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Harris y los demócratas pierden la renuencia a llamar fascista a Trump
Jonathan Weisman / NYT La palabra “fascista” ha rondado al expresidente Donald Trump desde el momento en que bajó por su escalera mecánica dorada en 2015 para advertir sobre los violadores y narcotraficantes mexicanos en la memorable presentación de su candidatura a la presidencia. Pero para la mayoría de los demócratas más distinguidos, era un término provocativo cargado de aprensiones, significación histórica y hostilidad potencial que era mejor no mencionar. Hasta que la vicepresidenta Kamala Harris dejó claro esta semana —una y otra vez— que no tiene ningún problema en usar esa palabra. El martes, mientras el presentador de radio Charlamagne Tha God entrevistaba a Harris, este intervino cuando la vicepresidenta contrastó su visión con la de su rival. “Lo otro es fascismo”, dijo sobre la visión de Trump. “¿Por qué no podemos decirlo con todas sus letras?”. La respuesta de Harris: “Sí, podemos decirlo”. El miércoles, durante un discurso en Washington Crossing, Pensilvania, Harris citó al general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto durante el mandato de Trump, quien describió a su antiguo jefe como “fascista hasta la médula”, según se detalla en un nuevo libro del periodista Bob Woodward. “Estados Unidos debe prestarle atención a esta advertencia”, dijo. La cita de Milley quizá haya esfumado los reparos de los demócratas, interpretada como un permiso nuevo investido de la autoridad que comunican su uniforme y su singular cercanía a los entresijos del gobierno de Trump. Pero no desvaneció sus riesgos políticos, aunque el mismo Trump use libremente la palabra contra Harris. Un motivo por el que los demócratas han evitado durante años calificar a Trump de fascista es por temor a enemistarse con sus seguidores, señaló Timothy Snyder, historiador de Yale sobre Europa Central y el Holocausto. Para empezar, los demócratas no querían que se repitiera lo que pasó cuando Hillary Clinton se refirió a los partidarios de Trump como una “canasta de deplorables”. Incluso el presidente Joe Biden, que durante años ha puesto la amenaza de Trump a la democracia al centro de sus críticas contra el expresidente, solo estuvo cerca de usar el término cuando en 2022 habló de “toda la filosofía” del movimiento de Trump: “Voy a decir algo, es como semifascismo”. Pero ahora que Trump va orientando su retórica hacia el nativismo, el resentimiento racial y las amenazas abiertas contra sus enemigos políticos, la reticencia ha menguado. “Hay gente, como el general Milley, que les advierte a los votantes que Donald Trump marcará el comienzo de una era de fascismo en Estados Unidos”, apuntó Paul D. Eaton, general de división retirado y líder del grupo de veteranos liberales VoteVets. “A lo largo de la historia, hemos visto al fascismo afianzarse en muchos países solo porque los votantes lo permitieron”. Liz Cheney, excongresista republicana y firme opositora a Trump, comentó el domingo en el programa “Meet the Press” de la NBC que siente un gran respeto por Milley y que “no veo ninguna razón para estar en desacuerdo con esa valoración”. Clinton, la oponente de Trump en 2016, intervino el lunes con una publicación en las redes sociales: “La retórica de Trump se ha vuelto descaradamente fascista”. Todo ello, después de que el compañero de fórmula de Trump, el senador JD Vance, indicó que el término “fascista” es una incitación a la violencia que está fuera de lugar. “Vance es un tipo muy inteligente”, afirmó Ruth Ben-Ghiat, profesora de la Universidad de Nueva York cuyo libro más reciente, “Strongmen”, analiza a autócratas y fascistas desde Benito Mussolini hasta Trump. “Conoce el poder de la palabra”. Los historiadores, politólogos y lingüistas han debatido el término desde que Mussolini lo usó para describir su forma de autoritarismo, en términos paradójicos, como una “revolución de la reacción”. Robert O. Paxton, politólogo e historiador de la Universidad de Columbia especializado en la Francia de Vichy, definió el fascismo como un comportamiento político “marcado por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, la humillación o el victimismo”, con “cultos” de pureza nacionalista. “En colaboración tensa pero eficaz con las élites tradicionales”, aseveró, el fascismo “abandona las libertades democráticas”. Pero debido al inexorable vínculo del fascismo con la destrucción generalizada de Europa durante la Segunda Guerra Mundial y con el asesinato de 6 millones de judíos, su conexión despreocupada con la política contemporánea ha estado prácticamente prohibida para los políticos serios... hasta ahora. “Lo más importante que se puede decir sobre Trump y el fascismo es que Trump es un fascista”, dijo Snyder. Sin embargo, las definiciones de fascismo nunca han sido completamente fijas, ya que los autoritarios de cada nueva generación varían sus formas y métodos de control. Peter Hayes, historiador de la Universidad Northwestern que ha estudiado en profundidad el ascenso del nazismo, subrayó los puntos en común de los regímenes y movimientos que suelen describirse como “fascistas”: militarización de la política a través de milicias violentas, misoginia, hipermasculinidad, nacionalismo intenso, llamamientos a la autosuficiencia económica y ataque como chivo expiatorio de los grupos separados de un núcleo agraviado de seguidores. A finales de la década de 1960, el término resurgió como un epíteto polivalente que la izquierda lanzaba contra cualquier cosa o persona considerada aburrida o del sistema. “Siempre hemos estado demasiado dispuestos a usarlo, como el niño que gritó lobo”, dijo Hayes. Pero los llamamientos de Trump a organizar deportaciones masivas y establecer campos de internamiento, su promesa de usar la fuerza contra un pernicioso “enemigo interno”, su explotación de un culto a la personalidad, su negativa a distanciarse de grupos como los Proud Boys y los Three Percenters y su persistente evocación e incluso glorificación de la violencia han hecho que Hayes tenga verdaderos recelos. “No creo que estemos hiperventilando. Se trata de un tipo que nos está diciendo lo que quiere hacer”. Tom Eddy, presidente del Partido Republicano en el condado de Erie, Pensilvania, dijo que hace poco un activista con una máscara lo llamó fascista en las calles de Erie, donde se encontraba con un amigo anciano. “Le dije: ‘¿Sabes siquiera lo que significa?’”, recordó Eddy. “Me respondió: ‘No hace falta que lo sepa. Sé lo que eres’. Y amenazó a mi amigo de 70 años, ¿sabes? Bueno, eso no duró mucho”. Y añadió: “Tengo mal genio”. Esa pregunta —“¿Sabes siquiera lo que significa?”— es clave en el debate. Laura Thornton, del Instituto McCain, fundado en honor al senador republicano John McCain, argumentó que los republicanos son tan propensos a usar el término como los demócratas, especialmente Trump. “Cada vez que la izquierda radical, los demócratas, los marxistas, los comunistas y los fascistas me acusan, lo considero una gran insignia de honor”, proclamó Trump en febrero, y no por última vez. En un comunicado, la portavoz de su campaña, Karoline Leavitt, sostuvo que Harris había “insultado la inteligencia de más de la mitad del país al insinuar que apoyarían a un candidato fascista”. Steven Cheung, director de comunicación de Trump, fue más allá. “Ha habido dos atroces intentos de asesinato contra la vida del presidente Trump, y su retórica violenta es directamente culpable”, afirmó en un comunicado. Trump ha llamado “fascista” a Harris en numerosas ocasiones. Los republicanos han usado el fascismo como rúbrica para los límites fijados a ciertos tipos de discurso en las redes sociales, la imposición de mandatos de cubrebocas y vacunas y los casos legales contra Trump. Tales medidas pueden ser consideradas una extralimitación del gobierno, aceptó Thornton, pero no son fascismo. aranza |
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