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¿Nos preocupa nuestra salvación?
Autor: Juan del Carmelo En el desarrollo de la vida espiritual de una persona, son asiduas las dicotomías que se nos presentan. Constantemente tiene uno que estar eligiendo, entre una u otra posibilidad de actuación. Unas le llevan a uno a dar pasos positivos en la evolución de su vida espiritual, otras le llevan a dar pasos negativos que le apartan de su objetivo final. Es como si se tratase de una escalera, en la que de acuerdo con las elecciones que hagamos, subimos o bajamos escalones. En esta escalera arriba en la cúspide de ella se encuentra el amor del Señor, abajo en el profundo fondo se encuentra el odio de satanás. Nuestra actuación, nunca suele ser constante en la misma dirección, generalmente ni subimos como una flecha hacia arriba, ni tampoco, somos un sillar de cantería en caída libre hacia abajo. Lo nuestro puede y suele ser, si amamos aunque sea solo un poco al Señor, subir más escalones que los que se bajan, tendencia ascendente y otros, que desgraciada mente vive de espaldas a la gracia divina, bajan más escalones de los que suben, son personas de tendencia descendente. El problema básico de todo esto, es que ni unos ni otros, ni los que suben no los que bajan, nunca saben dónde exactamente se encuentran. El Señor nunca desea que sepamos exactamente en qué punto y hasta donde hemos llegado, en el desarrollo de nuestra vida espiritual. Es curioso, observar que en ambos casos tanto el que está en una tendencia de subida, como el que se encuentra en una tendencia de bajada en la escalera, pecamos ambos a mi juicio, de un ferviente optimismo. Los que está subiendo, porque su vanidad espiritual, les hace creer que como quiera que son de comunión diaria, vida piadosa y obras de caridad, en su interior nunca piensan que tienen posibilidades de hacerle compañía eternamente a Pedro Botero, y olvidan que en esta vida nadie tiene asegurada su entrada en el cielo. Particularmente yo me estremezco muchas veces en la lectura de los evangelios, con aseveraciones del Señor como: muchos son los llamados y pocos los escogidos". (Mt 22,14). Ó aquella otra de: "¡Que estrecha es la puerta y que angosta la senda que lleva a la vida, y cuan pocos los que dan con ella!". (Mt 7,14). Desde luego que existe una voluntad salvífica universal de Dios hacia los hombres, Él desea que todos nos salvemos, de esto no hay la menor duda, pero uno se pregunta ¿Hacen los hombres lo suficiente?, no ya para salvarse, sino para tener posibilidades de salvarse. Que cada uno se responda personalmente a esta pregunta. Lo que yo sí leo, son estas dos terribles aseveraciones del Señor, y no me parece a mí, que las dijese a humo de paja. Pero desgraciadamente, para nosotros, el tema no se agota aquí, pues el Señor se ocupa mucho en poner de manifiesto, lo difícil que le es al rico el entrar en el reino de los cielos. Y cualquiera de nosotros pensará: Bueno, eso a mí no me preocupa yo no soy rico, y se equivoca. Cualquiera de nosotros, cualquiera que lea esta glosa, puede considerarse rico porque es rico, yo diría que millonario, porque el Señor no solo estima como rico al que tiene dinero, sino al que posee bienes de otra naturaleza. Por ejemplo, el saber leer o escribir, es un bien, que muchos de los 7,000 habitantes actuales de este mundo no lo tienen y en cuanto al dinero, cualquiera de nosotros es muy rico, si miramos a los habitantes de este mundo en países pobres. Nuestra posición a pesar de la actual crisis, es envidiable materialmente, pero peligrosa espiritualmente, porque es mucho lo que hemos recibido y será mucho de lo que tendremos que dar cuentas, porque Él ya nos dejó dicho: "a quien mucho se le dio mucho se le pedirá". (Lc 12,48). Y viene bien aquí, que recordemos el final de la parábola del joven rico: "Al oír esto el joven, se fue triste, porque tenía muchos bienes. Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo: ¡que difícilmente entra un rico en el reino de los cielos! De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible". (Mt 19,22-26). Y cuando leamos este pasaje, no tratemos de agarrarnos, a que aquí el Señor utilizó una hipérbole, a las que ciertamente era muy aficionado, pero si usaba una hipérbole, indudablemente era para poner énfasis en la aseveración que estaba manifestando, y en esta parábola es indudable que quería que nos enterásemos de lo difícil, aunque no imposible, que es el que un rico material o de otros bienes, entre en el reino de los cielos. Comprendo que algún lector piense que soy un cenizo, pero me atengo a lo que leo en los evangelios y también en ellos se nos da la solución. Para aclarar un poco este negro pero real panorama, necesitamos desear amar más al Señor, desear amar mucho más al Señor, porque si deseamos amar mucho, este deseo nos lo convertirá el Señor en amor hacia Él, y este amor nos aumentará nuestra fe, nos limpiará de nuestra faltas y si fuesen pecados, nos llevará al confesionario, el amor nos perfeccionará, marcará el camino ascendente, pondrá nuestro píes sobre los escalones de subida de esa escalera por la que hemos de ascender. El amor del Señor, nos dará fuerzas para que nos despeguemos de este mundo y aprendemos a saber perder nuestra vida, para así poder ganar la eterna que nos espera, para que ella no discurra dentro de los cauces en que la materialidad de este mundo nos encarrila, cauces de vanidad, afán de ser, aparentar, vicios, molicie, insensatez, menosprecio de los demás, considerarnos por encima, que sé yo cuantas estupideces puede cometer el ser humano. Solo el amor nos puede salvar y encauzar, porque amando cumplimos aquello de que: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara. Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras". (Mt 16,24-28). No hay otro camino de salvación, que el que nos marca el amor al Señor. Tenemos que negarnos a nosotros mismos y abrazar nuestra cruz. Escribía San Agustín y decía: "Si te pierdes cuando te amas a ti mismo, no hay duda que te encuentras cuando te niegas. Antepón a todos tus actos la voluntad divina y aprende a amarte no amándote, el único y verdadero negocio de esta vida, es el saber escoger lo que se ha de amar, ¿qué tiene de particular que si me amas y deseas seguirme renuncies a ti mismo por amor?". También para los que le aman, el Señor nos dejó dicho: "La voluntad de mi Padre, que me ha enviado, es que no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite a todos en el mismo día. Por tanto la voluntad de mi Padre, es que todo aquel que ve al Hijo y cree en El, tiene vida eterna, y yo le resucitare en el ultimo día". (Jn 6,39-40). Y añadió más adelante San Juan, en su evangelio, al redactar la llamada Oración sacerdotal: "yo deseo ardientemente que aquellos que Tú me has dado estén conmigo allí donde yo estoy, para que contemplen mi gloria, que Tú me has dado, porque Tú me amaste antes de la creación del mundo". (Jn 17,24). Que nosotros seamos capaces también, de amarle ardientemente, como Él desea que todos nos salvemos. aranza |
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