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El maligno falsifica la fe y nos ofrece una mentira
Por | Néstor Mora Núñez Hace poco leí el siguiente párrafo del P. Catellani y como todo lo que escribió, me sorprendió con la lucidez que tienen sus palabras: El diablo falsifica la obra de Dios hasta la consumación de los siglos; y mucho más cuando estarán para consumarse: hoy lo mismo que siempre, y aún quizás más. Falsifica la religión y la vuelve fanatismo, falsifica la mística y la vuelve política, falsifica la predicación y la vuelve propaganda, la piedad en santulonería, el ascetismo en hurañez, estolidez y orgullo vano. Eso puede hacer el diablo. El P. Castellani habla de falsedad y apariencias que se superponen a la Verdad. Apariencias que buscan hacernos creer que nada es lo que parece ser. Nos ofrece hasta salvadores alternativos a Cristo. Estamos acercándonos al Sínodo de la Familia 2015 y se va notando que se van calentando motores dentro y fuera de la Iglesia. Los motores van creando las condiciones adecuadas para engañarnos por medio de las apariencias. Apariencias que no dejan de ser reales y terriblemente humanas, pero que son hábilmente utilizadas para que aceptemos lo que no deberíamos de aceptar. Me temo que poco se hablará del tema principal la familia, yendo todos los esfuerzos al acceso a los sacramentos para personas divorciadas y vueltas a casar. Pongámonos en situación ¿Quién puede rechazar el sufrimiento de los inocentes sin sentirse culpable? La Iglesia tiene encargado su cuidado y atención, ya que en ellos el pecado ha impactado duramente. El engaño proviene de utilizar el sufrimiento real e hiriente de las victimas de los divorcios que buscan rehacer su vida con otra pareja. Se presenta a la Iglesia como culpable del sufrimiento de estas personas, cuando el daño que les han causado no ha sido hecho por la Iglesia, sino por personas que han antepuesto sus intereses y egoísmos a la sacramento del matrimonio. Se señala que la Iglesia les hace daño al excluirlas de las comunidades, cosa que no es cierta. Nadie tiene las puertas cerradas para ser atendido en su sufrimiento. Se señala a la Iglesia como cruel, por indicar que su convivencia no se ajusta al ideal señalado por Cristo. La Iglesia es igual que cruel con todos nosotros cuando actuamos sin atender a la Voluntad de Dios. Nos dice que tenemos que arrepentirnos e intentar no volver a pecar. Esta crueldad no es tal, sino Amor que ofrece la medicina amarga que cura las heridas que todos llevamos. Se dice que la Iglesia es cruel al impedirles recibir los sacramentos, especialmente la Eucaristía, debido a su situación de convivencia. Pero la Iglesia lo que señala es que no es posible acceder a la Gracia de Dios cuando se anteponen los ideales humanos a la santidad. En las personas que no tienen impedimentos aparentes para comulgar, la Gracia no actúa únicamente por acceder al sacramento, sino que necesita de la total negación de sí mismo y estar dispuesto a cargar con la cruz que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros. No han nadie más justo que Dios mismo, que da a cada cual lo que merece en cada momento. No hay nadie más misericordioso que Dios, que nos inunda con su Gracia cuando aceptamos nuestros errores y nos arrepentimos. El engaño es inteligente, ya que nos muestra una realidad de sufrimiento y nos hace creer que somos los culpables de ese sufrimiento. Utiliza el engaño de la igualdad social, haciéndonos creer que segregamos a personas de forma injusta y cruel. De hecho se habla de misericordia para impedir la segregación social y justicia, que busca dotar de iguales derechos a todos. Es decir, el sufrimiento social, típicamente postmoderno, se suma de forma astuta a las demás consideraciones. Las apariencias se vuelven más importantes que la Verdad. Lo duro de todo esto es que los ideólogos nos ponen entre la espada y la pared. La espada del martirio mediático y social. La pared áspera y fría de la coherencia. Nos toca decidir también y formar parte de la cadena del pecado. Lamentablemente, lo que se produce es un traslado del pecado de una persona a otra, sin que nos lleguemos a dar cuenta. Los causantes de la separación y del divorcio son quienes tendrían que responder de este sufrimiento, no quienes señalamos el engaño que hay detrás. La instancia subsidiaria no es la Iglesia, sino Cristo que nos ofrece su yugo liviano para que descansemos. El método no es cambiar el significado de los signos sacramentales, sino poner en valor los sacramentos recibidos para andar el camino de la santidad. La Iglesia debe ayudar a estas personas a entender dónde está el problema y conducirlos por la senda que Dios desea para todos, en todas las circunstancia de la vida. A lo mejor piensan que todo este discurso es una elucubración personal, pero no es así. Pueden ver todo esto en un grupo numeroso de victimas del divorcio que se van a reunir en Italia: La fraternidad Esposos para Siempre , que nos muestra que la santidad es la respuesta al pecado que nos golpea a todos. La medicina es la Gracia que nos saca de las contradicciones humanas y nos coloca donde Dios desea, en camino a la santidad. Pueden leer este interesante artículo sobre el tema: Divorciados y a la vez fieles: "Del drama de la separación puede nacer un camino a la santidad" No piensen que esto sólo sirve a las victimas del divorcio, porque la santidad es un llamado a todos. En las situaciones en donde el pecado ajeno nos golpea, nos derrota y derrumba, Dios nos tiende la mano para que no nos hundamos. Podemos coger la mano de Cristo y aceptar el compromiso de andar sobre las aguas de la sociedad postmoderna. También podemos buscar formas humanas de no ahogarnos: maderas, flotadores o incluso culpar a quienes no destrozan su barca para echarnos un trozo de madera. Está en todos nosotros la decisión de aceptar la mano de Dios. Para eso Dios no ofrece la Gracia necesaria para dar el primer paso para la santidad: decidir qué salvador queremos: Cristo o el ser humano. aranza |
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