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Cuando la religión es opio


2016-02-25

Por: Salvador I. Reding V.

Frase conocida de Karl Marx: “la religión es el opio del pueblo”. ¿Es así? No, pero a veces lo es si se tuerce el sentido religioso. Cuando uno vive una religión que es amor por Dios y el prójimo, que la religión sea una droga es inaceptable.
 
Pero hay otros casos. Una mujer es apedreada por su infidelidad, mientras su cómplice está libre de todo castigo, eso en nombre de Alá. Un ejército invade a sus vecinos para tomar prisioneros, que serán sacrificados en honor a un dios de piedra. Miles de personas son muertas por negarse a renunciar a sus creencias y convertirse a las de sus verdugos. Doncellas son muertas y arrojadas a un pozo para satisfacer a los dioses. Cientos de ciudadanos son echados a leones hambrientos por ser cristianos y para diversión del pueblo en un circo.
 
Y los ejemplos pueden seguir. ¿Podríamos decir que entonces esas religiones sí son “el opio del pueblo”? Creo que sí; es cuando la religión, falseada en su esencia, es opio del pueblo, aturde, somete y enajena.
 
Sin duda que en muchas de esas religiones, la falta de respeto a la dignidad humana es parte de su doctrina, pero en otros casos es la interpretación que se hace de la doctrina. De esta forma, vemos cómo algunos que se dicen fieles creyentes del Islam son capaces de matar a todo aquel que se cruce en su camino y que sea “infiel”: debe morir y se autonombran ejecutores de Alá. Mientras tanto, otros seguidores del Islam dicen que su religión no pide eso, y lo demuestran.
 
¿Qué pensar de un grupo religioso que en ciega obediencia a su líder, fanáticamente aceptan suicidarse masivamente, matando a sus hijos y a todo aquel que se niegue al suicidio? Trágicamente ha pasado. Como también que todo un grupo religioso acepte morir horriblemente en un incendio provocado.
 
Como dijo el Papa Francisco, hay crímenes cometidos en nombre de Dios.
 
Qué pensar también cuando líderes religiosos imponen a sus fieles seguidores el odio hacia otras religiones. “no se junten con los católicos, porque ellos están muertos ante Dios”, una consigna de ciertos líderes sectarios supuestamente cristianos. ¿No es esto como una droga infame?
 
El extremo de religión como opio es el satanismo. La antítesis del amor a Dios, el odio llevado al límite.
 
Pero muchas veces no son las religiones las que son ese opio popular, sino la muy particular religiosidad torcida de los líderes religiosos. Su personal o grupal interpretación de la religión se impone con odios, como el caso de quienes matan en nombre de Alá a los “infieles”.
 
Pero vemos que la mayoría de las religiones. Independientemente de su mono o politeísmo, predican el amor al prójimo, y así no podemos aceptar la tajante afirmación marxista de que la religión es el opio del pueblo. Al contrario, la religión es la medicina y alimento espiritual del pueblo.
 
Las religiones inculcan el cuidado de la familia, de la comunidad, de los niños, los enfermos y los ancianos, y hasta el respeto a los muertos. Piden respeto a todo lo creado, y el servirse de ello para la vida y no para su destrucción insensata. Ese respeto hasta los lleva a considerar dioses a elementos de la naturaleza.
 
La tradición religiosa judeo cristiana es de amor. El Señor pedía a su pueblo que se sirvieran los unos a los otros, que practicaran la caridad. Viene el Mesías al mundo y nos dice, a respuesta de un intento de entramparlo de fariseos, que hay dos mandamientos: que amemos a Dios sobre todas las cosas como el primero de los ellos y que el segundo es semejante a ese: que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Que un nuevo mandamiento nos dejaba, que nos amemos entre nosotros como Él nos ha amado. ¿Es esta religión un opio? No, es lo contrario.
 
Así, bien podemos afirmar que la aseveración de Marx es falsa, pues la religión, como relación amorosa de los hombres con Dios y entre ellos es lo más alejado de lo que consideraba un opio del espíritu. La religión en su esencia, no debe ser una de odio, de fanatismo o de crimen, y es deber de los fieles de la religión del amor a Dios y al prójimo ir y enseñarla a todo el mundo, para que las religiones de opio, terminen convirtiéndose en unas de amor.
 
Para el europeo Marx, la religión cristiana era una droga para la sumisión del pueblo a los poderosos. Pero no es así, el cristianismo es una religión de libertad, de seguir los dictados de la recta conciencia y responderle al Creador. En cambio, si la religión somete al pueblo por la amenaza de poder sobre su vida, si en vez de darle alegría le impone el fatalismo, ya no es religión, sí es entonces un somnífero.
 
En la época colonial de América, fueron los misioneros católicos quienes lucharon por la dignidad del natural de estas tierras. No sirvió el catolicismo para apoyar la conquista militar, sino al revés, tras la conquista armada se difundió la religión de amor. En el mundo, la Iglesia ha llevado la libertad del hombre frente a las ataduras de la miseria, de la enfermedad y de la ignorancia. Y con diferente lenguaje a través de siglos, como los profetas en el Antiguo testamento, ha pedido justicia social a los poderosos.
 
¿Qué debemos hacer para evitar caer en una falsificación de la religión, en donde de alguna forma el odio y la perversidad sustituyan al amor? Mantenernos en la ortodoxia del mensaje cristiano. No caer en la tentación de responder a la maldad del enemigo con otra maldad, sino con amor, con perdón, como los cristianos que oran por la conversión de los perseguidores de cristianos en Medio Oriente.
 
Nunca aceptemos la frase de Karl Marx, que tanto gusta a los enemigos del Señor: el terror no es en realidad una religión, sino una deformación, una falsificación de la misma. Un Dios creador, que ha sembrado la semilla del bien en sus hijos, sólo acepta una relación de amor, no de odio. Hagámoslo saber así a quienes despectivamente nos digan que la religión es el opio del pueblo ¡no lo es! Y demostrémoslo con el ejemplo de vida al servicio amoroso de Dios y del prójimo.



JMRS


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