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Jesús supo tratar a la mujer con respeto y dignidad
Por | P. Antonio Rivero, L.C. ¿Cómo se comportaba Jesús ante la mujer? ¿Huyó de ellas? ¿Las esquivaba? Jesús vino a salvar a todos. Nadie quedaba excluido de su redención. Mucho menos, la mujer, en quien Jesús puso tanta confianza, como guardiana de los valores humanos y religiosos del hogar. Indaguemos en los Santos Evangelios para ver cómo fue el trato que Jesús dispensó a las mujeres. Jesús supo tratar a la mujer con gran respeto y dignidad, valorando toda la riqueza espiritual que ella trae consigo, en orden a la educación humana y moral de los hijos y a la formación de un hogar donde reine la comprensión, el cariño y la paz, y donde Dios sea el centro. La mujer en tiempos de Jesús Hoy difícilmente nos imaginamos hasta qué extremos llegó en el mundo antiguo la discriminación de la mujer. Las religiones orientales llegaban a negarle la naturaleza humana, atribuyéndole la animal. El culto de Mithra, que señoreó en todo el imperio romano en los comienzos de la difusión del cristianismo, excluía radicalmente a las mujeres. Sócrates las ignoraba completamente. Platón no encuentra sitio para ellas en su organización social. ¿Y el mundo hebreo en tiempos de Jesús? El hebraísmo se nos muestra como una religión de varones. Filón -contemporáneo de Cristo- nos cuenta que toda la vida pública, con sus discusiones y negocios, en paz y en guerra, son cosa de hombres. Conviene, dice, que la mujer quede en casa y viva en retiro. Este separatismo estaba reflejado en las leyes imperantes: la mujer era indigna de participar en la mayoría de las fiestas religiosas, no podía estudiar la torá ni participar en modo alguno en el servicio del santuario. No se aceptaba en juicio alguno el testimonio de una mujer, salvo en problemas estrictamente familiares. Estaba obligada a un ritual permanente de purificación, especialmente en las fechas que tenían algo que ver con lo sexual (la regla o el parto). De ahí que el nacimiento de una niña se considerase una desgracia. Rabbi Simeón ben Jochai escribe en el año 150: "Todos se alegran con el nacimiento de un varón. Todos se entristecen por el de una niña". En fin, la mujer se consideraba como posesión del marido. Estaba obligada a las faenas domésticas, no podía salir de casa sino a lo necesario y convenientemente velada, no podía conversar a solas con ningún hombre so pena de ser considerada como indigna y hasta adúltera. Ante cualquier sospecha de infidelidad, debía someterse a la prueba de los celos (cf. Num 5, 12-18). En caso de poligamia (1) que siempre era poliginia (2) estaba obligada a tolerar otras mujeres y podía recibir el libelo por las razones más fútiles. Siempre se atribuía a ella la esterilidad de la pareja. La discriminación en caso de adulterio era radical. Esta humillación llegaba en algunos campos, sobre todo, en el campo religioso, a situaciones increíbles. Tres veces al día todo judío varón rezaba así: "Bendito seas tú, Señor, porque no me has hecho gentil, mujer o esclavo". A lo que la mujer debía responder, agachada la cabeza: "Bendito sea el Señor que me ha creado según su voluntad". Y el rabinismo de la época de Jesús repetía tercamente que "mucho mejor sería que la Ley desapareciera entre las llamas, antes que ser entregada a las mujeres". Este era el mundo en que se movió Jesús. Estas, las costumbres en las que fue educado. ¿Compartió Jesús estas discriminaciones? Jesús y la mujer Partiendo de los Evangelios, ¿qué características tienen las mujeres? Trabajadora: Compara el Reino de Dios a una mujer que trabaja en la casa, que pone levadura en la masa y prepara el pan para la familia (cf. Lc 13, 20-21). Por tanto, nada más lejos de la mujer que el espíritu de comodidad, la pereza y la vida fácil y regalada. En el alma de toda mujer campea la capacidad de sacrificio y de servicio. Cuidadosa, atenta y solícita: así como una mujer barre la casa, busca por todas partes para encontrar esa moneda perdida, así es Dios Padre con nosotros, hasta encontrarnos (cf. Lc 15, 8-10). Son características propias de la delicadeza femenina. Afectiva y comunicativa: así como esa mujer se alegra al encontrar la moneda perdida y hace partícipe a sus vecinos de su gozo, así Dios Padre nos hace partícipes de su alegría, cuando recobra un hijo perdido (cf. Lc 15, 8-10). No olvidemos que la mujer necesita mucho más el afecto que las razones y las cosas materiales. A través de la afectividad podemos entrar en el mundo intelectivo de la mujer. Esposa previsora: con el aceite de su amor y fe sale al encuentro del esposo. Así debemos nosotros ser con Dios (cf. Mt 25, 1-13). Toda mujer debe tener previsión de cuanto se necesita en casa. Insistente: la mujer es presentada aquí como modelo de fe insistente, hasta conseguir lo que quiere (cf. Lc 18, 1-8). De esta característica son testigos los esposos, pues saben que sus esposas consiguen todo a base de insistencia. Servicial y generosa: Marta y las buenas mujeres, que le seguían, sirven a Jesús con delicadeza y amor, poniendo sus bienes al servicio de Cristo (cf. Lc 10, 38-42; Lc 8, 1-3). Es propio de la mujer la generosidad; ella nunca mide su entrega; simplemente se da. Feliz en el sacrificio: como la madre al dar a luz a su hijo (cf. Jn 16, 21). El sacrificio lo tienen incorporado en su vida; nacen con una cuota de aguante mayor que la del hombre. Humilde y oculta: como esa viuda que pone en la colecta del templo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 41-44; Lc 21, 1-4). ¡Cuántas cosas, cuántos detalles ocultos hace la mujer en la casa, y nadie los ve! Sólo Dios les recompensará. De fina sensibilidad: derrama el mejor perfume a Cristo (cf. Jn 12, 1-8). La sensibilidad es una de las facetas femeninas. Sin las mujeres nuestro mundo sería cruel; le faltaría esa nota de finura. Ellas van derramando su mejor perfume en el hogar. Fiel en los momentos difíciles: allí estaban las mujeres en el Calvario, cuando Jesús moría (cf. Jn 19, 25). ¿Dónde estaban los valientes hombres, los apóstoles decididos, los que habían sido curados? Allí estaban las mujeres, pues cuando una mujer ama de verdad, ama hasta el sacrificio. ¿Cómo las trató Jesús? Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad, evitando el comportamiento chabacano, atrevido, peligroso. Nadie pudo echarle en cara ninguna sombra de sospecha en este aspecto delicado. Les permite que le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cf. Lc 8, 1-3). Esto era inaudito en ese tiempo. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo. ¿Por qué iba Él a despreciar el servicio amoroso y solícito de las mujeres? Ahora uno entiende mejor cómo en las iglesias siempre la mujer es la más dispuesta para todos los servicios necesarios,. (3) pues desde el tiempo de Jesús ellas estaban con las manos dispuestas a servir de corazón. Busca sólo el bien espiritual de sus almas, su conversión. No tiene intenciones torcidas o dobles. Les corrige con amor y respeto, cuando es necesario, para enseñarles la lección. A su Madre la fue elevando a un plano superior, a una nueva maternidad, que está por encima de los lazos de la sangre (cf. Lc 2, 49; Jn 2, 4; Mt 12, 48). A la madre de los Zebedeo le echó en cara la ambición al pedir privilegios a sus hijos (cf. Mt 20, 22). A las mujeres que lloraban en el camino al Calvario les pidió que sus lágrimas las reservasen para quienes estaban lejos de Dios, a fin de atraerles a la conversión (cf. Lc 23, 28). Les premia su fe, confianza y amor con milagros: a la hemorroísa y a la hija de Jairo (cf. Mt 9, 18-26). A la suegra de Simón Pedro (cf. Mc 1, 29-39). Al hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17). A la hija de la cananea (cf. Mc 7, 24-30). A la mujer encorvada (cf. Lc 13, 18-22). Jesús es sumamente agradecido con estas mujeres y sabe consolarles en sus sufrimientos. Jesús acepta la amistad de las hermanas de Lázaro, Marta y María, que lo acogen en su casa con solicitud y escuchan con atención sus palabras (cf. Lc 10, 38-42). La amistad es un valor humano, y Jesús era verdadero hombre. ¿Cómo iba él a despreciar un valor humano? Las perdona, cuando están arrepentidas (cf. Jn 8, 1-11; Lc 7, 36-50; Jn 4, 7-42). A María Magdalena la libró del poder del demonio (cf. Mc 16, 9; Lc 8, 2). La llama a ser apóstol de su resurrección (Jn 20, 17). Las mujeres se convierten en las primeras enviadas a llevar la buena nueva de la victoria de Cristo. Visión de la mujer en el Cristianismo La mujer es ante todo una persona humana, creada por Dios, espiritual y destinada a la vida inmortal. Va en contra de su dignidad y destino convertirla en objeto de placer, esclava del capricho, de su vanidad, de la moda o figura meramente decorativa de la casa. ¡Mujeres, no se dejen manipular! ¡Mujeres, sepan respetarse! ¡Mujeres, son personas humanas con una dignidad grandísima! Reconozcan su dignidad. La mujer es persona en cuanto mujer y sólo se realiza como persona en la medida en que se realiza como mujer. La cultura moderna demuestra que la disociación de ambos elementos genera en la persona una represión que termina por desequilibrarla y que es fuente de desestabilización familiar. ¡Mujeres, sean mujeres, conserven sus aspectos femeninos! El mundo y la sociedad les necesitan como perfectas mujeres. Lo que ustedes no hagan no lo hará nadie. El hombre tiene otro rol. Dios ha capacitado a la mujer a través de su naturaleza femenina para su pleno desarrollo y realización como ser humano. El cuerpo y el alma femeninos están hechos naturalmente para la misión sagrada y específica de transmitir la vida. Nulificar o negar esta dimensión produce una especie de muerte psicológica de su esencia femenina. ¡Mujeres, no se avergüencen de tener hijos, muchos hijos....es ésta su principal misión! Cristo ha redimido la imagen de Dios en el hombre que había quedado rota desde el principio, y ha curado con su amor absoluto las heridas dejadas por el pecado, de manera que ahora la mujer es capaz de expresarse y realizarse por el camino de un amor oblativo y sacrificial, verdadera fuente de vida y fecundidad. La Iglesia, con el Evangelio, cree que el amor oblativo, lejos de extinguir a la mujer, la dilata en su existencia. ¡Mujeres, queremos ver en ustedes ese amor hecho oblación y entrega! María, la madre de Jesús les da ejemplo de la hondura de este amor. A través de la condición femenina se percibe un especial reflejo del Espíritu de Dios y su virtud como fuerza de amor, como centro de comunión, como regazo de vida, como aliento de esperanza, como certeza de que la vida triunfa sobre la muerte, así como el espíritu prevalece sobre la materia. ¡Sin ustedes, mujeres, el mundo se materializaría, y nos quedaríamos sin alma, sin espíritu! ¡No permitan que nos ahoguemos en lo material! La mujer forma parte esencial del Cuerpo Místico de Cristo en virtud de su feminidad, la cual refleja la naturaleza esponsal de dicho Cuerpo con respecto a su Cabeza, Cristo. La Iglesia es la esposa de Cristo. Al querer retratar a la Iglesia debemos mirar a la mujer de donde sacaremos la fuente de ternura femenina para aplicarla analógicamente a la Iglesia de Cristo. En la historia de la Salvación la mujer ocupa un lugar irremplazable. En el tiempo que le toca vivir, ella es un anillo nuevo e irrepetible en esa larga cadena de mujeres que la han precedido como cooperadoras de la evangelización, desde aquel pequeño grupo que acompañaba y servía a Jesús. La primera de todas fue su Madre Santísima. Por tanto, el "Vayan y anuncien" de Jesús, también va dirigido a las mujeres, a todo cristiano, hombre o mujer. En el tiempo de la Iglesia que le toca vivir, a la mujer cristiana le compete velar porque la Iglesia persevere en la fidelidad a su Esposo Divino, a través del mantenimiento no adulterado de su fe, y de un constante rejuvenecimiento y acrecentamiento de su maternidad espiritual sobre la humanidad redimida. Lo cual quiere decir que en la génesis y expansión del evangelio en cada tiempo y en cada cultura, la mujer debe marchar a la cabeza de los evangelizadores, a ejemplo de la Santísima Virgen y de María Magdalena. ¡Qué predilección y qué confianza la del Señor! CONCLUSIÓN Jesús comprende la vocación peculiar de la mujer a la vida y al amor, capaz de suscitar en ella los más nobles sentimientos e ideales. Por eso siempre apela a lo mejor que hay en la mujer: su anhelo de un amor que le permita realiza su vocación sobrenatural y eterna. Jesús no echa en cara a la mujer su vida ni su pecado, sino que la conduce de la mano misericordiosamente, para que ella reconozca su situación y su error, y vuelva a la vida nueva. Jesús da a entender que sólo el amor de la madre, la pureza del alma virgen y la capacidad de sufrimiento del corazón femenino fueron capaces de compartir la inmensidad del sufrimiento del Hijo de Dios. Serán las mujeres quienes aprovecharán los pocos minutos de luz que quedan para embalsamar su cuerpo y perfumarlo, según la costumbre judía. Luego velarán con amor intrépido, ante la mirada insidiosa de los guardias, el cuerpo de su Maestro amado (cf. Mt 27, 61), Después de haber guardado el reposo sabático, irán muy de mañana el primer día de la semana a la tumba de Jesús con la ilusión de poder concluir ese piadoso acto de amor. Como recompensa, Jesús resucitado se les aparecerá a ellas antes que a ningún otro discípulo (cf. Mt 28, 9) y a ellas, antes que a los mismos apóstoles. Jesús les confiará la tarea de anunciar a los demás la buena noticia de su resurrección (cf. Mt 28, 10; Jn 21, 17), a pesar de la mentalidad judía, que no concedía ningún valor al testimonio de una mujer. Por su apertura al amor y su fina sensibilidad la mujer está especialmente capacitada para comprender el mensaje de Jesús. Por ello, el Maestro no duda en revelarles verdades profundísimas sobre el misterio del Padre y su propio misterio: a la mujer samaritana le declara sin ambages que Dios es Espíritu y que no debemos adorarlo en Jerusalén o en un monte sino "en espíritu y en verdad". Él mismo se presenta a ella como el Mesías prometido (cfr. Jn 4, 24.26). A Marta, la hermana de Lázaro, le dice que Él es la resurrección y la vida (Jn 11, 26). A María Magdalena le da a entender que su Padre Celestial es también Padre de todos los hombres (cf. Jn 20, 17). Las mujeres comprenden el lenguaje del amor, que es el núcleo del mensaje de Cristo. Jesús no desconoce la realidad del pecado en la adúltera, en la samaritana, en María Magdalena. Pero sabe que ellas pueden alcanzar la redención de sus faltas, porque pueden amar mucho. Jesús trata a la mujer como mujer. Ni privilegia su trato ni lo rechaza. Ve en ella un reflejo espléndido del amor del Padre, una creatura llamada a la alta vocación de madre, de esposa, de hija. Cristo lega a todos los hombres un magnífico ejemplo del trato que merece la mujer; su finura, su respeto, su delicadeza, su miramiento, su amor puro y desinteresado son un modelo perfecto del comportamiento que el hombre debe adoptar con la mujer. aranza |
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