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El relativismo y la libertad
Por | Ana Teresa López de Llergo El relativismo es una postura de la mente que aparece cuando alguien tiene pensamiento débil, admite cualquier postura con tal de evitar confrontaciones o acepta todo tipo de afirmaciones aunque se contradigan pues la persona carece de principios sólidos. Y, por pensamiento débil entenderemos el de quien admite cualquier postura con tal de evitar confrontaciones o acepta todo tipo de afirmaciones aunque se contradigan pues la persona carece de principios sólidos, bien asimilados y tampoco confía en alguien a quien pueda reconocer como una legítima autoridad. En este caso el problema es doble, por un lado aparece un afán desmedido de inclusión social, y por otro, una miseria intelectual que impide razonar con un mínimo de congruencia. El pensamiento es débil porque es incapaz de asumir y mucho menos de defender alguna postura. El relativismo se ha convertido así en un problema central disfrazado de apertura a todo tipo de posturas, incluyente pues todas las afirmaciones se colocan en el mismo plano y sin cortapisas pues no existe el compromiso de defender ningún planteamiento. No se admite una verdad válida para todos sino múltiples verdades subjetivas donde las afirmaciones de unas y otras no tienen nada que ver entre sí y generalmente se contradicen. Pero como se evita la polémica, el relativismo se alaba como una postura positiva vinculada a conceptos muy bien vistos en la actualidad como son la tolerancia, la construcción del conocimiento en el intercambio de opiniones y la defensa de la libertad absoluta, sin ningún tipo de restricción. Sin embargo, la pseudo fuerza de la tolerancia así como la de la construcción del conocimiento a partir de las opiniones, proviene de un auténtico desfase en la comprensión de la libertad. Este desajuste sucede cuando a la libertad se la separa de la responsabilidad y se la impregna de una racionalidad desvinculada de la capacidad de amar. La libertad rectamente entendida consiste en la personal decisión de alcanzar el bien debido. Pero tal decisión para que sea correcta, ha de encontrarse regulada por la verdad. Esto circunscribe a la libertad dentro de un marco, sin embargo, este acotamiento de ningún modo es un perjuicio, sino al contrario, es la garantía de todo tipo de elección. Sin embargo, aunque el vínculo libertad verdad es indispensable, aún hay algo más, es imprescindible amar la decisión, amar la verdad y, sobre todo amar el bien por alcanzar. Sin el amor el recto ejercicio de la libertad acabaría siendo un acto fríamente racionalista y tarde o temprano, una actuación así podría llegar a romper a la persona. Sólo en este contexto, la tolerancia puede asumirse sin conducir a equívocos pues, por encima de ella se toma en cuenta la verdad y el bien objetivos, y en estas condiciones, se impone el respeto a toda persona aunque se tengan claros los errores en los que se encuentre sumergida. También, en este contexto, se escuchan con comprensión los puntos de vista de los demás, sus opiniones y el modo de aplicarlas para la toma de decisiones. Pero, aunada a esta actitud, existe la capacidad de jerarquizar y de dar a los distintos enfoques un lugar más o menos cercano a la verdad y al bien. Por eso mismo, se evita la ambigüedad, no todo tiene la misma fuerza ni la misma bondad. Cuando al relativismo se le da la categoría de fundamento aparecen las contradicciones aceptadas como sistema de progreso. Por ejemplo, con esta postura, la democracia negaría la posibilidad de alcanzar la verdad, y admitiría el hecho de que cualquier camino es igualmente válido, sólo se tomaría en cuenta la vibración y el esfuerzo, excluyendo los contenidos y su cercanía y aceptación de la realidad. Una sociedad liberal sería, pues, una sociedad relativista; sólo con esta condición podría permanecer libre y abierta al futuro. En el campo de la política, no existe una única opinión correcta porque hay variados modos de resolver los problemas de la comunidad. Ningún planteamiento se debe adoptar como absoluto, pero, sí se ha de buscar lo más oportuno según las demandas. Precisamente como la meta es resolver problemas, el ciclo cambia y habrá que adoptar nuevos modos para eliminar las nuevas carencias que antes no habían aparecido. Cuando el terreno político se relativiza, lo importante se hace efímero, lo absoluto se desconoce, lo intrascendente se impone. El entonces Cardenal Ratzinger, al tratar este tema decía: con el relativismo total, tampoco se puede conseguir todo en el terreno político, hay injusticias que nunca se convertirán en algo justo (como, por ejemplo, matar a un inocente, negar a un individuo o a un grupo el derecho a su dignidad o a la vida correspondiente a esa dignidad); y al contrario, hay cosas justas que nunca pueden ser injustas. Por eso, aunque no se ha de negar cierto derecho al relativismo en el campo socio-político, terreno en el que prevalece lo opinable, el problema se plantea a la hora de establecer sus límites. Quien practica la libertad y defiende la de sus semejantes ya está tomando una postura definida muy contraria a la del escéptico a quien todo le da lo mismo. Por eso, prácticamente el relativismo es insostenible aunque teóricamente alguien lo defienda, de manera que, el relativismo tiene la contradicción en sus entrañas y tarde o temprano sus postuladores acaban en el vacío de la incongruencia. Abandonar el relativismo lleva a redimirse de la superficialidad, del conformismo, de la confusión, de la pasividad y un largo etcétera. Pero, el ancla que asegura contra las dudas o los vaivenes de las novedades es, no lo olvidemos, la recta comprensión de la libertad y su recta aplicación para forjarse en el bien y diseñar unas relaciones humanas que afiancen el bien común y pongan límites al mal. aranza |
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