Formato de impresión


Un trozo de Siria en el este libanés


2013-08-10

LAURA J. VARO, El País

Hace un año, Rabaa, de 70 años, y Mohamed, de 83, decidieron de repente, y tras una semana sin dormir, echarse a andar desde su finca en un pueblo de la provincia siria de Homs hacia la frontera libanesa, a 20 kilómetros. La estrategia era simple: ellos saldrían primero, unos días después les seguiría otro grupo y el resto abandonaría las tierras quemadas por los bombardeos a la semana siguiente, así hasta reunirse los abuelos con sus cinco hijos varones, las nueras y los ocho nietos. Algunas de las 35 vacas y el medio centenar de ovejas que pastoreaban les persiguieron por un camino que duró 12 horas a pie por las montañas esquivando puestos de control del Ejército sirio. "Vinimos separados para que si moríamos quedase alguien de la familia", explica Ali, el más joven.

De la noche a la mañana, pasaron a convertirse en refugiados, un número más de los 675.000 sirios que contabiliza en Líbano el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). "Es la primera vez que venimos y nos quedamos", dice Mohamed, sentado sobre la esterilla de su tienda de plásticos y sacos de rafia mientras las mujeres enfajan hojas de tabaco en un terreno prestado en Douris, una población agrícola en el valle oriental de la Bekaa.

La peor crisis de refugiados desde Ruanda, según la ha definido la ONU, ha dejado más de dos millones de exiliados repartidos por la región. En Líbano, un país que hace piruetas para contener el contagio de una guerra con más de 100.000 muertos en casi dos años y medio, las cifras también presentan batalla. Mientras el Gobierno eleva el número de sirios en el país por encima de 1,2 millones (el equivalente a un 30% de los cuatro millones de habitantes), las agencias internacionales reconocen haber llegado a un punto "límite" que debería traducirse en el establecimiento de campos de refugiados oficiales después de que el Ejecutivo cediese en junio. "Ha habido un aumento de los asentamientos informales, especialmente en el norte y en la Bekaa", reconoce Marcel van Maastrig, uno de los representantes de ACNUR en Líbano. "Aún no tenemos el permiso para crear los campos, pero estamos buscando las ubicaciones".

La estampa de campamentos improvisados entre los huertos de vides, patatas o frutales se repite a lo largo de toda la carretera que atraviesa la planicie. Las 400 personas que viven en la urbanización de chabolas organizada en Majdaloun son como fantasmas. No están reconocidos en las estadísticas ni catalogados como refugiados, por lo que no reciben ayuda para comida ni combustible, pese a que cada semana llegan desde Raqqa �ciudad siria ahora controlada por rebeldes islamistas� entre tres y cuatro familias en un autobús que ha subido el precio del billete de 13 euros a más de 75 a cuenta de los ataques y saqueos que se repiten en la marcha hacia la frontera.
 
"Hay muchos que no se registran", apunta Paolo Lubrano, jefe de misión de Acción contra el Hambre en Líbano. "Sobre el terreno trabajamos con un 50% de refugiados registrados y otro 50% no inscrito". Solo en la Bekaa cuentan más de 300.000 personas instaladas en 76 campamentos de tiendas, lo que supone entre un 20% y un 30% del total de asentamientos en el valle, según los cálculos de la ONG española.

"Durante el verano veníamos a trabajar la tierra, pero cuando empezó el conflicto no pudimos volver", comenta Said, el líder del campamento, ante una camioneta que encierra a decenas de mujeres rumbo a la recogida del pepino. "Aún estamos montando tiendas, está viniendo más gente que llama diciendo que quiere un sitio seguro".

El jornal (1.000 libras, 0,50 euros por hora, por 10 horas "de sol a sol") apenas llega para financiar el generador que se han instalado y el hospital, que pagan de su bolsillo. Ni hablar de los desplazamientos en taxi hasta el centro de registro más cercano: "Imagina, una familia de 10 personas, a 3.000 libras (1,50 euros) por trayecto, acabas gastando más de 100 dólares en ir y venir a las entrevistas y no sabes si te van a aceptar". A ello se suman los "recortes". El Programa Mundial de Alimentos y ACNUR pretenden rebajar el número de beneficiarios de la ayuda para productos básicos hasta un 30%. "Creo que el próximo invierno será peor", se queja Said. "Antes, cuando el número de sirios era menor, había más posibilidades de trabajo".

En Al Faida, uno de los mayores campos, donde se han instalado tiendas de ultramarinos y las mujeres se apelotonan para sacar cubos de un pozo de agua turbia, ya compiten con la población local por el trabajo y los recursos. En pleno agosto se preparan para cuando lleguen en noviembre las lluvias que estuvieron a punto de inundarlos a principios de año. Un río por donde corre más basura que agua divide las manzanas de la ciudad paralela de seis kilómetros cuadrados en dos grandes núcleos, cada uno de los cuales alberga al menos 700 personas. "El problema principal es el agua", explica Majid, hermano del shaouish, el jefe. "No tenemos agua potable".

Él mismo es uno de los que llegaron a Líbano hace un año y medio siguiendo la estela de los temporeros. En Homs trabajaba en el carbón, pero su hermano conocía las plantaciones de Zahle, donde faenó los últimos 15 veranos. "Hace tres o cuatro meses quedaba gente con trabajo", dice. Solo en su barrio el campamento ha crecido de las 20 tiendas originales hasta rondar las 150, sin visos de ser desmontadas tampoco esta temporada. "No nos fuimos por los bombardeos, el Ejército sirio] nos echó", aclara. "Fuimos a Qusayr y allí estuvimos luchando hasta que murieron demasiados". La fecha de regreso, dice, no depende de ellos: "Volveremos a Siria cuando Dios se lleve a Bachar el Asad".



JMRS


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com