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Paradoja latina


2016-03-01

Pedro Reina Pérez, El País

El sentido común en el Partido Republicano era más o menos así: quien deseara conquistar la elección presidencial en Estados Unidos debía cortejar con éxito el voto latino. Las razones eran simples. Este segmento demográfico contiene una de las llaves para decidir la elección en aquellos estados de mayor peso en el colegio electoral estadounidense.

Empero, el sentido común es el menos común de los sentidos y tantos meses más tarde dos candidatos de origen cubano libran una batalla cuerpo a cuerpo para ver cuál de los dos recibirá el testigo para ser el candidato oficial del Partido Republicano a la presidencia. El detalle es que ninguno quiere llamar mucho la atención sobre su evidente herencia hispana, en una colectividad cada vez más centrada en demonizar a los extranjeros. Latinos de nombre nada más.

Para colmo de males el tornado de Donald Trump comienza a derribar diques con sus conquistas en las primarias de New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada generando suficiente movimiento para presagiar que la candidatura bien pudiera estar a su alcance en cuestión de varias semanas.

Ausente Jeb Bush�quien era el favorito de sectores más asentados y tradicionales del liderato�la carrera se concentra en Trump y aquellos que pudieran asestarle los golpes necesarios para desencarrilarlo, a saber, Rubio o tal vez Cruz. Esto no quiere decir que John Kasich, gobernador de Ohio, no tenga todavía algunas fichas para jugar, acaso procurando alianzas o acomodos, sobretodo con Rubio. Mientras tanto la carrera se vuelve densa y un tanto impredecible.

Si algo caracteriza esta campaña primaria para los republicanos es la ruptura estruendosa de los contendientes principales con los márgenes de la razonabilidad. Abajo con las encuestas y los cálculos mesurados. Los apetitos generales piden osadía y no prudencia. Vigor y no duda. Arrojo y no contemplación. Poco importa que con esta canasta de actitudes primitivas se reduzcan las posibilidades del Partido para convencer a los votantes independientes, a las minorías y a las mujeres. Irónico pues que dos de los contrincantes estelares en este circo desciendan de familias inmigrantes procedentes de Cuba, dadas las contradicciones que esto comporta para convivir entre semejantes candidatos. El asunto merece un comentario.

El imaginario popular estadounidense tiene al inmigrante mexicano instalado como principal protagonista de la trama hispana en el país. Y aunque los datos demográficos más recientes ofrecen un cuadro más complejo, las razones son obvias: geografía e historia. De acuerdo a las estadísticas del Pew Research Center, de los 57 millones de hispanos en Estados Unidos, 64.7% son mejicanos frente a 9.5% de puertorriqueños y 3.7% de cubanos, entre otros. Aunque sólo 11 millones de votantes latinos participaron de la última elección de 2012�una cifra bastante baja�se anticipa que 27.3 millones serán elegibles para votar en 2016. El reto estará en movilizarlos a votar.

Pero para efecto de las elecciones no es lo mismo ser votante latino en California que serlo en Colorado, Florida o Nevada tres estados bisagra (swing states) cuyo peso en el colegio electoral estadounidense es notable. Y esta diferencia puede resultar decisiva llegado los comicios de noviembre, particularmente para los únicos dos candidatos que pudieran apelar con ventaja a los latinos por el bando republicano: Marco Rubio y Ted Cruz. El problema estriba en que, habida cuenta del respaldo popular a las arengas de Trump contra los mejicanos, ninguno de los dos se atreve a destacar su biculturalidad para no identificarse propiamente como latinos. Pretenden serlo apenas de nombre (o apellido) nada más. Pero las diferencias entre ambos no terminan ahí.

Los cubanos en Florida se precian de hablar español y así se lo transmiten a su descendencia. Es un hecho que sin hablar español correctamente en público Marco Rubio jamás hubiera escalado las estructuras de la política partidista en ese estado. Su bilingüismo fue una ventaja competitiva que supo explotar a su favor. Pero ese no es el caso de Ted Cruz, quien proviene de Texas, un lugar muy diferente a la Florida. En su ademán, vestimenta y cadencia al comunicarse en inglés evoca al granjero blanco, residente de la frontera. Y en ese contexto el bilingüismo es visto como una debilidad prominente. Por eso Cruz evade todo signo que lo identifique como latino para colocarse por sus atributos en otra categoría más digerible para el votante conservador. Y en una carrera presidencial ambos candidatos juegan a ocultar esas señas de identidad. Un recurso valiosísimo que no les sirve para nada.

Un raro enfrentamiento entre Cruz y Rubio se suscitó hace una par de semanas en un debate televisado cuando el primero aludió a unas declaraciones del segundo emitidas por la cadena de televisión hispana Univisión. Rubio ripostó que no sabía cómo se había enterado pues era conocido que Cruz no hablaba español. Para sorpresa de la audiencia Cruz, dubitativo, balbuceó una respuesta en castellano con la que puso punto final a la escaramuza, a la vez que confirmaba su dificultad para hablar el idioma. Un raro momento en el que se apartaron del libreto aprendido, aquel de ser latino pero no mucho. Una paradoja rara y lamentable.



LAL


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