Formato de impresión


Entre un antes y un después 


2024-04-09

Por | Juan del Carmelo

Es así, como transcurre nuestra vida en este mundo, entre un antes y un después y digo que no es mucha la atención que le prestamos al ahora, es decir al momento presente, y o bien nos refugiamos en el pasado, la mayoría de las veces sobrevalorando su importancia y generándonos este, una nostalgia que nos condiciona el presente, o bien soñamos, con un futuro mejor que nos auto-consuela de las durezas del momento presente con un optimismo y a veces con un pesimismo fuera de toda justificación. Lo importante es vivir el presente y sea bueno o a nuestro escaso juicio malo, es lo que Dios que todo lo dispone nos proporciona y dado el infinito amor que nos tiene, sea bueno o malo lo que recibamos de sus divinas manos viene  y es lo que más nos conviene, aunque no lo comprendamos.

Cuando abandonemos este mundo que  tan maravilloso nos parece que es, nunca más volveremos a tener un antes y un después, ya que habremos entrado para bien o para mal en la eternidad. El antes y el después solo pueden existir si existe el tiempo, ese dogal que tiene puesto nuestro cuerpo, no nuestra alma que es inmortal, porque el tiempo es lo propio de la materia  que se descompone con el transcurso del tiempo y fenece, por el contrario nuestra alma pertenece al reino del orden espiritual, como Dios que es espíritu puro y lo que pertenece al orden espiritual por ser simple no se puede descomponer y nunca fenece.

Tenemos pues desde que nacimos nuestro cuerpo sometido al dogal del tiempo y este es el que nos impide vivir en la eternidad, cuando abandonemos este mundo, es decir cuando nuestro cuerpo fenezca, nuestra alma podrá vivir ya para bien o para mal en la eternidad. Este dogal del tiempo, no es necesario tenerlo, porque nos sirve de recordatorio de que aquí en este mundo solo estamos de paso y nadie se ha quedado aquí, ni nadie se va a quedar, por lo que lo nuestro aquí y el ahora que vivimos, es prepararnos para lo que nos vendrá después de abandonar este mundo, para evitar caer en las negras tinieblas del pozo del odio y lograr un buen grado de glorificación en el cielo que nos espera, donde no todos podremos gozar por igual de lo que Dios nos tiene preparado: "Yo voy a preparar un lugar para vosotros. Y cuando haya ido, y os haya preparado lugar, vendré otra vez y os llevare conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros". (Jn 14,2-3). El grado de amor que esta vida hayamos alcanzado, será el grado de glorificación  que obtendremos en el cielo.

Aquí en este mundo, lo que tenemos entre el antes y el después es el momento presente y precisamente, es en el tiempo presente donde nos debemos de centrar y vivirlo, olvidándonos de lo pasado y sin preocuparnos del después. Todos tenemos los tres tiempos, porque todos tenemos un pasado, un presente y un futuro, el presente siempre permanece inalterable y se desplaza en nuestras vidas, sumándole cuantía al pasado a costa de reducírsela al futuro. Pero hay un algo que nadie conoce, es la cantidad de los días de su futuro, si conocemos la de nuestro pasado, pero imposible conocer la de nuestro futuro, porque ello solo lo sabe Dios, que es el que un día cercano o lejano nos llamará, para hacernos plenamente felices, si es que hemos sido capaces, de hacer algo tan simple como es el aceptar su amor.          

Empecemos, por examinar el tiempo pasado. Como antes decíamos el tamaño de este, viene fijado por los años que hayamos pasado en esta vida. Con respecto a él el Señor nos dejó dicho: "Nadie que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios" (Lc 9,62). Lo pasado, pasado está y no es bueno mirar atrás, el refrán popular dice: Agua pasada no mueve molino. Si te centras en mirar el pasado, traerlo continuamente al presente, por medio de tu memoria, llega un momento que lo deformas, que lo fabricas a tu gusto y en general nunca guardas el equilibrio de las cosas buenas y malas que te sucedieron, porque tu mente en unos casos, tiende a olvidar lo malo y recordar siempre lo bueno y al contrario también los hay que tienden a recordar lo malo y olvidarse de lo bueno.

Henry Nouwen escribe diciéndonos: "El pasado puede convertirse en un cárcel en la que uno se siente cogido para siempre, o una razón constante de autosatisfacción. Tu pasado puede hacerte sentir profundamente avergonzado o lleno de sentido de culpabilidad, pero también puede ser causa de orgullo y satisfacción". Mirar para atrás, solo podemos hacerlo los seres humanos y si lo hacemos, mirando lo malo, aquello ya pasó y buena gana de volver a recordarlo para sufrir otra vez  y avivar con el recuerdo los resentimientos dormidos. Si miramos lo bueno que nos pasó, esto ya paso y es imposible quererlo repetir. Es muy típico, querer actualizar en el presente lo pasado, y el que esto intenta, se olvida que la vida es como una función de teatro, y nadie puede repetir la función, porque aunque disponga del escenario, le faltaran siempre los actores y no por que estos se hayan muerto ya, es que aunque vivan, las personas cambiamos con los años, cambian nuestros cuerpos, pero también nuestras almas, muestras mentes, nuestras ideas, nuestros gustos, en fin todo y si no que lo digan los que tuvieron hijos y estos se hacen mayores.

Sin embargo, el mirar para atrás, si tiene algo de positivo desde el punto de vista espiritual, porque nos daremos cuenta de cómo Dios nos ha ido llevando hacia Él, dándonos gracias y bienes o permitiendo que recibiésemos zarpazos del sufrimiento, y con más o menos claridad nos daremos cuenta del montón de oportunidades que en el orden espiritual, el Señor no dio y no supimos o no quisimos aprovecharlas. También, si recordamos nuestras ofensas a Él, que ya fueron limpiadas con el sacramento de la reconciliación o penitencia, vendrá a nuestra memoria si fuimos sinceros en nuestro arrepentimiento la correspondiente compunción, de saludables efectos espirituales. No conviene mirar atrás, pero si se mira, no olvidar que también todo lo que nos pasó fue y es adorable, porque tanto lo bueno como lo malo fue querido o permitido por el Señor, con la finalidad de que fuésemos hacia el amor que Él continuamente nos está ofreciendo.

Y en relación al tiempo futuro, hemos de tener en cuenta, que solo Dios conoce cuál será el contenido de nuestro futuro. Una de las razones básicas de ese afán humano de conocer el futuro, tiene su razón de ser, en el deseo de seguridad que todos tenemos. El hombre es un ser inseguro, y quiere averiguar lo que le ofrecerá su futuro. Pero el Señor, que bien sabía esto nos dejó dicho: "No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Que comeremos, que beberemos o que vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán". (Mt 6,31-34).

Este deseo de seguridad que el hombre tiene, quiebra muchas veces su confianza en Dios, entregándose a prácticas de superstición y espiritismo, que ya en el A.T. (Dt 18,9-12) No eran permitidas por el Señor, y quebrantar esta norma le costó la vida al rey Saúl, el cual antes de la batalla en la que perdió la vida acudió a una adivina. Es de gran interés, que San Agustín haya llegado a escribir un tratado entero contra las prácticas de adivinación, en él que rechaza de modo muy severo y no admite siquiera que en un caso extremo, se abra la Biblia al azar para encontrar una regla de conducta inmediata; cosa esta que es muy típica. La voluntad del Señor para con nosotros, nunca es el fruto de un abrir una Biblia ni ningún libro religioso al azar, para conocer la voluntad de Dios sobre nosotros, lo cual no es cuestión de un instante, sino el fruto de la oración y la perseverancia, marginando siempre nuestros deseos y caprichos.

En resumen se puede afirmar que para un católico, todo aquello a lo que le demos culto y le reconozcamos poderes o atributos que son específicos de Dios es superstición, entendido el término superstición en sentido amplio, como toda actividad que merme nuestra confianza en Dios. El desarrollo intelectual de la humanidad, y sus avances científicos han dado explicación a muchos fenómenos que antes se tenían por supersticiones, pero no por ello, las supersticiones han desaparecido, pues si se trata de quebrar la confianza de las personas en el Señor, satanás esta siempre a la que salta.

En cuanto a la adivinación del futuro, este solo Dios lo conoce y no existe poder humano que pueda desentrañarlo. Por ello, todo lo referente a la adivinación del futuro de una persona, grupo, entidades o países, es pura superchería.
 



aranza


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com