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Sufrimiento del cuerpo, sufrimiento del alma
Por | Juan del Carmelo El dolor es el origen o la fuente, donde nace el sufrimiento. Sin dolor no hay sufrimiento, se sufre cuando hay que soportar un dolor, cuando hay dolor, sea este de carácter físico, o de carácter síquico. El dolor que se experimenta puede ser tanto de carácter físico, dolor creado por el cuerpo y soportado por el alma, como psíquico, dolor creado por las circunstancias y soportado por la propia alma. Una enfermedad, una herida, son dolores materiales que crea el cuerpo; una pérdida de un ser querido, una desgracia familiar, de otra índole, una contrariedad, son dolores que dan origen a sufrimientos psíquicos, en el alma. Dolor y sufrimiento, son dos términos, que generalmente no son usados correctamente. En definitiva, sufrimiento y dolor son términos que se yuxtaponen, pero es de tener presente que, aunque nunca puede haber sufrimiento sin dolor, sea este físico o psíquico. Sí puede haber dolor sin sufrimiento, cual es el caso de una perfecta aceptación del dolor por amor a Dios, El sufrimiento, no tiene término medio, o bien destroza al ser humano o lo santifica. Porque la aceptación del sufrimiento por amor a Dios santifica el alma. Tanto el dolor como el sufrimiento, sea el dolor de origen material, es decir producido por nuestro cuerpo como el psíquico, quien al final lo soporta todo, es nuestra alma. Se puede pensar que el dolor que tiene su origen en el cuerpo, es este el cuerpo quien lo soporta, pero no es así, el cuerpo carece de capacidad para soportar el dolor, él lo único que hace es crearlo, pero no soportarlo. Pongamos un ejemplo: un cuerpo abandonado por su alma, es decir un cuerpo ya cadáver, ni siente dolor ni sufrimiento, por mucho que se le corte o se le rompan sus tejidos, por parte del forense que está haciéndole una autopsia, el cuerpo, cadáver es y nada siente. Nosotros, no hemos sido creados para el dolor, pero éste es consustancial a nuestra naturaleza viciada por la concupiscencia y tiene la virtud de recordarnos, que esta vida no es nuestra vida, que aquí y ahora, estamos de paso para una vida futura que será eterna. Aquí y ahora, estamos atravesando un puente entre dos orillas desconocidas para nosotros, pues ignoramos de dónde venimos, y a dónde vamos. Esta ignorancia solo podemos dominarla con lo que denominamos Fe; que es el conocimiento, sin la evidencia que nos daría la comprobación, porque si tenemos la evidencia de algo, lo que tendremos será una Fe ya comprobada, que deja de ser Fe, para pasar a ser evidencia. Como ya antes hemos escrito: Del dolor nace el sufrimiento. El dolor nunca podemos mitigarlo, el sufrimiento, sí que podemos mitigarlo, incluso anularlo y hasta desearlo por amor a Dios. Porque del amor viene el carácter expiatorio del sufrimiento. Cuando se sufre amando, se termina por no sufrir, porque cada vez más, se va uniendo uno a los sufrimientos, de Nuestro Señor Jesucristo en su Pasión y muerte en la Cruz. En una alocución pronunciada el 24 de marzo de 1979, por Juan Pablo II, este nos dejó dicho: "El sufrimiento es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que después del pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del espíritu y el desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica lo sublima, lo vuelve válido para la eternidad". Por su parte el papa Pablo VI el 5 de octubre de 1975, en una de sus homilías manifestó: "Para quienes creen en Cristo, las penas y los dolores de la vida presente no son signos de gracia y ni de desgracia, son pruebas de la infinita benevolencia de Dios, que desarrolla aquel designio de amor, según el cual, como dice Jesús: "...el sarmiento que dé fruto el Padre lo podará, para que dé más fruto". (Jn 15,2). También Juan Pablo II en su encíclica "Veritatis splendor", se refiere al valor testimonial que tiene el sacrificio, y a la obligación que tiene el cristiano de ofrecer un testimonio de coherencia, al decir que: "Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios". De todas formas, es necesario considerar que para desear el sufrimiento, es necesario, haber alcanzado en esta vida, un elevado nivel de vida espiritual unido a una gran fortaleza de espíritu, nacida de un gran amor al Señor. El sufrimiento en sí no es deseable ni bueno tal como escribe el Abad Boyland: "Para las disposiciones necesarias en el sufrimiento, debemos observar ante todo que el sufrimiento en sí y por sí, no es bueno, ni Dios lo quiere así. Su valor está en el efecto que tiene sobre el alma y en los actos por razón de los cuales es ocasión". En lo que se refiere a los efectos del sufrimiento sobre el alma, el sufrimiento es una fuente inagotable de gracias divinas. Ningún santo ha visto en el sufrimiento otra cosa que el beneficio de la gracia divina comprendido en él. El papa Juan Pablo II, en su libro "Orar", escribe que: "Un sufrimiento soportado con paciencia se convierte en cierto modo en oración y en fuente fecunda de gracia". El sufrimiento bien llevado es una fuente de nuevas gracias para el alma escogida. Santa Teresa de Lisieux, manifestaba: "Un sufrimiento bien sufrido merece la gracia de un sufrimiento más". Para el hermano Pedro Finkler, el sufrimiento soportado por amor a Dios puede ser incluso más meritorio y más útil para la salvación del mundo que lo puedan ser las inefables alegrías de una profunda vida de oración contemplativa. El sufrimiento es un duro privilegio que Dios, regala a algunas almas escogidas por Él y para Él. Si hemos sido escogidos por Él, no nos podemos negar al sufrimiento, porque negarnos al sufrimiento, sería negarnos al amor de Dios y si nos negamos al amor, negamos a Cristo. No hay que olvidar que el valor expiatorio del sufrimiento en el alma humana, nace del amor y se aumenta el amor si se acepta con amor. aranza |
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