuevo. “Incluso ahora, no se puede volver a una vida tranquila”, dijo Kateryna, que a menudo piensa en los miles de soldados ucranianos que siguen cautivos, aunque su familia disfruta de un final feliz. La primera noche que Artem pasó en su casa en Kiev, Kateryna durmió profundamente. JMRS |
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