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Herodes veleidoso, impuro y cruel 


2024-06-07

Por | Dr. Enrique Cases

Al hacerse hombre el Hijo de Dios pasó a ser súbdito de un déspota que tiranizaba por delegación, ya que el país pertenecía a los romanos y sólo bajo su autoridad y con su consentimiento alguien podía titularse rey de los judíos. Éste fue Herodes, cuyo nombre significa descendiente de héroes. Pero no fue precisamente un héroe, sino un miserable de la peor calaña, más aún cuando tuvo muchas oportunidades de ser un buen hombre, o, incluso un héroe.

El Herodes que se encontró con Jesús durante el juicio era un digno sucesor de Herodes el Grande por su crueldad, aunque se le puede añadir la característica de superficialidad.

El caso de Herodes es un triste modelo de como perder una oportunidad de oro para convertirse y salvarse, bastaba con que defendiese la verdad y la justicia propias de su oficio.

Jesús fue conducido a Pilato el Viernes Santo para que fuese condenado de una manera sumaria con engaños. Pilato se da cuenta de que Jesús es inocente, pero es débil, e intenta diversos métodos para liberarle de la envidia homicida. Uno de estos métodos es enviarlo a Herodes pues Jesús está, en cierta manera, bajo su jurisdicción. Herodes tenía en su mano juzgarlo con justicia y liberar al Señor. Todo ayudaba a esta decisión, incluso desde el punto político, pues estaba enemistado con los judíos, Pilato parece que busca reconciliarse con él. Si emitía una absolución en el juicio sería muy bien visto por Pilatos y por los galileos, además la ira de los sanedritas le tenía sin cuidado. Pero perdió la oportunidad de vivir según justicia y verdad. Actuó en lo público según actuaba en lo privado.

¿Acaso es posible ser prudente y justo si se es impuro e intemperante? No parece. La historia es tan constante en manifestarnos la unidad del ser humano que es mejor no hacerse ilusiones pensando que un hombre puede ser un sinvergüenza en lo privado y un dechado de justicia en lo público. Pueden tener aciertos, y muchos los tienen, pero casi se puede decir que son a pesar suyo.

Veamos el juicio de Jesús ante Herodes, si se puede llamar juicio a aquella parodia: Dijo Pilato a los sumos sacerdotes y a la muchedumbre: no encuentro ningún delito en este hombre. Pero ellos insistían diciendo: Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando por Galilea, hasta aquí. Pilato al oírlo prreguntó si aquel hombre era galileo. Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que estaba aquellos días en Jerusalén. Herodes, al ver a Jesús se alegró mucho,pues deseaba verlo hacía mucho tiempo, porque había oído muchas cosas acerca de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le preguntó con mucha locuacidad, pero él no respondió nada. También estaban allí los príncipes de los sacerdotes y los escribas acusándole con vehemencia. Herodes, junto con sus soldados, le despreció, se burló de él poniéndole un vestido blanco y enviándole a Pilato. Herodes y Pilato se hicieron amigos aquel día, pues antes eran enemigos entre sí.

En el salmo segundo estaba profetizado del Mesías:se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes contra el Señor y contra su Cristo. Estas palabras tienen ahora cabal cumplimiento, según transmite el libro de los Hechos: Porque verdaderamente se han reunido en esta ciudad (Jerusalén) contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato conlos gentiles y las tribus de Israel, para hacer lo que tu mano y tu consejo decretase que se hiciese. Extrañas alianzas hace el pecado. Se separan y se odian por sus pecados, pero se unen ante la inocencia y la verdad. Lo que ocurrió con Cristo sucede tantas y tantas veces en la historia, que conviene no olvidarlo para evitar lamentaciones o ingenuidades, y aprovechar el valor redentor de esas dificultades como lo hizo Jesús.

La actitud de Cristo ante Herodes contrasta con la que tuvo ante Pilato. Jesús no respondió nada a la locuacidad del que le podía conseguir la libertad de sus acusadores. La postura del Salvador es de sencillez y, por otra parte, de severidad. Su silencio es como un castigo ejemplar por la conducta anterior de Herodes y en el mismo juicio. Herodes capta esta acusación silenciosa y le viste de blanco en señal de burla como si estuviese loco. Interroguémonos sobre la conducta de Herodes que tanto repugna a Jesús. ¿Es que acaso no estaba dispuesto a perdonar los pecados de Herodes? Sí lo estaba, pero Herodes está demasiado degenerado para aprovechar aquella oportunidad de rectificar. Esperaba verle hacer algún milagro, como si fuese una distracción más de las muchas que aturdían sus sentidos y su mente. Deseaba verle, pero no para conocer lo que decía Jesús, ni para enterarse de primera mano sobre si era o no el Mesías. Sólo busca divertirse ante sus cotesanos. Era un depravado. El silencio de Jesús, siempre tan dispuesto a acoger a todos, es duro. Durante el simulacro de proceso, el Señor calla. Iesus autem tacebat (Mateo XXVI,63). Luego, responde a las preguntas de Caifás y de Pilatos... con Herodes, veleidoso e impuro, ni una palabra (cfr Lucas XXIII,9): tanto deprava el pecado de lujuria que ni aun la voz del Salvador escucha.

La veleidad de Herodes se hace manifiesta en su opinión sobre quien es Jesús. Así lo cuenta Marcos: Llegó esto a oídos del rey Herodes, pues su nombre se había hecho famoso, y decía: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso tiene el poder de hacer milagros. Otros decían: Es Elías. Otros, en fin decían: es un profeta, igual que los demás profetas. Pero cuando lo oyó Herodes, decía: Este es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.

Lucas añade que deseaba verlo, pero sólo por la curiosidad de ver prodigios, no por hablar con la verdad y preguntarle, o para arreglar su vida tan destrozada por la impureza, la crueldad y la injusticia. Entre los que le rodean algunos tienen opiniones peregrinas sobre Jesús, como que era Elías. Pero otros, mejor encaminados, dicen a Herodes que quizá sea un nuevo profeta, si se convirtiese se podría rehacer aquella vida desenfrenada, pero su intento fue inútil. Estaba demasiado enviciado en sus pecados y muy poco dispuesto a rectificar.

La impureza de Herodes era pública y por ello Juan Bautista le reprendía públicamente. Herodes había tomado como mujer a Herodías la mujer de su hermano Filipo. Juan decía a Herodes que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Además de la impureza, estaba el escándalo ante el pueblo. Juan no podía callar. Herodías odiaba a Juan y tramó un plan para asesinar a Juan.

El relato que recogen los tres sinópticos revela como aquella perversa mujer conocía bien la debilidad de Herodes. Prepara un banquete para su cumpleaños, correrían en abundancia las bebidas junto a la comida. Entonces la malignidad de Herodías realizó un plan realmente indigno y sorprendente: hace bailar a su hija Salomé ante Herodes y le agrada. Este en su veleidad y debilidad le dice:"Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le juró varias veces: Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino". El objetivo de Herodías ha sido conseguido en el momento más propicio: alcanzar dominar con un juramento a aquel hombre débil, pero que aún conservaba cierta dignidad ya que "sabiendo que (Juan) era un varón justo y santo, le protegía, y al oírlo tenía muchas dudas pero le escuchaba con gusto". Entonces la maldad de Herodías surge con toda su fuerza y dice a su hija que pida la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. Herodes debió conmocionarse al escuchar aquella petición imprevisible en una jovencita. Su mente embotada por el banquete y las malas costumbres daría vueltas, ¿qué hacer?. No debo matar a un inocente por el capricho de una niña o por la malicia de su madre, pero a su débil voluntad se presentan dos motivos realmente extraños: ha dicho un juramento y debe cumplirlo, como si se debiesen cumplir los juramentos en cosas prohibidas por la Ley de Dios; y el pensamiento de lo que pensarán los convidados le lleva a creer que le verán débil si no cumple su tonta palabra. No le importó vivir públicamente con la mujer a su hermano, ni le importa su intemperancia ante sus invitados, pero le importa el que dirán si no asesina. Y, enviando un verdugo, el rey mandó traer su cabeza. Aquél marchó y lo decapitó en la cárcel, trajo su cabeza en una bandeja y lo entregó a la muchacha, y la muchacha la entregó a su madre.

Un comienzo de impureza y desvergüenza pública concluye en un acto de crueldad con sangre inocente. Este era el juez que se encontró Jesús en su Pasión. Este es el que no escuchó ni una palabra de Nuestro Señor. ¿Hubiera sido distinta la conducta de Nuestro Señor si Herodes hubiese reconocido sus pecados o al menos hubiese manifestado interés por lo que enseñaba Jesús?. Es lógico pensar que sí, pero Herodes estaba destrozado por dentro. Era un degenerado.

El deterioro moral de Herodes es patente. Primero vive mal la virtud de la pureza incurriendo en adulterio con la mujer de su hermano. En este estado conserva un cierto respeto por Juan Bautista porque le reconoce como bueno y santo, pero no lleva a la práctica sus consejos, aunque duda. La malicia de Herodías hace caer al hombre impuro en delito claro de sangre: el degollamiento de Juan. No es fácil saber lo que pensaría al ver la cabeza del Bautista en la bandeja, pero no rectificó, aunque quizá le doliese un tiempo. Ante Jesús su deterioro ha aumentado. Piensa alocadamente que Jesús es Juan resucitado, entonces en vez de arrepentirse le pide milagros. Las burlas que hizo a Jesús debieron ser especialmente molestas, -el Espíritu Santo ha querido que quedasen veladas en la Sagrada Escritura con divino pudor-, ante ellas Jesús calla, con un silencio acusador, como conteniendo la justicia divina que llegará en el momento oportuno.

Es un proceso comprensible si conoce un poco el interior del hombre. A veces se habla de las virtudes como si fuesen potencias separadas en el hombre. No es así, el hombre es uno. El deterioro de una virtud lleva al de las demás. El hombre impuro es débil no sólo en esa virtud sino en todas las demás, difícilmente será justo o decidirá con prudencia, aunque sea en cuestiones aparentemente lejanas a la castidad.

Herodes es un triste ejemplo de ese deterioro interior. Su final fue también triste. "Flavio Josefo ve la causa de su desastre en la muerte de Juan el Bautista, que habría puesto el pueblo contra él. Sería aquel adulterio que denunciara Juan la causa de su catástrofe: Aretas, rey de los nabateos, padre de la antigua esposa repudiada, esperaba la hora de su venganza. Y ésta llegó en el momento en que muerto Tiberio, Herodes Antipas se quedó sin protección. Cuando pidió ayuda a Vitelio, el gobernador tantas veces espiado por Herodes, éste dejó al reyezuelo en manos de su suerte. Los árabes invadieron su reino, destruyeron y arruinaron sus palacios. Y Herodes tuvo que huir desterrado a las Galias. Y Herodías compartió su destierro. Una leyenda medieval quiere que a Salomé, bailando un día sobre un río helado, se le rompiera el hielo y fuera engullida por el agua. Leyenda piadosa, sin duda. Dios no necesita este tipo de venganzas. El malvado es siempre engullido por sus propios crímenes". 



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