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Las religiones y el destino del mundo
Autor: Khaled Fouad Allam Es precisamente la experiencia del sufrimiento, individual o colectivo, que hace posible el encuentro con el otro, incluso si el sufrimiento permanece intacto e ineludible Estamos viviendo desde hace tiempo una crisis global y precisamente por esto amerita que se vuelva a proponer la reflexión sobre el diálogo entre Islam y cristianismo desde un nuevo ángulo. Las relaciones entre estas dos grandes religiones son obviamente antiguas, no sólo por la proximidad geográfica sino por la historia de las dos tradiciones espirituales. Desde hace décadas en muchos aspectos, desde el Concilio Vaticano II, las relaciones entre musulmanes y cristianos implican diversas dimensiones, entre las cuales está el plano religioso, aunque frecuentemente no se llega a profundizarlo y a evidenciar sus luces y sombras, con el resultado de que no pocas veces nos limita nuestra incapacidad de ir más allá. Precisamente por esta crisis generalizada es necesario pensar el diálogo entre cristianismo e Islam en su dimensión filosófica, vale decir, en la búsqueda y en el análisis de lo que podría ayudarnos a identificar los peligros de esta crisis y cómo superarla. Es siempre en la experiencia del dolor, del mal y del sufrimiento que los seres humanos están llamados a asumir sus propias responsabilidades frente a la historia y la eternidad. Las catástrofes de los últimos veinte años, la radicalización de las conciencias, el atentado a las Twin Towers del 11 de setiembre del 2001, el regreso de la intolerancia en algunos credos, son señales de un mal que nuestra humanidad está viviendo. Pero es precisamente la experiencia del sufrimiento, individual o colectivo, que hace posible el encuentro con el otro, incluso si el sufrimiento permanece intacto e ineludible. No es pues una casualidad que, de nuevo, en la búsqueda de un nuevo orden internacional y de una convivencia pacífica entre los pueblos y culturas, la noción misma de diálogo entre, como es obvio, en terrenos que no están incluidos en los de las tradicionales cuestiones religiosas. Tenemos dificultad de entrar en el siglo XXI porque el siglo XX todavía pesa demasiado; y si alguno lo define como el "siglo de la historia", es simplemente porque ha ocultado la relación compleja entre historia y eternidad. Un inédito conflicto entre el deseo de eternidad y el vivir en la historia ha producido el actual olvido de la sustancia de las cosas; el uso de la palabra "modernidad" es significativo de todo ello, porque la modernidad nos ha permitido olvidar que en esta tierra todo es provisorio y que en ella somos huéspedes. Vivimos todavía hoy en la ambigüedad de esta relación: nuestros comportamientos están impregnados de ello, tanto así que frecuentemente en las religiones, por ejemplo en el caso dell Islam, la historia se apodera de la eternidad, por obra de los hombres menos adecuados para el diálogo. Eso es lo que ocurre en el radicalismo islámico, que en algunas situaciones busca imponer el trágico orden de la tiranía. Enfrentar grandes temas como la libertad de religión un problema importante en el mundo isñámico volviendo a ver la relación entre historia y eternidad, terminará por incidir en el diálogo entre musulmanes y cristianos y entre el Islam y el mundo. El divorcio entre historia y eternidad se ha traducido en el sentido de olvido de la eternidad, de la continuidad, de nuestra xondición provisoria y es por ese olvido que se han hecho las guerras y revoluciones, es por ello que han nacido los totalitarismos. Pero el olvido ha tocado también los grandes temas relativos al destino del hombre, a las manipulaciones genéticas y a la bioética, cuestiones angustiantes porque interrogan no sólo al individuo sino a la humanidad entera. ¿Cómo restablecer esta relación, cómo definir una real complementariedad entre nuestro vivir en la historia y nuestro deseo de eternidad? Cada revelación se define como una redención, pero cada una es también un modelo que se debe reformular una y otra ver, para que una temporalidad real, un verdadero paso del Mar Rojo como hizo Moisés con el pueblo hebreo, tiene sentido sólo si se juntan los dos puntos cardinales, historia y eternidad. Es también así que se puede ver la actual cuestión del diálogo de las civilizaciones: un hipotético nuevo orden internacional no puede sino pasar a través de dos paradigmas, que serán definidos en los contenidos: el primero es la democracia, el segundo es el diálogo entre los pueblos, culturas y religiones. Las dos cuestiones están íntimamente ligadas, y su desarrollo será de primera importancia para salir de la turbulencia de este nuevo siglo. Debo agregar que el diálogo no sólo es necesario, tiene una urgencia social y una valencia ética y moral. El Islam no es una categoría abstracta, está hecho de personas que tienen esperanzas y sufrimientos, que viven también en e corazón de las ciudades europeas, que desean integrarse, también ellas como protagonistas de una Europa que vuelva a sus raíces, abiertas a los otros continentes. En un mundo atravesado por fronteras simbólicas y culturales, quizá ha llegado el tiempo de que el universalismo represente el antídoto para la actual visión pesimista del mundo, pesimismo que vuelve al hombre mudo frente a la humanidad. Pero la geometría variable del diálogo puede absolver también otra función: liberar al Islam del monopolio de la teología neofundamentalista, que oculta la simetría de la relación entre historia y eternidad, que tiende a considerar la historia como eternidad y la eternidad como historia, con en consecuencia vacía al Islam de su dimensión espiritual y empobrece su misma cultura. Los musulmanes deben rendir cuenta de ello. El diálogo está de algún modo ligado a aquella "salvación", también en su versión profana, que deberá iluminar la oscuridad de nuestros días. JMRS |
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