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Día del capital
Jesús González Schmal. El Universal
Es por ello que en distintas épocas de las historia de la humanidad el trabajo independiente o subordinado ha sido objeto de la mayor consideración al grado que es, ya en nuestros días, reconocido como un derecho humano natural y fundamental, materia de acuerdos internacionales e imprescindible en los ordenamientos constitucionales de cada nación. Es desde luego, en las políticas de las democracias modernas el tema central del capítulo social y económico que define la orientación ideológica de los gobiernos en ejercicio. En México, las causas y antecedentes de la Revolución de 1910 se encuentran precisamente en la política laboral del porfirismo, que demandaba la mayor entrega de trabajo humano para activar la economía y el progreso, pero, a su vez, mantenía en el mayor desprecio y abandono al sujeto que lo producía, es decir, al trabajador de carne y hueso, jefe de familia y persona titular de derechos básicos. Esta contradicción que se daba en el trabajo rural y urbano-industrial explica no sólo los desequilibrios económicos que se dieron con la concentración del ingreso y por ende los estrangulamientos de los mercados, sino también el generalizado descontento e inconformidad de las grandes mayorías que quedaban al margen de los anuncios oficiales que hablaban de un país próspero� sin decir que sólo para las minorías privilegiadas. Las corrientes de pensamiento de entonces, socialistas, anarcosindicalistas, social-cristianas demandaban justamente la reivindicación del valor del trabajo y el respeto a la dignidad del trabajador que nunca pudo entender Porfirio Díaz. La Constitución de 1917 introduce, por primera vez en un documento de esa jerarquía, el derecho al trabajo y a las condiciones justas de su desempeño en el artículo 123. La razón de ello no admite dudas: el trabajo y el trabajador estuvieron en el centro de la lucha popular que vía sufragio efectivo, no reelección, exigía gobiernos democráticos que velaran por la justicia para los trabajadores. Al transcurrir el tiempo y en la medida en que el impulso de la Revolución y los postulados sociales constitucionales se fueron debilitando, el trabajador volvió a quedar rezagado. El arribo de tecnócratas adictos al libre mercado para descargar responsabilidades de rectoría y promoción al Estado fue generando nuevos procesos de concentración de riqueza, y con el pretexto de la inflación fueron reduciéndose los salarios y perdiéndose los empleos. Es evidente que en este proceso, la colaboración del sindicalismo oficial y venal fue un factor decisivo para lograr los objetivos neoliberales. A la llegada de Fox al poder, lo primero que se hubiera supuesto es que, de acuerdo con las tesis originales del PAN y de las necesidades más apremiantes del país, se iba a liberar al trabajador de los manejos de líderes corruptos para propiciar una nueva relación laboral sin intermediarismos de control, facilitando el acuerdo racional y justo de los factores de la producción para mejorar la productividad y elevar los ingresos reales de los trabajadores. Lo mismo exactamente debía hacerse en el sector de servicios de la administración pública, incluyendo empresas paraestatales y trabajadores de la educación. Anteayer celebramos otro Día del Trabajo en el que, sin el boato de antaño, han quedado intactas las estructuras corporativas de poder sindical que soportaban antes y ahora las políticas liberales antilaborales. La derecha de ayer y de hoy, del brazo de los mismos Rodríguez Alcaine, Gamboa Pascoe, Elba Esther Gordillo, Romero Deschamps justificará siempre, igual que don Porfirio, que el orden y la propiedad son prioritarios y que la igualdad está subordinada al ejercicio de la libertad individual para que, en un futuro incierto, si el país crece, se pueda aspirar a lo que por ahora es una utopía, el sagrado derecho a un empleo digno y debidamente retribuido. Celebramos, al fin y al cabo, otro día del capital. Sof�a |
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