Formato de impresión


Los votantes de Trump que no creen lo que él dice


2024-10-15

Shawn McCreesh / NYT

Cuando el expresidente avala la violencia y propone usar al gobierno para atacar a sus enemigos, muchos de sus seguidores asumen que es solo una actuación.

Uno de los aspectos más peculiares del atractivo político de Donald Trump es que mucha gente está feliz de votar por él porque simplemente no creen que hará muchas de las cosas que dice que hará.

El expresidente ha hablado de militarizar el Departamento de Justicia y encarcelar a sus oponentes políticos. Ha dicho que purgaría al gobierno para expulsar a aquellos que no sean fieles y que tendría problemas para contratar a quien admitiera que las elecciones de 2020 no fueron robadas. Ha propuesto “un día realmente violento” en el que los agentes de la policía podrían ponerse “extraordinariamente duros” con impunidad. Ha prometido deportaciones masivas y ha predicho que sería “una historia sangrienta“. Y aunque muchos de sus partidarios se estremecen de la emoción ante semejante discurso, hay muchos otros que creen que todo forma parte de una gran actuación.

Hay, por supuesto, pruebas de lo contrario. Durante el mandato de Trump, parte de su retórica autocrática se hizo realidad. Sí puso en marcha una prohibición musulmana; sí ordenó que se investigara a sus enemigos; sí fomentó una turba cuando las elecciones no se resolvieron a su favor. Pero en otros casos se vio obstaculizado, y gran parte de su parloteo de hombre fuerte se quedó en eso.

Así es como algunos de sus votantes creen que podría ser otro mandato. Así es como racionalizan su retórica, concediéndole un beneficio inverso de la duda. Ellos dudan; él se beneficia.

La semana pasada, en el interior de un pequeño recinto de música en el centro de Detroit, en pleno día, se podía ver este fenómeno con bastante claridad.

Trump estaba allí para hablar ante el Club Económico de Detroit. Los presidentes Richard Nixon, Jimmy Carter, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama también habían acudido a Míchigan, en sus respectivos tiempos, para hablar ante este club.

Había unos cientos de personas. No eran el tipo de gente que uno se encuentra en un mitin de Trump. No eran obreros de la construcción ni camioneros ni carretilleros; llevaban tarjetas de negocios y tenían páginas de LinkedIn muy activas. No llevaban gorras rojas ni camisetas con imágenes de la cara ensangrentada de Trump; llevaban chaquetas de traje, mocasines y mancuernillas bastante llamativas.

Ellos no querían oír hablar de “un día realmente violento” ni del Estado profundo ni de los marxistas ni de los fascistas ni de ninguna de las otras visiones radicales o antidemocráticas que Trump describe con detalle barroco en sus mítines. Solo querían que les dijera que sería bueno para los negocios.

Y eso hizo. Durante casi dos horas. Hubo algunas deficiencias en su discurso y algunos comentarios sobre el robo de unas elecciones, pero sobre todo hizo que se sintieran satisfechos de elegir votar por él. Se rieron con sus chistes autocríticos sobre su edad, su cuerpo, su pelo y su riqueza. Habló de los muscle cars estadounidenses y los deleitó con anécdotas sobre cómo se enfrentó a varios líderes mundiales y sobre su nuevo amigo, Elon Musk. Gritaron cuando les dijo que su hija Tiffany acababa de embarazarse y aplaudieron cuando dijo, por improbable que sea, que trabajaría con los demócratas para que avancen las cosas. Esta era la versión de Trump en la que ellos (y sus planes de retiro 401k) querían creer.

Les resultaba fácil ignorar las otras versiones de él.

“Creo que los medios de comunicación exageran las cosas por sensacionalismo”, dijo Mario Fachini, un hombre de 40 años de Detroit, dueño de una editorial. Llevaba el pelo negro engominado hacia atrás y un traje negro a rayas con un pañuelo de bolsillo dorado asomándose. De sus mancuernillas colgaban pequeños modelos de globos terráqueos. Levantó la muñeca e hizo girar uno de ellos.

Al preguntarle si creía que Trump purgaría al gobierno federal y llenaría sus filas de negacionistas electorales, Fachini dio un sorbo a su té helado y se quedó pensativo un momento. “No lo creo”, dijo. Entonces, ¿por qué decía Trump que quería hacer eso? “Podría ser solo por publicidad”, dijo Fachini encogiéndose de hombros, “solo para alborotar las noticias”.

Mary Burney, una mujer de 49 años de Grosse Pointe, Míchigan, que trabaja en ventas para una emisora de radio, se describió a sí misma como una independiente convertida en votante de Trump. No creía que realmente fuera a perseguir a sus oponentes políticos, aunque el expresidente ha hablado sobre nombrar a un fiscal especial para “perseguir” al presidente Biden y miembros de su familia. “No creo que eso esté en su lista de cosas por hacer”, dijo. “No, no”.

Tom Pierce, un hombre de 67 años de Northville, Míchigan, no creía realmente que Trump reuniría a suficientes inmigrantes para llevar a cabo “la mayor operación de deportación masiva de la historia”. A pesar de que esa es más o menos la promesa central de su campaña.

”Él puede decir cosas, y luego eso hace que la gente se moleste”, dijo Pierce, “pero luego se da la vuelta y dice: ‘No, no voy a hacer eso’. Es una negociación. Pero la gente no lo entiende”.

¿Creía Pierce, ex director financiero, que Trump impondría realmente un arancel del 200 por ciento a ciertas empresas? “No”, dijo. “Eso es lo otro. A veces tienes que asustar a estos otros países”. (En efecto. En una entrevista en Fox News el domingo, Trump dijo: “Estoy usando eso solo como una cifra. Diré 100, 200, diré 500, no me importa”).

Pierce añadió: “Él no es perfecto. Y no necesariamente me resulta simpática su personalidad, pero sí me gusta cómo hemos tenido paz y prosperidad”.

Esa dinámica es la que Trump ha tenido con los votantes desde que irrumpió en la escena política hace nueve años, y perdura, incluso cuando su lenguaje se ha vuelto más oscuro. En la última encuesta del New York Times/Siena College, el 41 por ciento de los votantes probables estaban de acuerdo con la valoración de que “la gente que se siente ofendida por Donald Trump se toma sus palabras demasiado en serio”.

“Las reglas normales no se aplican a Donald Trump, y eso se ha visto una y otra vez”, dijo Neil Newhouse, encuestador republicano. Newhouse dijo que ha descubierto en sus encuestas y grupos de discusión que “la gente cree que dice las cosas para causar efecto, que está fanfarroneando, porque eso es parte de lo que hace, su estilo. No creen que realmente vaya a suceder”.

Pero Trump y quienes le rodean han dicho que un segundo mandato sería diferente, ya que por fin tiene un control firme sobre su partido y porque muchos de los obstáculos que le frenaban antes han sido pulverizados. Esta es una parte clave del discurso de la vicepresidenta Kamala Harris a los votantes. “Entiendan lo que significaría que Donald Trump volviera a la Casa Blanca sin contención, porque sin duda sabemos ahora que el tribunal no lo detendrá”, dijo durante su debate. “Sabemos que JD Vance no lo va a parar”.

Aun así, incluso algunos de los partidarios más acérrimos de Trump, aquellos que van a los mítines, se preguntan hasta dónde puede o quiere llegar. Hal Garrigues, un piloto retirado que asistió este año a un mitin de Trump en Bozeman, Montana, dijo en una entrevista telefónica que no creía que Trump fuera a “perseguir” a Biden o a su familia, “porque, digo, antes dijo la misma tontería sobre Hillary y luego no hizo nada”.

Garrigues no creía que Trump fuera a sacar a Estados Unidos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (“nunca ocurrirá”), ni le preocupaba la fantasía de Trump sobre “un día violento” de vigilancia policial. “No, eso es solo una frase para los medios”, dijo. “No va a hacer eso”.

“Creo que la gente tiene amortiguadores muy resistentes cuando se trata de Donald Trump”, dijo Kellyanne Conway, la encuestadora republicana que sirvió como asesora principal del expresidente. “La gente tiene un sentido común muy bueno para distinguir la retórica de la realidad”.

Y, sin embargo, como presidente, gran parte de la retórica de Trump sí se convirtió en realidad. Lo que dijo el 6 de enero de 2021 —“Si no luchan como demonios, ya no tendrán país”— acabó provocando que se le destituyera por incitar a la insurrección.

En un nuevo libro de Bob Woodward, se cita al general Mark A. Milley diciendo que el expresidente es “fascista hasta la médula”. Milley es uno más en una larga lista de altos funcionarios y líderes militares que trabajaron para Trump y contaron después historias sobre haber tenido que hacer un esfuerzo constante para evitar que convirtiera sus impulsos más antidemocráticos en acciones.

En Detroit, Trump contó una versión de esa realidad que no era del todo diferente. Se lamentó de cómo había ido su primer mandato en Washington, admitió que no sabía mucho de cómo funcionaba ese sitio y que tenía que apoyarse en personas en las que no podía confiar para llevar a cabo sus deseos. “Ahora conozco el juego un poco mejor”, dijo.

Pero también parecía estar consciente de que hay mucha gente a la que algunas de las palabras que salen de su boca le generan dudas. Quizá algunas de esas personas estaban allí, en esa misma sala. Quizá fue por eso que se salió por la tangente para hablar sobre todas las formas en las que cree que los demócratas están arruinando las cosas, y luego dijo: “Verán, esa es la verdadera amenaza para la democracia: la gente estúpida”.

Los empresarios empezaron a aplaudir.



JMRS


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com