|
Formato de impresión |
Nuestra vida eterna
Autor: Juan del Carmelo ¿Qué entendemos por vida eterna? Desde luego que al contrario de nuestro cuerpo, nuestra alma Dios la creó para ser inmortal. Y no confundamos la inmortalidad con la eternidad. Eterno es lo que no tiene principio ni fin y estas dos circunstancias solo las reúne Dios que es el principio y fin de todo, por ello se le representa con las dos letras primera y última del alfabeto griego; el alfa y la omega -α y Ω-. Los demás seres creados por Dios, sean ángeles, personas u otros posibles cuya existencia ignoramos, somos simplemente inmortales, nunca moriremos y viviremos en la eternidad, aunque no seamos seres eternos, porque hemos tenido un principio. Tanto seremos eternos, los que vayan al cielo a gozar del amor y de la gloria de Dios, como los que se quieran marchar al infierno, por no querer aceptar el amor que Dios les ofreció en vida terrenal y mantuvo su oferta de amor hasta el último momento.
Sus razones tendrá Dios, pues no ha querido darnos una revelación detallada de lo que es el cielo, tal como en otros temas si lo ha hecho. Pero nuestra curiosidad en este punto es muy grande, hasta tal punto, de que queremos que se nos concreten claramente lo que se nos ofrece. Es decir, tratamos el tema del cielo como su fuese algo material, muy importante que tenemos que comprar, y exigimos garantías y responsabilidades. Todo lo cual tiene una lógica explicación, pues el ser humano se mueve mayoritariamente en el mundo de la materia, y el cielo es una expresión del Amor y la grandeza de nuestro Creador, por consiguiente resulta absurdo aplicar parámetros de conocimientos y relaciones materiales, a un algo que es la expresión de Dios mismo. Si no tenemos desarrollada nuestra vida espiritual, si nuestro cuerpo con su dominio sobre nuestra alma, no ha permitido que ella, que su desarrollo espiritual, llegue a una edad adulta, es imposible, que seamos capaces, de ver, comprender y lo que es más importante, saber utilizar los parámetros espirituales de nuestra alma, para tratar de ver y comprender al menos un poco, el orden del espíritu, donde se desarrolla, lo que es objeto de nuestra curiosidad. San Juan el discípulo predilecto del Señor, es de los cuatro evangelistas, el que más ha profundizado y con más claridad en los temas de la espiritualidad, y tal es así que San Juan es el único que recoge en el capítulo 17 de su evangelio, ese monumento de texto espiritual, que se puede considerar como el testamento del Señor, pronunciado en la última cena. Me refiero a la llamada Oración sacerdotal de Cristo a su Padre, que como texto evangélico favorito, leo y releo con asiduidad. Y esta mañana en el tiempo que le dedico a la meditación, viendo que mi mente estaba totalmente desparramada, eché mano de la oración sacerdotal y ¡eh aquí!, que me dejó impactada una frase que habré leído un monto de veces y es que como antes decía, las cosas del espíritu que son así. El texto dice: "1 Esto dijo Jesús, y levantando sus ojos al cielo, añadió: Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique, 2 ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. 3 Esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo". (Jn 17,1-3). Solo San Juan nos habla de vida eterna, los otros tres evangelios sinópticos nos hablan del Reino de los cielos, o del Reino de Dios, como el Reino instituido por Cristo. Los tres Evangelios sinópticos, nos ponen más de manifiesto, el aspecto externo o formal del tema que el interno y espiritual. Pero San Juan tanto en su evangelio como en su primera epístola, nos habla de la Vida eterna, y nos pone San Juan más énfasis en el aspecto interno, de lo que es el cielo y de lo que nos espera, si perseveramos en nuestro amor al Señor. Realmente se trata de una misma realidad, expresada de distinta forma, pero mucho más sustantiva y profunda, la presentación de lo que nos espera, propuesta por parte de San Juan, que la presentación, más formalista de los tres sinópticos aludiendo menos al aspecto sustantivo y más al formal. Antes de entrar en la explicación del contenido material de la vida eterna. El Señor invoca la autoridad recibida del Padre, para que sobre todos los hombres, que Él había recibido del Padre, Él nos diera la Vida eterna. Pero el Señor adelantándose a la pregunta que no solo se harían los apóstoles, sino también todos nosotros sucesores de ellos, en el sentido de preguntarnos: ¿Y qué es la vida terna? El Señor nos adelanta la contestación, a la pregunta para nosotros, no para el Padre que no la necesita, sino para nosotros mismos, que si la necesitamos y nos dice: "Esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo". Esta es la definición de lo que nos espera a los que hayamos sido capaces de superar la prueba de amor, por la que aquí abajo estamos pasando. Y digo hayamos porque espero y deseo de que tanto tú lector como yo, alcancemos esa dicha que nos espera. Para el dominico, profesor de exégesis Manuel Tuya, lo que aquí, como constitutivo material del cielo y por ende de la Vida eterna, es un conocimiento verdadero de Dios. Ver cara a cara a Dios, lo cual es imposible para cualquier criatura humana si previamente no ha abandonado este mundo. "A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito que está en el seno del Padre, ese le ha dado a conocer". (Jn 0, 18). El Catecismo de la iglesia católica nos dice en el parágrafo 1028 que: "A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica". La esencia del conocimiento de Dios, es lo que entendemos como ver el Rostro de Dios. Este conocimiento de Dios es lo que en teología se denomina la gloria esencial, pues al lado de ella hay otra gloria accidental o subsidiaria, que dado su posible contenido material, tiene muchas ventajas para nuestras materializadas mentes, ya que allí se podrá poseer y satisfacer los deseos de lo que en el mundo nunca se consiguió. Pero, para quien está loco y apasionado por el amor a Dios, el contenido de este cielo accidental le trae sin cuidado, le importa un comino. Incluso es de pensar que una vez ante el Rostro de Dios, a nadie le interese ya el cielo accidental, que más parece ser interesante para mentalidades infantiles. En esta vida el que prueba el bizcocho ya no le apetece el pan. Garrigou Langrange nos dice: El gozo del Cielo es un gozo de Amor: el amor más grande que podamos sentir, pues es el Amor Infinito de Dios. Amaremos a Dios con todas nuestras fuerzas y �l nos amará con Su Amor que no tiene límites. Será como la fusión de nuestra vida con la Vida de Dios, que nos atraerá hacia Su Amor en forma infinita. Intentemos explicar limitadamente, cómo será ese gozo del Cielo: amaremos a Dios con un amor intensísimo, embelesados por todas sus cualidades, que son perfectas, maravillosas e infinitas. Ese amor que sentiremos, atraídos por Su Amor, será correspondido perfectísimamente por El, sin las desilusiones propias del amor humano, con Su ternura infinita y en la intimidad más dulce que podamos imaginar. Distinto, a como son los amores humanos, ese gozo será de una plenitud siempre nueva, de una novedad constante que no cesa jamás. Y, además, ese Amor durará para siempre, siempre, siempre, eternamente felices sin hastiarnos y sin desear nada más pues solo seremos capaces de gozar de la plenitud de la vasija que en esta vida nos hayamos preocupado de construir. Es un océano de gozo, que llena por completo las profundidades del alma y satisface por completo las aspiraciones del corazón, sin que se pueda desear o necesitar absolutamente de nada más. El Cielo es el cumplimiento del "entra para siempre en el gozo de tu Señor" (Mt. 25, 21). Que en el gozo del Señor nos encontremos todo y mientras tanto no desesperar, pues como escribe el salmista, ochenta, noventa, cien años, es simplemente un adiós que ya pasó. Y.. ¡por Dios! ¡por su amor!, ni caigáis en la demoniaca trampa de querer ser, el más rico del cementerio. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga. JMRS |
|
� Copyright ElPeriodicodeMexico.com |