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Virtudes del gobernante y del gobernado
Por | José Manuel Rodríguez Canales Recuperar el valor del bien común y los grandes principios de la subsidiaridad y la solidaridad. Gentes más enteradas que este servidor, más atrevido y bienintencionado que experto, corregirán o precisarán este breve intento de buscar luces en medio de las tinieblas recurrentes que nos cercan hoy en día por los hechos que todos conocemos o sospechamos en la escena política actual del Perú. Se me podrá acusar de ingenuo, desencarnado o dárseme el peor insulto que tiene la política maquiavélica: teórico. Me importa poco porque lo que me interesa es imitar a Boecio y por ello acceder a los principios clásicos del buen gobierno para consolarme y consolar, si es posible, a mis lectores, víctimas todos de la perplejidad adolorida y justa que produce el contraste entre lo que esperamos de nuestros gobernantes y lo que nos toca ver. El primer asunto en juego es la noción misma de política que ha pasado de ser el arte moral del buen gobierno que comenzaba con el buen gobierno del gobernante sobre sí mismo a convertirse en una ilusa técnica que jamás podrá responder a la profunda y fundante realidad personal de las sociedades. Me explico: desde Macchiavello lo político dio un vuelco hacia el cinismo de las razones puras y duras del poder abandonando toda consideración moral verdadera que se funda en la noción de persona. Olvidada la persona como fundamento y reemplazada por el individuo teóricamente individualista y salvaje, la política de hoy es un simple juego de negocios cuyo premio es el poder. No se puede esperar nada bueno de este juego. En serio: nada bueno. Toca por lo tanto volver a poner a las personas en el centro de toda consideración sobre la acción política, recuperar el valor del bien común y los grandes principios de la subsidiaridad y la solidaridad. Y para hacerlo necesitamos volver a la escuela de las virtudes clásicas del gobernante. Algunos apuntes sueltos sobre lo que enseña Aristóteles y recoge Santo Tomás. La primera virtud del gobernante es, valga la redundancia, la preocupación ética, el estudio de las virtudes para ser él mismo virtuoso porque la razón de ser del gobierno es hacer virtuosos y no viciosos a sus gobernados. La segunda es la experiencia entendida básicamente como el dominio sobre las pasiones, de allí que un joven (y no habla de edad sino de espíritu juvenil) no está capacitado para gobernar porque es mucho más proclive a dejarse llevar por sus pasiones, a ser precipitado en sus decisiones e influenciado por favoritismos y adulaciones. Deben gobernar siempre hombres magnánimos, de alma grande y mayor, y no hombres pusilánimes, miedosos y que basan sus cálculos en no quedar mal u obtener su comodidad, su fama o algún otro de esos fatídicos oropeles que conducen a la ruina de la ciudad. La tercera es buscar como fin de la sociedad la felicidad máxima para todos dejando de lado intereses particulares. Todo esto implica la prudencia como ejercicio de recuerdo constante de principios buenos, discernimiento sobre su aplicación a los casos concretos y decisión firme de cumplir las disposiciones tomadas luego de un prudente estudio. La cuarta es insumo de las otras tres, a saber: conocimiento de las situaciones concretas, es decir lucidez y sagacidad sobre asuntos, personas y procesos que se dan al interior de la sociedad. La quinta, la base de todas las anteriores, es la humildad que a decir de Santa Teresa de Jesús es un andar en verdad, es decir, el ejercicio primordial de la verdad en el propio corazón, la verdad hecha vida cotidiana. Sólo la humildad puede hacer que el gobernante actúe con conciencia recta y no enceguecido por la soberbia. Debo decir que el gobernante nunca gobierna solo, requiere que los mismos gobernados lo acompañen en la búsqueda de las virtudes que todos requerimos para construir una sociedad sana. Es decir, siempre tendremos los gobernantes que merecemos, diría incluso, los que podemos desde la manera en que actuamos como ciudadanos. Se trata de educarnos como gobernantes para ser buenos gobernados y así tener buenos gobernantes. Por último hay que añadir que el ejercicio de la amistad es para Aristóteles un asunto fundamental en la construcción de la sociedad. De allí esta célebre frase: "si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad no necesitarían la justicia". Todo difícil pero indispensable siempre. aranza |
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