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¿Cómo fue el gran intercambio de prisioneros con Rusia?
Por Anton Troianovski, Mark Mazzetti | NYY La operación liberó a 23 personas, entre ellas al periodista Evan Gershkovich, en un complicado acuerdo entre siete países que requirió una planificación y un calendario intrincados. El avión privado que despegó del suroeste de Alemania el jueves por la tarde transportaba a un grupo que tal vez nunca habría esperado estar confinado junto: policías, médicos, agentes de inteligencia, un alto asesor del canciller alemán y un asesino ruso convicto. En la parte trasera del avión, el asesino, Vadim Krasikov, estaba sentado con las manos y los pies atados y con un casco protector en la cabeza; no se le oyó pronunciar ni una palabra en todo el vuelo. Al mismo tiempo, un avión del gobierno ruso se dirigía a Ankara, la capital de Turquía, con miembros de la agencia de inteligencia rusa FSB y 16 prisioneros liberados por Rusia y Bielorrusia. En un momento dado, uno de los escoltas del FSB hizo lo que parecía una broma de mal gusto a los dos disidentes rusos más conocidos que iban a bordo: “No se diviertan demasiado ahí fuera, porque Krasikov podría volver por ustedes”. Este relato de las tensas horas que rodearon el intercambio —el mayor entre Moscú y Occidente desde la Guerra Fría— se basa en nuevos detalles revelados por funcionarios gubernamentales occidentales que participaron en el proceso, y en los primeros testimonios de los presos políticos rusos liberados como parte del acuerdo. El canje liberó a Krasikov, al periodista estadounidense Evan Gershkovich y a otras 22 personas en un complejo acuerdo entre siete países que requirió una planificación y un calendario intrincados. El éxito de la transferencia puso de relieve la capacidad de algunas de las agencias de inteligencia más poderosas del mundo para cooperar en una operación única de interés compartido, incluso en un momento en el que Rusia y Occidente mantienen un tenso enfrentamiento por la guerra en Ucrania. El mes pasado, agentes de la CIA se reunieron en Turquía con sus homólogos del FBS para acordar los términos finales del canje y planificar la vertiginosa logística que permitiría llevarlo a cabo en la pista de Ankara. Pero incluso en las últimas horas, según los funcionarios occidentales, los estadounidenses y los alemanes temían que algo pudiera salir mal, por ejemplo, que Rusia no entregara la lista de prisioneros acordada o que intercambiara prisioneros que solo se parecieran físicamente. Cerca de la parte delantera del avión que transportaba a Krasikov desde el aeropuerto alemán de Karlsruhe, el asesor de política exterior del canciller Olaf Scholz, Jens Plötner, repasaba las contingencias con el equipo alemán. Los expertos forenses identificarían visualmente a los 13 prisioneros rusos y alemanes que iban a ser entregados a Alemania, algunos de los cuales no habían sido vistos en público desde hacía años. En coordinación, el avión estadounidense con destino a Turquía despegó del aeropuerto de Dulles, a las afueras de Washington DC, transportando a funcionarios estadounidenses, personal médico y un psicólogo formado para tratar los efectos del cautiverio prolongado. Tres prisioneros rusos liberados por EE. UU. iban custodiados por oficiales del Servicio de Alguaciles. Para los liberados por Rusia, el día comenzó en la cárcel de Lefortovo, en Moscú, donde habían sido reunidos desde prisiones tan lejanas como Siberia. Aleksandra Y. Skochilenko, encarcelada por oponerse a la guerra en Ucrania, había sido conducida allí desde San Petersburgo junto con Andrei Pivovarov, otro preso político; cuando Pivovarov la vio, recordó ella en una entrevista el sábado, dedujo que probablemente serían intercambiados y le dijo: “Todo irá bien”. “Recoge tus cosas”, le dijo un funcionario de prisiones a Skochilenko el jueves por la mañana. Skochilenko contó que la llevaron escaleras abajo, donde la esperaba un grupo de agentes del FSB con el rostro cubierto, quienes la condujeron a un autobús. A pesar de que los agentes insistieron en que guardaran silencio, los prisioneros hablaron entre ellos sobre quién más estaba con ellos y quién no. Incluso después de que un funcionario anunciara: “esto es un intercambio político”, Skochilenko no estaba dispuesta a creerlo. Le habían mentido tantas veces en la cárcel que la idea le pasó por la cabeza: “Ahora nos llevarán a un bosque y nos ejecutarán”. En el aeropuerto moscovita de Vnukovo, algunos prisioneros subieron al avión vestidos solo con sus ropas de presidiarios. Uno de ellos, el político de la oposición Ilya Yashin, dijo que todo lo que había podido llevar era un cepillo de dientes, pasta de dientes y su bata. Otro, Vladimir Kara-Murza, que compareció en una rueda de prensa el viernes con Yashin, dijo que viajó en calzoncillos largos, camiseta interior y sandalias de goma para la ducha. En el avión no se sirvió comida, aunque los agentes del FSB vestidos de civil que los acompañaban comieron almuerzos que parecían haber sido preparados en casa, dijo Skochilenko. Todos los prisioneros estadounidenses y alemanes parecían estar sentados en la sección de clase preferente del avión, dijo; ella y los demás prisioneros políticos rusos volaron en clase turista. En un momento dado, uno de los agentes del FSB dijo burlonamente a Yashin y a Kara-Murza que Krasikov volvería para matarlos, recordó Yashin. “Era una broma, por supuesto, una broma desagradable que te eriza un poco la piel”, dijo Yashin. El avión aterrizó en Ankara en coordinación con varios jets privados: el de Alemania, el del aeropuerto de Dulles y unos en Polonia, Eslovenia y Noruega, que también estaban liberando prisioneros para Rusia. Según los funcionarios occidentales y Skochilenko, se produjo una compleja coreografía. La agencia de espionaje turca MIT supervisaba la operación. Su jefe, Ibrahim Kalin, monitoreaba la situación de forma remota. En el lugar había agentes turcos con trajes oscuros y gafas de sol. La delegación estadounidense en la pista estaba formada por funcionarios de la Casa Blanca, el FBI, la CIA y el Departamento de Estado. Entre el grupo se encontraba David Cotter, un agente del FBI que hasta hace poco era el director del Consejo de Seguridad Nacional para asuntos de rehenes y detenidos. El equipo estadounidense se mantuvo en contacto con el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, mediante teléfonos seguros y encriptados. Imágenes difundidas por Rusia mostraban a oficiales alemanes acompañando a Krasikov —todavía con casco, de acuerdo con la práctica típica alemana en el transporte de prisioneros peligrosos— hasta un autobús blanco en la pista. Los otros siete prisioneros liberados por Occidente, así como los dos hijos de los espías rusos liberados por Eslovenia, fueron conducidos al mismo autobús. Los tres estadounidenses liberados —Gershkovich, el contratista de seguridad Paul Whelan y la periodista Alsu Kurmasheva— fueron llevados a un segundo autobús. Los otros 13 presos liberados por Rusia, entre ellos Skochilenko, Kara-Murza, Yashin y varios ciudadanos alemanes, fueron trasladados en un tercer autobús. A continuación, expertos forenses alemanes subieron al autobús que transportaba a las personas liberadas por Rusia para verificar sus identidades. Skochilenko dijo que uno de ellos le preguntó su nombre y fecha de nacimiento y examinó su rostro desde distintos ángulos, cotejándolo con fotografías suyas que parecían haber sido impresas desde internet. Una vez que los estadounidenses estuvieron seguros de que los rusos habían cumplido su parte del trato, entregaron documentos firmados de clemencia a los tres prisioneros rusos bajo su custodia. Los alemanes también dieron luz verde a los turcos. Skochilenko dijo que vio por la ventanilla del autobús cómo los rusos liberados por Occidente subían a su avión rumbo a Moscú. El avión ruso despegó rápidamente hacia el aeropuerto de Vnukovo, donde les esperaba una alfombra roja de bienvenida de Putin y una guardia de honor. Los liberados por Rusia fueron conducidos a un edificio seguro del aeropuerto, donde por fin pudieron comer y hacer breves llamadas. El canje había sido tan secreto que algunos familiares de los presos políticos rusos no sabían si sus seres queridos serían liberados. “¿Te das cuenta de lo que está pasando?” preguntó Oleg Orlov, copresidente del grupo de derechos humanos Memorial, a su esposa Tatyana Kasatkina cuando la llamó, según relató ella. A continuación, los tres prisioneros estadounidenses liberados subieron al avión, que emprendió el camino de regreso a la Base Conjunta Andrews, en Maryland. Desde allí, volarían a San Antonio, Texas, a una instalación gestionada por el ejército especializada en actividades de apoyo tras el aislamiento. Allí, se espera que pasen días bajo supervisión mientras intentan readaptarse a la vida normal. Plötner, ayudante del canciller alemán, comunicó a los 13 presos alemanes y rusos liberados que volarían a Colonia. Scholz los recibiría en el aeropuerto, les proporcionaría documentos de viaje alemanes si fuera necesario y los trasladaría a un hospital militar en la cercana ciudad de Coblenza. Como última medida de precaución, sus maletas —quienes tuvieran— fueron sometidas a rayos X antes de ser embarcadas en dos aviones. “Quería llorar”, dijo Skochilenko. “Pero no pude”. Colaboraron con la reportería Philip Kaleta desde Washington, Ben Hubbard desde Istanbul, Valerie Hopkins desde Colonia, Alemania, Ekaterina Bodyagina y Christopher F. Schuetze desde Berlin, y Lauren Leatherby desde Londres. aranza |
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