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¿Un Dios que juega con los hombres?
Por | P. Hugo Estrada S.D.B. En el antiguo libro de los Mayas, el "Popol Vuh", se narra que un día, los dioses se reunieron para crear al hombre con el fin de que cantara sus alabanzas. Lo hicieron de barro. Pero la creatura resulto muy aguada y no alababa a los dioses. La destruyeron. Después hicieron un hombre de madera. No tenía sentimientos y tampoco alababa a los dioses. Hicieron que toda la naturaleza se le rebelara: sus comales, sus perros, sus casas, los arboles. En estos dioses mayas no se adivina compasión ni misericordia. Cuando se lee la "Ilíada" o la "Odisea", se constata lo mismo. Los dioses del Olimpo juegan con los destinos de los hombres; son, por lo general, dioses de duro corazón, y sin clemencia. Un Dios pagano Entre muchos de nuestros contemporáneos priva una idea pagana de Dios. Lo conciben tan lejano, tan infinito -en sentido matemático-, tan abstracto que por eso mismo no lo sienten en su vida. No tienen una vivencia de Dios. Por eso se habla tanto de "la muerte de Dios", del "silencio de Dios". Es que todavía muchos continúan creyendo en un dios al estilo de los griegos o de los antiguos indígenas mayas. El error muy común, al leer la Biblia, consiste en ir tras una aventura apasionante y en no captar, en cada acontecimiento, el mensaje de Dios a los hombres. Con razón modernamente se ha dado en llamar a la Biblia la HISTORIA DE LA SALVACION. Eso es precisamente. Dios crea la primera pareja humana que un día se le rebela. Querían saber lo mismo que El. Dios no los destruye, como los dioses Mayas al hombre de barro o al hombre de madera. Dios les concede una oportunidad. Y comienza así la historia de la humanidad que es un perseguir de Dios al hombre para ensenarle el camino del bien, para rodearlo de su gracia. La historia de la humanidad se podría compendiar en dos palabras: pecado y perdón. El Dios que se muestra en la Biblia, no es un Dios sordo y mudo. Es un Dios dinámico. En la cúspide del Monte Sinaí, Dios, indignado, quiere castigar al pueblo por su prevaricación, por adorar a un (dolo precisamente en el momento culminante en que le entregaba a Moisés las Tablas de la Ley. Y aquí lo sublime: Moisés -era un tartamudo- logra vencer a Dios con su dialéctica en favor de aquel pueblo. "Dios pierde el alegato y debe perdonar. Un Dios compasivo El Nuevo Testamento es la fuente más pura en que se refleja nítidamente el corazón de Dios. Cristo -Dios- manifiesta con claridad su misericordia. Algunos casos muy elocuentes. Bartimeo se llamaba el ciego que, cuando oye que Jesús pasa por el camino, comienza a gritar pidiendo ayuda. Todo el mundo le dice que se calle, que no sea impertinente. Jesús tenía los ojos muy abiertos para la miseria humana, y lo manda a llamar para regalarle la luz. Diez leprosos, de lejos -les estaba prohibido acercarse a los demás-, le gritan al Señor pidiendo auxilio en su desgracia. El Señor los deja más limpios que las tónicas de los fariseos. Bartimeo y los leprosos le gritaron al Señor. Pero hay otras personas que ni siquiera pronuncian una palabra, y Jesús -que andaba tras la desgracia- se adelanta para sacarlos de su apuro. Una mujer -la viuda de Naín- camina delante del féretro de su único hijo. Derrama gruesas lágrimas que rebotan en la tierra de tan pesadas por el dolor. Cristo la ve; se le acerca y le dice: "No llores". Le resucita al hijo. Otra mujer -la hemorroisa, la que había gastado casi todo su dinero sin lograr su curación, tampoco pide nada. Solo se acerca para tocar la túnica del Señor. Y se le concede su deseo. Si Jesús se muestra magnánimo con los que padecen miseria física, mas comprensión manifiesta con los que sufren de miseria moral. La "mujer adultera" ya se daba por perdida. Todo un grupo de "justos" tenía su piedra en la mano para dejarla muerta en medio de la calle, como era la costumbre del tiempo. Llego Jesús y les grito: "El que de ustedes no tenga pecado, que tire la primera piedra"... Santo remedio. Cada uno tuvo miedo que, allí en público, Cristo le sacara al sol sus trapos sucios. A otra mujer -la samaritana- Jesús se le hace el encontradizo. Se sienta en el brocal del pozo a donde ella va sacar agua. Jesús comienza pidiéndole limosna: "Mujer, dame un poco de agua". Ella le contesta de mala forma. Luego cuando ve que Cristo no busca pleito, inicia una discusión de tipo religioso. Pero Jesús la para en seco y va al grano. Le hace ver de un vistazo su conciencia. Había adulterado seis veces. La mujer entonces logra llegar hasta el fondo de su propio corazón y descubre a Cristo. Y ahora un hombre. Se llamaba Zaqueo. Gordito, bajito. Tan bajito que tuvo que subirse a un árbol para ver a Jesús que pasaba por el camino. El Señor levanta la vista y le dice: "Zaqueo, hoy deseo que me invites a cenar en tu casa". Aquel hombrecillo regordete era un extorsionador del pueblo y era natural que tuviera mucho dinero. Cristo llegó a la cena. Unas cuantas palabritas bien dichas, y Zaqueo en lugar de hacer delante de todos un brindis, hizo una confesión pública. Reconoció que había robado y se comprometió a dar la mitad de sus riquezas a los pobres. Y para que seguir hablando de la Magdalena, de Pedro y del buen ladrón y de cada uno de nosotros. aranza |
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