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Pedro Ojeda Paullada


2013-01-06

Néstor de Buen, La Jornada

Me enteré del fallecimiento del licenciado Ojeda Paullada en plenas vacaciones en Acapuldo. Mi hija Claudia me informó que lo había oído en la radio. No pudo darme ninguna otra información complementaria.

Me impactó la noticia. Ello se debió, sin la menor duda, al hecho de que Pedro y yo teníamos clase en la Facultad de Derecho de la UNAM los mismos días, martes y jueves, y probablemente a la misma hora, de 10 a 11, lo que provocó encuentros frecuentes y muy cordiales.

A Pedro lo conocí cuando era procurador general de la República y le pedí una cita para que viera con interés la situación de un amigo. Mi gestión no derivaba en absoluto de mi actividad profesional ya que nunca me he dedicado al derecho penal, a pesar de que en la carrera tuve excelentes maestros de la materia que me hicieron interesarme por esa disciplina. Pero la conciencia de la corrupción más que frecuente en ese medio y el miedo a que por un error formal pudiese poner en riesgo la libertad de un cliente me alejaron de los asuntos penales. Pero en el caso se trataba de un amigo muy cercano y pedí la cita que me fue concedida de inmediato.

Sin embargo, el hecho de que Pedro haya sido secretario del Trabajo y Previsión Social me mantuvo en cierta relación, que se hizo más notable cuando provocó una reforma de la Ley Federal del Trabajo que encargó a un jurista joven y brillante: Jorge Trueba Barrera, hijo del maestro Alberto Trueba Urbina.

Tuve oportunidad de conocer pronto su proyecto y aquí mismo hice más de un comentario, muchas veces crítico, pero siempre cordial. Además, Jorge tenía un trabajo en el IMSS donde yo laboraba y más que frecuentemente nos encontrábamos para discutir sobre su proyecto.

El proyecto se convirtió en ley en 1980 y vino a colmar una laguna evidente de la ley anterior, de 1970, obra de Mario de la Cueva, en virtud de que reguló lo que aquella había omitido, que era exactamente el aspecto procesal. Fue notable la aportación de Jorge Trueba, que podría identificarse con la referencia a una institución fundamental como es la carga de la prueba que las maniobras de los abogados patronales dejaba en manos de los trabajadores, casi siempre carentes de medios para acreditar, en primer lugar, la existencia de la relación de trabajo y, en segundo, sus condiciones.

Ello se debía a que una estrategia constante de los empleadores era negar la existencia de la relación laboral, que habitualmente el trabajador no podía comprobar documentalmente, o aceptándola, discutir sus condiciones: antigüedad, categoría, salario, despido y muchas otras cosas, lo que ponía a los trabajadores en situaciones procesales muy incómodas. A lo que se solía agregar lo precario de las pruebas testimoniales, recurso último para tratar de probar el despido y las condiciones de trabajo.

Así se incorporó a la ley el artículo 784, que desde entonces es una pesadilla para los empresarios ya que se debe tener por cierto lo que afirma el trabajador en su demanda respecto de su fecha de ingreso a la empresa, antigüedad, condiciones de trabajo, duración de la jornada, pago de los días de descanso y obligatorios, disfrute y pago de vacaciones, pago de las primas dominicales, vacacional y de antigüedad, monto y pago del salario y pago de la participación del trabajador en las utilidades de la empresa.

Es obvio que el sistema tradicional seguido por los empresarios de no poner por escrito ninguna de las condiciones de trabajo o el cumplimiento de las mismas, había llegado a su fin.

Es interesante anotar que en la nueva ley se mantiene, en general, la misma disposición, agregándose la incorporación y aportaciones al IMSS, al Fondo Nacional de la Vivienda y al Sistema de Ahorro para el Retiro, lo que habría que subrayar en favor de la reforma que tantas cosas negativas tiene.

Sin la menor duda, el mérito de la reforma de 1970 se debe a Pedro Ojeda Paullada, al menos por la decisión de ponerla en manos de Jorge Trueba Barrera, quien lamentablemente murió muy joven.

Me dolió el fallecimiento del licenciado Ojeda Paullada. Fue un político vertical, de enorme experiencia, que siempre generó una enorme confianza. Tenía buen sentido del humor. Nuestros breves encuentros en la facultad siempre me resultaron enormemente gratos. Entre otras cosas porque Pedro no presumía de su notable currículo y era uno más en las charlas informales entre maestros.



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