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¿Quién es pobre? ¿Quien es rico? 


2024-07-25

Autor: Néstor Mora Núñez

¿Quién es pobre? ¿Quien es rico? Es curioso que todavía pensamos que es rico quien tiene dinero o bienes valiosos. Hace un par de semanas estuve en la presentación de un plan social de un ayuntamiento y la consejala de bienestar social nos decía que cada vez se detectan más pobres rodeados de muebles de caoba y objetos de plata. ¿Cómo es posible esto? Parece una contradicción pensar en que quien vive rodeado de bienes de cierto valor, no tenga qué comer y viva en la más terrible soledad.

Conozco a personas con propiedades, que viven peor que sus inquilinos. Nadie quiere comprarles las propiedades y los inquilinos le pagan una miseria. ¿Quién es rico y quién es pobre?

La riqueza no se mide en el valor de lo que cada cual posee, sino en la capacidad de acceder a los bienes más fundamentales: comida, sanidad, compañía, atención, etc.

El apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo «no tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar» (Hch 3, 6)... La palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.

Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres  que ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro (Hch 4,4). Este pobre que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios, que dio no solo vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma  y su fe a aquella ingente multitud de creyentes. (San León Magno. Sermón 95.2-3)

La riqueza es la capacidad de dar a los demás y en la medida que retenemos nuestras capacidades, para nosotros mismos, nos convertimos en avaros y soberbios. Pedro dio al cojo aquello que poseía y mal hubiera hecho si se hubiera guardado su capacidad de ayudar.

En nuestra sociedad el individualismo nos va separando de los demás y haciendo más improbable encontrarnos con la oportunidad de colaborar, ayudar, compartir o establecer vínculos humanos. La soledad nos destruye por dentro y por fuera. Rechazamos el compromiso duradero, porque creemos que eso nos hace perder la libertad. ¿Qué futuro tiene una sociedad de individuos aislados, que sólo se relacionan entre ellos de forma indirecta, a través de las máquinas? El diablo puede estar contento, ya que su plan se va cumpliendo bastante bien, ya que si no "sufrimos" a nuestros prójimos no encontraremos la imagen de Dios que todos llevamos dentro nuestra.

Si Pedro hubiera destinado un centavo diario para que una ONG lo repartiera entre los pobre, no se hubiera cruzado con el cojo. Al no cruzarse, no le hubiera podido hablar de Cristo y regalarle la curación de su dolencia.

Sin duda hay que aprender a dar, pero también hay que saber recibir. Si el cojo hubiera rechazado el don que Pedro le ofreció, seguiría siendo un cojo que espera una limosna de su gusto. Muchas veces no nos cuesta dar lo que nos sobra, pero nos cuesta recibir lo que nos falta.

Vosotros, los que os gloriáis de vuestra pobreza, evitad la soberbia, no sea que os superen los ricos humildes (San Agustín. Sermón 85,2).


 



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