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¿Dónde está la verdadera gloria? 


2024-03-20

Por Mons | João Scognamiglio Clá Dias, EP.

Para Jesús, modelo supremo de humanidad, la verdadera gloria consiste en la Cruz, en la aceptación viril y seria del holocausto llevado hasta el último punto.

Las deformaciones introducidas en la mentalidad moderna por la influencia del cine de Hollywood –marcado por el invariable final feliz, ese final feliz imaginario que sólo ocurre en la pantalla– se han acentuado en las últimas décadas, hasta el paroxismo, la tendencia a detestar cualquier tipo de sufrimiento, como si sufrir o tener que sacrificarse fuera el colmo de la desgracia.

Paralelamente, se estimuló el ferviente deseo de disfrutar de la vida, aumentando sin escrúpulos las posesiones para poder acceder a los placeres más excéntricos y costosos. ¿No viven así las celebridades de este mundo, sumergidas en aparentes delicias? La técnica más avanzada, sobre todo en el campo de la cibernética de punta, las comodidades más emolientes, las modas más extravagantes, en definitiva, todo un universo de entretenimiento frenético está al alcance de este tipo de personas.

Ésta es la ilusión de nuestros contemporáneos: ser uno de ellos y, supuestamente, alcanzar un nivel de felicidad inimaginable. Se trata de protagonizar una especie de cuento de hadas, despojado, sin embargo, de los encantos del lujo aristocrático y más bien adornado con ropas ostentosas, al borde de la fealdad, cuidadosamente rotas y sucias.

Sin embargo, ¿es esto en lo que consiste la verdadera gloria?

La enseñanza del Divino Maestro

Nuestros antepasados pensaban de otra manera. Cada uno valía las virtudes que poseía: honor, coraje, cortesía, honestidad, perseverancia, por mencionar sólo algunas. Y tales atributos se volvieron aún más meritorios cuando fueron sobrenaturalizados por la gracia, cuidadosamente preservados de los riesgos que llevarían a perderlos por el pecado. Así, los personajes dignos de elogio se distinguieron por haber dado su vida por una causa superior, habiendo sabido afrontar riesgos y hacer valientes renuncias.

Pensemos en el honor concedido a los soldados que valientemente derramaron su sangre por el bien de la patria, en la consideración dispensada a los jefes de familia que llevaban una existencia austera para garantizar mejores condiciones a sus descendientes, o incluso en la admiración que suscitaban los caballeros del pasado, siempre dispuestos a defender con su vida a los más débiles y necesitados y, sobre todo, los más sublimes intereses de la Santa Iglesia.

El hombre no nació para reflotar en los pantanos fangosos de este mundo

Para Jesús, modelo supremo de humanidad, la verdadera gloria consiste en la Cruz, en la aceptación viril y seria del holocausto llevado hasta el último punto. Nuestro Señor corroboró esta enseñanza con el cruel ejemplo dado en la Pasión y, por eso, ahora confronta y destruye los mitos y fantasías con los que el diablo busca aprisionar entre sus sórdidas garras a los espíritus creados para una gloria superior. No, el hombre no nació para reflotar en los pantanos fangosos de este mundo, sino para conquistar las sacrosantas alturas del heroísmo. Y para ello es necesario estar dispuesto a abandonar los estrechos límites del egoísmo y equiparse con las armas de la luz, para librar una batalla magnífica.

Si deseamos ser amados por Dios, ya conocemos el camino: pidamos fuerzas para recorrer el camino del dolor hasta el final, y entonces habremos vencido y conquistado la corona imperecedera de la gloria.



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