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Myanmar: deserciones y desmoralización de la junta militar
Por Julian Küng desde Bangkok | DW Hace un año, Aung Kyaw era un simple trabajador de una fábrica en un suburbio de Yangon. Hoy, es buscado como enemigo del Estado en su tierra natal, y teme por su vida. Se esconde con otros soldados renegados en un bloque de apartamentos sin nombre, en algún lugar de la frontera entre Myanmar (antigua Birmania) y Tailandia. El camino involuntario de Aung hacia la guerra comenzó con un turno de trabajo que se extendió demasiado. Ya estaba en vigor el toque de queda cuando los soldados le bloquearon el camino a casa y le dieron a elegir: "¿prisión o Ejército?" Desde entonces, perteneció a una institución que despreciaba. Tras seis meses de entrenamiento básico, el joven de 21 años llegó a las zonas de combate del este del país. Allí, la junta militar lucha por el control de regiones fronterizas estratégicamente importantes y de lucrativas rutas comerciales hacia Tailandia. Miseria en el frente "Muchos de los heridos simplemente quedaron tirados allí", recuerda. El régimen tiene grandes dificultades para suministrar alimentos, municiones e insumos médicos a sus tropas. "Los rebeldes bloquearon las carreteras". Muchos soldados estaban desmoralizados, agotados y ya no querían luchar, "pero sus superiores les obligaban a hacerlo", añade. Además, se corrió la voz de que no se había pagado la compensación prometida a las familias de soldados caídos. "Solo pocas familias recibieron dinero", dice Aung. Para combatir la desmoralización, "cada soldado recibía cuatro pastillas de metanfetaminas dos veces por semana". Algunos fueron obligados a consumir una mezcla de metanfetaminas y cafeína. "Fingí que me los tragaba pero los tiré", dice. Aung no pudo soportar las condiciones. Desertó para unirse a los rebeldes. Luchó por un mes contra el régimen militar en las filas del Ejército de Liberación Nacional Karen (KNLA), uno de los ejércitos étnicos más antiguos y fuertes de Myanmar. "La resistencia pronto vencerá y recuperaremos nuestro país", afirma convencido. Unos 15,000 soldados y policías se han unido a la resistencia desde el golpe militar, estima Naung Yoe, de People's Goal, que ayuda a soldados a desertar. No se dispone de cifras exactas, pero la organización ha registrado un aumento significativo desde la "Operación 1027", el pasado otoño. Punto de inflexión: ataques coordinados contra la junta La llamada "Operación 1027" marcó un punto de inflexión en la guerra civil de Myanmar. A finales de octubre, una alianza de tres ejércitos de minorías étnicas lanzó un ataque coordinado contra la junta y se apoderó de un territorio importante en el norte del país. Tras el éxito de esta ofensiva, se formaron otras similares en numerosas regiones del país. El Ejército de Myanmar, antes considerado invencible, sufre una serie de derrotas. Una alianza flexible de ejércitos de minorías étnicas y milicias prodemocracia ha capturado cientos de puestos militares, rutas de comunicación y territorios, incluidas zonas fronterizas clave con China, India y Tailandia. En las tierras bajas centrales, zona de asentamiento de la mayoría birmana, el Ejército sigue claramente en el poder. Pero el Consejo Asesor Especial para Myanmar (SAC-M), un grupo independiente de expertos internacionales, concluyó que los golpistas ya no ejercen un control estable sobre el 86 por ciento del país y el 67 por ciento de la población; el área de influencia de la junta se reduce, mientras el movimiento de resistencia y la cifra de soldados renegados y evasores del servicio militar que se unen a los rebeldes crece. Junta militar oculta el éxito rebelde Zeya, de unos 40 años, también encontró refugio en zona rebelde. Con camisa hawaiana y pantalones cortos, parece un lugareño común. Pero su actitud disciplinada y sus respuestas breves dan una idea de su pasado. Sirvió en el Ejército de Myanmar por 25 años. Primero, como soldado, y luego como oficial de telecomunicaciones, un enlace entre el frente y la dirección del Ejército. Fue enviado al norte del estado de Shan durante la "Operación 1027", para detener la ofensiva rebelde, pero todo fue un desastre "brutal", dice. "Nuestros rifles eran casi imposibles de cargar. Sólo podíamos disparar dos cargadores antes de que se atascaran de nuevo. Como si el Ejército quisiera enviarnos a una muerte segura". Muchos soldados murieron o fueron capturados. Pero, en las últimas filas, "no tienen idea de lo que sucede", asegura Zeya. Cuando los grupos de oposición derriban un avión de combate, se habla de un "defecto técnico". Las derrotas y pérdidas de territorio se pasan como "retiradas tácticas temporales" o se descartan como engaños. Se mantiene en secreto que miles de soldados del régimen han muerto desde el inicio de la ofensiva rebelde. Deserción y represalias Zeya no pudo soportarlo y planeó su fuga. Sin embargo, darle la espalda al Ejército de Myanmar conlleva riesgos importantes. Los traidores enfrentan castigos draconianos: largas penas de prisión, torturas e incluso la pena de muerte. "Las familias de los soldados renegados han sido presionadas, amenazadas, y sus propiedades, confiscadas”, añade Naung Yoe, de People's Goal. Además, suelen depender de pagos de pensiones, que se pierden cuando los soldados desertan. Zeya escondió a su pequeña hija con su suegra y le dio al mando del Ejército una dirección falsa. Reinició su teléfono celular y cambió las tarjetas SIM. "Solo para cruzar la capital, Naipyidó, tuve que tomar siete rutas diferentes en mi motocicleta", cuenta. Tras hallar refugio en territorio rebelde, quiere convencer a sus excompañeros para unirse a la resistencia. Más de la mitad está dispuesta, afirma. "Pero, antes, quieren ver si me va bien". aranza |
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