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"Realmente este hombre era Hijo de Dios"


2024-03-24

Llucià Pou Sabaté

"Jesús Nazareno, Rey de los judíos"

Aunque Jesús no era ni blasfemo ni agitador político, murió condenado por el Sanedrín judío, por ambas causas. La institución religiosa y el poder político van de la mano para tal injusticia. Jesús no se defiende. Calla ante Pilato. La causa de la muerte está escrita en lo alto de la cruz: "Jesús Nazareno, Rey de los judíos".

La flagelación es una práctica cruel. Muchos mueren en esa tortura. Luego viene la coronación de espinas y las burlas, y el camino de la Cruz (via crucis). Luego, eso que la gente llama “casualidades” y que son planes de Dios: un hombre que venía del campo, un campesino que se llamaba Simón, ayuda a Jesús a llevar la Cruz. Este era padre de Alejandro y Rufo, serían conocidos por los primeros cristianos.

Jesús sufre en la cruz. La mezcla de vino con mirra se daba a los ajusticiados, y era una especie de analgésico. Jesús, que estaba dispuesto a beber hasta la última gota del cáliz que el Padre le había preparado, no quiere disminuir en nada su conciencia en aquella hora suprema. Por eso rechaza el vino mezclado con mirra.

Cuando levantaron a Jesús, clavaron en la cabecera de la cruz el letrero de la acusación, que hasta ese momento había llevado colgado al cuello. Entonces empezaron a desfilar sus enemigos en son de triunfo y, meneando la cabeza, unos le recordaban su amenaza al templo y otros lo denunciaban como falso Mesías. Se repite, pues, la doble acusación: de blasfemo y de sedicioso político.

Los profetas ven en el oscurecimiento del sol una señal que acompaña siempre al juicio de Dios. Según esto se trataría aquí de la manifestación de la ira de Dios contra la ciudad y el pueblo que asesina al Mesías que le ha sido enviado.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"

“Dios mío, por qué me has abandonado”. Con estas palabras comienza el salmo 22, que tiene un sentido mesiánico, pasa de la soledad a la visión de la salvación, como pasarían esas profecías en la mente de Jesús, al ver que se estaban cumpliendo en él. Las palabras finales de Jesús: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 31, 6) abren el mundo a la salvación de la Nueva Alianza. Lo antiguo desaparece: el velo del templo se rasga. Se acabó el viejo culto y los privilegios de los sacerdotes; ahora todos tienen acceso a la presencia de Dios en Jesucristo.

El capitán de los soldados, que ha visto morir a Jesús dirá: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es hombre y Dios, y hoy como también leeremos el viernes, lo vemos en su entrega total a beber su cáliz. «¡Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz!». Ve el sufrimiento que está a punto de caer sobre Él, físicos y morales, pues toma nuestras miserias y se hace «el pecado del mundo».

Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». Agoniza allí donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia, como vemos en los niños agredidos desde el vientre de sus madres y luego en todo tipo de barbaridades que personas depravadas hacen con ellos, y tantos hombres y mujeres inocentes que sufren injusticias... podemos unirnos a su sufrimiento y hacer el proceso interior de su alma: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Y es que no entendemos el mal, podemos sentirnos desolados en una noche oscura, y a partir de esa entrega confiada en Dios, podemos ir sintiendo la acción salvadora a través de esa cruz: «Jesús está en la cruz hasta el fin del mundo» en los inocentes que sufren, los enfermos graves, injusticias con los pobres... En un campo de concentración nazi se colgó a un hombre. Alguien, señalando a la víctima, preguntó a un creyente que tenía al lado: «¿Dónde está ahora tu Dios?». «¿No lo ves? -le respondió-. Está ahí, en la horca». Igual que el Cireneo podemos ayudar a Jesús a llevar la cruz.

San Andrés de Creta nos anima a salir al encuentro de Cristo que, libremente y por amor, se encamina hacia la cruz:  “Corramos, pues, con el que se dirige con presteza a la pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro. No para alfombrarle el camino con ramos de olivo, tapices, mantos y ramas de palmera, sino para poner bajo sus pies nuestras propias personas, con un espíritu humillado al máximo, con una mente y un propósito sinceros, para que podamos así recibir a la Palabra que viene a nosotros y dar cabida a Dios, a quien nadie puede contener… Así, pues, en vez de unas túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún, de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos tendidos a sus pies, a manera de túnicas. Nosotros, que antes éramos como escarlata por la inmundicia de nuestros pecados, pero que después nos hemos vuelto blancos como la nieve con el baño saludable del bautismo, ofrezcamos al vencedor de la muerte no ya ramas de palmera, sino el botín de su victoria, que somos nosotros mismos.

Aclamémoslo también nosotros, como hacían los niños, agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel”.

Podemos ir estos días de la mano de María, pues como decía san Bernardo, “si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas… mira a la estrella, llama a María... En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María... Siguiéndola, no te desviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, no te perderás. Si ella te tiene de la mano no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te es propicia", con ella llegaremos a la Resurrección de Jesús, y al cielo.



JMRS


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