El mejor vino del mundo nace entre la intimidad y la belleza de Montalcino
2010-10-28
Cristina Cabrejas, EFE
Roma.- Nace en las suaves colinas de Siena, sólo una veintena de personas se ocupan de su producción, fermenta rodeado de arte y belleza. Así se crea el brunello de Montalcino de la bodega Castello Romitorio, considerado el mejor vino del mundo de este año por el prestigioso certamen International Wine Challenge.
En este concurso internacional, celebrado en Londres, la reserva de 2004 del brunello de la bodega del italiano Sandro Chia ha sido elegido este año, entre más de 10.000 etiquetas, el mejor vino del mundo, y, como las mejores cosas de la vida, este tinto oscuro y potente se produce en la intimidad familiar.
El creador del caldo premiado es Sandro Chia, de 64 años, un pintor y escultor italiano de fama internacional que ahora trasvasa el arte a su vino.
Dejó la Nueva York bohemia de sus años de artista para trasladarse en 1984 a Montalcino, en Siena (centro de Italia), la tierra del celebre tinto, donde compró Castello Romitorio, un casal abandonado con un imponente torreón, y se fijó un objetivo: hacer vino.
Un tinto exclusivo, para paladares delicados, más o menos como sus esculturas y sus cuadros, que decoran la etiqueta de su prestigioso brunello y rodean la bodega donde su vino se transforma de un simple mosto en el caldo de los dioses.
Ahora ha tomado en sus manos la pasión de familia su hijo, Filippo Chia, que con 22 años abandonó su vida en la frenética Nueva York para pasar a una vinícola vida ascética en Montalcino, donde sus 5.000 habitantes viven diseminados entre sus colinas.
No sabía casi nada de vino, asegura Filippo Chia a Efe, que ahora tiene 27 años, pero, escuchando lo que las personas de la zona le contaban, con "mucha humildad" y "atención", aprendió cuáles eran los sabores que le gustaban y "lo que su tierra y la tradición podían dar al vino".
Aprendió que el brunello es el único vino en el mundo que se hace al cien por cien con una sola uva, la "sangiovese", y que necesita al menos cinco años para convertirse en uno de los tintos más celebres.
Para conseguirlo, además "se necesita la ayuda de la naturaleza, un equipo de personas que colaboran como una familia, que se conocen desde décadas y que realizan un trabajo con extremada atención, y sobre todo mucha suerte".
En las pasadas semanas, todo su bagaje sobre la producción del vino, adquirido gracias a las lecciones de un selecto y reducido equipo que trabaja como si fuera una pequeña familia, se ha vuelto a repetir.
Como todos los otoños, en el pequeño viñedo que rodea Castello Romitorio, nueve personas se levantaban al alba para seleccionar una por una las uvas "buenas" de cada racimo.
La uva crece en dos viñedos diferentes en uno de los escenarios más bellos de Italia, cada uno de ellos a diferentes alturas, y con la brisa marina, a pocos kilómetros está el mar, que mece durante todo el año los racimos.
"Uno de los secretos son nuestras vides de 24 años, colocadas en diferentes microcosmos y cuyas uvas, cuando se mezclan, dan los matices y los colores que hacen este vino especial", explica Chia.
Las uvas seleccionadas se van prensando en tanques con un martillo mecánico que imita el lento ritmo de cuando se pisaban en los barriles de madera. "Una mezcla de innovación y tradición", desvela Chia, como otro de los secretos de su tinto.
Después de tres meses, el mosto pasa a las barricas de roble, donde reposarán dos años y luego otros dos años en botella, a veinte grados, y en una bodega que parece un taller o una galería, ya que está decorada con las esculturas y dibujos de Sandro Chia.
Cinco años de trabajo y dedicación para hacer un vino que finalmente ha tenido su premio y por el que, como explican en la bodega, escaparon tantas lágrimas como si hubiera nacido un hijo cuando se supo del galardón.
"Somos un pequeño mundo que vive sobre una colina, en un territorio austero y salvaje. Cuando el resto del mundo reconoce tu trabajo, tu atención enfermiza, es un placer y una gran emoción", asegura Filippo Chia.
VGQ
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