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Kamala Harris y el ‘profe Walz’ se amoldan a su nueva alianza
Por Rebecca Davis O’Brien | NYT Parece que la química va surgiendo entre la vicepresidenta y su compañero de fórmula, el gobernador Tim Walz de Minnesota. “Wow”, repetía Tim Walz, con cara de asombro. “Wow”. El martes por la noche, Walz, gobernador demócrata de Minnesota —una figura política apenas conocida hasta hace dos semanas— hizo su vertiginoso, apasionado, inquieto y campechano debut nacional como compañero de fórmula de la vicepresidenta Kamala Harris. Saludó a la multitud extasiada con manoteos. Se inclinó. Volvió a inclinarse. Se colocó detrás de Harris cuando ella lanzaba su incipiente discurso de campaña presidencial. Se balanceó y sonrió. Jugó con su oreja y movió los pulgares. Y cuando ella le cedió el podio, 30 minutos más tarde, él desempeñó el papel de un enérgico maestro suplente. Harris, más acostumbrada a la coreografía política de esperar a que el otro termine de hablar, sonrió con las manos entrelazadas. “Así es”, dijo una y otra vez. “Así es”. La dinámica de los compañeros de fórmula puede ser complicada, incluso solo en términos de puesta en escena: cómo ponerse de pie, dónde mirar, qué hacer con las manos. El martes, sin embargo, tanto Walz como Harris parecían cómodos en sus nuevos papeles. Él se deshizo en elogios hacia la “alegría” de ella. Toda la noche, dio la impresión de ser un tipo que se había ganado la lotería política y no podía creer su suerte. Ella parecía muy entusiasmada con el fútbol americano. “Profe Walz”, como se conocía a Walz —cuando era maestro de Ciencias sociales en la escuela secundaria y entrenador de fútbol americano—, había ayudado a llevar a su equipo a un campeonato estatal. También era el asesor docente de la alianza gay-heterosexual de estudiantes. Harris lo describió como “el tipo de persona que hace que la gente sienta que es parte de algo y luego les inspira a soñar a lo grande, y ese es el tipo de vicepresidente que él va a ser”. Si la campaña de Harris empezó como Veep, ahora se ha desviado hacia Ted Lasso, pasando por Viernes de fútbol. Incluso antes de que Walz y Harris subieran al escenario, las diferencias en sus estilos eran evidentes para quien haya estado prestando atención las últimas seis semanas. Harris, como exfiscala —y, lo que es más relevante, como mujer negra en el implacable punto de mira de la política nacional— viste trajes de hombros anchos, perlas y tacones, a veces unas zapatillas Converse estilo Chuck impecables. Arquea la ceja con gran dominio, mueve estudiadamente las manos y pronuncia frases cuidadosamente seleccionadas. Sus gestos son controlados, sus ojos siempre fijos en un punto distante, sus movimientos suaves. Walz, quien tiene los hombros anchos, suele ser fotografiado en camiseta, con el pelo blanco ligeramente alborotado, cuando no oculto bajo una gorra de camuflaje. Incluso cuando lleva saco y corbata, tiende a parecer, bueno, un nervioso entrenador de fútbol americano de secundaria, con la cara roja, como si estuviera a punto de dibujar una jugada en una pizarra. Pero el gran avance de Walz en las últimas semanas ha sido también el de Harris. Después de haber tenido dificultades durante años para conseguir la tracción popular, de repente tiene a su favor los vientos del entusiasmo y la esperanza de los demócratas. Harris, que durante mucho tiempo fue un misterio incluso para quienes querían apoyarla, se ha vuelto querida por su gran risa, sus movimientos de baile y la metáfora del coco de su madre. Walz, al igual que su compañera de candidatura, tiene una gran e incontenible risa, que quedó patente el martes por la noche. Los dos son un poco campechanos: sus declaraciones públicas han estado salpicadas de frases como “ese tipo” y “esos tipos” y “maldita sea”. Los dos son un poco aguerridos. Y al igual que Harris, hija de inmigrantes jamaicanos e indios, Walz es, a su manera, la quintaesencia de lo estadounidense: un chico de pueblo que asistió a la escuela pública, se alistó en la Guardia Nacional y se hizo maestro. Harris se refirió a este hilo conductor el martes, describiendo la improbabilidad de el ascenso de ambos, como “chicos de clase media”, a las más altas esferas del poder político. “Solo en Estados Unidos es posible que lleguen juntos a la Casa Blanca”, dijo. En la jerga juguetona y sexista de los tabloides, la rápida elección de compañero de fórmula de Harris se ha comparado a menudo con la serie de telerrealidad The Bachelorette: ¿Qué hombre blanco de un estado ni demócrata ni republicano conseguiría la rosa al final? Pero en las horas previas a su aparición en el escenario de Filadelfia, la metáfora del programa de citas reflejaba la atmósfera expectante y casi romántica que reinaba entre los partidarios de Harris, algunos de los cuales dijeron que no sabían quién era él hasta el fin de semana pasado. Cualquier duda o incertidumbre que tuvieran sobre Walz se había disipado, al menos por una noche. En cuanto agarró el atril —por fin, algo que hacer con las manos— y empezó a hablar, cobró impulso y arrastró a la multitud. “Gracias por devolvernos la alegría”, dijo Walz al comenzar su discurso, apenas capaz de controlar su sonrisa. Al final de la noche, la multitud de 12,000 personas le devolvió el rugido cuando arremetió contra el expresidente Donald Trump y prometió: “No vamos a volver atrás”. Walz contó la historia de su crianza, su servicio militar y sus años de enseñanza de Ciencias sociales en la escuela secundaria y como entrenador de fútbol. Dijo que sus alumnos lo animaron a presentarse a las elecciones de 2006. “Son los mismos valores que aprendí en la granja familiar e intenté inculcar a mis alumnos; la vicepresidenta Harris y yo nos presentamos para llevar esos mismos valores a la Casa Blanca”, dijo. Al final de la velada, Harris y Walz subieron al escenario acompañados de sus cónyuges. Al apartarse del atril, Walz volvió a soltar los brazos y los extendió hacia el cielo en un efusivo gesto político, el saludo con los dos brazos. Estrechó la mano de su esposa, se lo pensó mejor y la abrazó.
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