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La Novela Geopolítica en México (II)�
Víctor Manuel Peralta Martínez Nuevos frentes alemanes Después de la invasión al puerto de Veracruz por los norteamericanos, Victoriano Huerta deja el poder y es desterrado a Barcelona, con la misma puntualidad de una cita concertada de antemano, un delegado del kaiser se presentó ante la residencia de victoriano Huerta. El capitán Franz Von Rintelen era oficial de la marina alemana pero acudió a la entrevista vestido de civil. Dos meses después Huertas embarcó rumbo a Nueva York. El 13 de abril de 1915 Von Rintelen recibe en su suite del manhattan hotel de Nueva York a Victoriano Huerta, sin saber que la habitación ya estaba intervenida por el servicio secreto británico. Su misión consistía en provocar la guerra entre México y Estados Unidos. Para lograrlo había embarcado a Huerta en la aventura política mediante la cual podría recuperar el poder. Enterado el gobierno norteamericano, de las negociaciones entre Huerta y los alemanes, gracias a la cortesía de los ingleses, decidió guardar silencio por el momento pero se abocó a seguir paso a paso los movimientos del ex dictador. En las comunicaciones que Rintelen enviaba a Berlín fue detallado los progresos del plan para reinstaurar a Huerta en el gobierno de México. Fueron comprados en Saint Louis 8 millones de cargas de cartucho y se hicieron pedidos por 3 millones más en Nueva York. En la lista de gastos, Rintelin anotó 800,000 dólares que depositó en la cuenta de Huerta en el banco alemán de La Habana, y 95,000 en una cuenta bancaria en la ciudad de México. Se hicieron acuerdos con el general Félix Díaz para provocar un alzamiento en el sur del país cuando Huerta pasase la frontera norte, y de esta forma concentrar la atención de los constitucionalistas. Franz Von Papen tenía la comisión de estudiar el terreno y fue enviado a la frontera para ensayar in situ los pasos necesarios para la invasión. También llevaba el cometido de arrendar un ferrocarril clandestino para los reservistas alemanes que pudieran sumarse a la expedición en Estados Unidos, y de esta forma penetrar en México. Huerta abordó un tren que lo llevaría hacia El Paso, donde llegaría a las 6:30 de la mañana. Allí lo esperan sus partidarios para dirigirse en automóvil rumbo a la frontera de México. Sin embargo, bajó del tren en la población de Newman, a escasos 30 km de la frontera, donde lo esperaba el general Pascual Orozco para trasladarse juntos hasta el territorio mexicano, pero fue arrestado a su llegada por un agente del Departamento de Estado y encarcelado en la prisión de El Paso. Los últimos días de Huerta fueron un incesante ir y venir entre la libertad condicional y las sórdidas cárceles del sur de los Estados Unidos. Las autoridades norteamericanas estaban tan intranquilas con la presencia de un preso tan peligroso en sus cárceles, que ofrecieron a Huerta la libertad a cambio de que se alejarse de la frontera y aceptar a vivir apaciblemente en cualquier ciudad de Estados Unidos. Los alemanes habían decidido lavarse las manos en el caso Huerta. A pesar del telegrama que le envió el general al embajador alemán en los Estados Unidos pidiéndole protección para su esposa, el diplomático respondió entregando simplemente el telegrama a las autoridades norteamericanas. El 14 enero de 1916, 2 meses antes de que Villa arrasara la población de Columbus, murió el hombre que tanta esperanza había despertado entre los alemanes. Alemania invirtió treinta millones de dólares en la proyectada aventura de Huerta -según informes del New York Times-. Se gastaron cerca de 12 millones sólo en armas, en una época en que ese dinero alcanzaba para equipar al ejército de un país. La prensa norteamericana no desperdició un centímetro de su espacio para relatar los arreglos de Huerta y sus socios ocasionales. "Se descubre un complot alemán para producir conflictos entre Estados Unidos y México. Pero Alemania está dispuesta a ir mucho más lejos, acabado Huerta, los alemanes volvieron la cabeza hacia el "centauro del Norte". Villa se había convertido en un enemigo mortal de Carranza y andaba casi vencido luego de la derrota de Celaya. Estados Unidos, que en cierto momento pareció estar de su lado y luego le quitó su apoyo, con tan pocas explicaciones como cuando se lo había otorgado. Pancho Villa culpaba a los “gringos” de buena parte de sus desgracias. Estados Unidos tenía indicios que Alemania quería que ellos le declarasen la guerra a México, el embajador norteamericano en Berlín, James Gerard, telegrafió a su canciller afirmándole que estaba seguro, por sondeos que había hecho en los medios políticos de aquella ciudad, de que "los ataques de Villa eran fabricados en Alemania". En Washington, el servicio secreto inglés descubrió por aquellos días que las armas que Rintelen comprara para Huerta habían desaparecido de los depósitos donde las almacenaron los agentes de la policía judicial. Los ingleses transmitieron inmediatamente esa información a sus colegas norteamericanos. Ya era demasiado tarde cuando descubrieron en la frontera un extraño tránsito de ataúdes baratos que diariamente cruzaban en número de diez a doce las aguas del Río Bravo. Cuando investigaron no encontraron en ellos cadáveres, sino las armas de Rintelen cuyo destinatario era Villa. Éstas eran apenas las últimas de una partida mucho mayor, transportada en la misma forma durante los últimos días. Mediante testigos evaluaron el volumen de armas que podían haber sido pasadas por la frontera, llegaron a la conclusión de que sólo una quinta parte del arsenal había sido trasladado efectivamente por ese medio. ¿Dónde estaban las restantes? No muy lejos de allí, en el puerto de Matamoros, en el silencio de la noche un grupo de estibadores se agitaba en torno a un petrolero alemán, anclado en el puerto. De la bodega del barco comenzaron a surgir grandes cajas de madera de pino, que luego eran cuidadosamente transportadas hasta los andenes del ferrocarril. Los sabuesos norteamericanos no sospechaban siquiera que en aquellas cajas se escondían las armas alemanas que Villa aguardaba impacientemente. Las pruebas de los contactos entre Villa y los alemanes se acumulaban. Los informes norteamericanos explicaban también que los comerciantes alemanes de la zona eran los únicos que se liberaban de los empréstitos forzosos que imponían a sus colegas las tropas villistas. ¿Por qué?, Se preguntaban. Aquel trato especial hacía pensar en un arreglo amistoso entre los guerrilleros y aquellos solemnes empresarios de levita. Los alemanes no descansaban. Tratando de abrir varios frentes de apoyo en el interior de México. No solo se mostraban amables con Villa, sino que también llamaban a las puertas de los despachos de los carrancistas, e incluso, establecieron contacto con un General de Porfirio Díaz, asilado en la Habana. El arte residía en mantener relaciones con todos los grupos que se disputaban el poder en México: quien quiera que fuese el triunfador, los alemanes estarían a su lado. Cuando sobrevino el ataque la noche del 9 marzo 1916 a la población norteamericana de Columbus, toda la opinión pública de los Estados Unidos lanzó un grito de indignación. ¿Qué buscaba Villa? El conflicto social en la zona fronteriza era un motivo de desazón constante en aquellos meses. A menudo se piensa que el ataque de Villa fue animado exclusivamente por un afán provocador hacia los Estados Unidos, ya fuese como revancha por el apoyo que le habían quitado, o porque los instigadores alemanes le susurraban constantes llamados a la batalla. Sin embargo, sin que estas explicaciones queden excluidas, es probable también que Francisco Villa haya actuado tratando de sacar un provecho político entre los agitados chicanos. Seguramente estos lo verían como un líder vengador de las matanzas organizadas por los rangers, y si no aplaudieron directamente al ataque a Columbus, al menos puede suponerse que lo hayan comprendido mejor que en Washington o en la capital mexicana. El 18 junio 1916 el cónsul de Canadá en México telegrafió a Washington diciendo que el ministro alemán von Eckhardt estaba "haciendo todo lo posible para persuadir a Carranza a combatir contra los Estados Unidos", y que creía que "los impetuosos generales de Carranza pudiesen llevarlo a la guerra". Los informes de entonces no eran enteramente confiables, pero las intenciones alemanas con respecto al gobierno central de México no permitían duda alguna. Respondiendo a un editorial del diario New York Times, un periódico de Berlín trató de explicar las consideraciones que hacía el diario norteamericano cuando alegaba que la hostilidad de Carranza hacia Estados Unidos era alimentada desde Alemania: Consideramos que no vale la pena negar que Alemania está empujando a México a la guerra a fin de evitar la exportación de armas a los aliados. El hecho de que el jugoso tráfico de armas de Norteamérica con Francia e Inglaterra sufra por una guerra con México es una consecuencia que, ciertamente, no nos hará derramar lágrimas". En octubre de 1916 von Eckhardt telegrafió a Berlín afirmando: "Carranza, que ahora se muestra abiertamente amistoso con Alemania, está dispuesto, en caso de ser necesario, a prestar ayuda a los submarinos que naveguen en aguas mexicanas hasta el máximo de sus posibilidades". Al margen de que las palabras del embajador tradujese realmente la buena disposición del Presidente, la búsqueda de un apoyo extra continental para disminuir o contrarrestar la presión norteamericana, era algo totalmente comprensible, si se recuerda que en esa fecha la expedición del general Pershing llevaba meses en territorio mexicano, había duplicado sus contingentes armados y amenazaba eternizarse como fuerza de ocupación. Entre 1916 y 1917 la influencia alemana en México alcanzó su apogeo. La unión de ciudadanos alemanes llegó a fundar veintinueve comités de propaganda, que divulgaban el espíritu de la cultura germana. "Un gran número de mexicanos se han convencido de que nuestros métodos de conducir la guerra son acertados y están ya dispuestos a aceptar nuestros comunicados", decía un reporte de esa institución a su central en Berlín. En el mundo de las finanzas, la influencia se expandió de tal forma que comenzó a hacer sombra al capital norteamericano, el cual se retrajo ante el clima de inestabilidad que reinaba en aquel tiempo en los asuntos políticos del país. Entonces los capitalistas alemanes trataron desesperadamente de llenar ese vacío. En muchas otras áreas de la economía, los alemanes crecieron en desmedro de los norteamericanos. Éste cambio era visto con beneplácito por parte de las autoridades de la Secretaría de hacienda, que pugnaban por diversificar los centros de financiación internacional. En su libro sobre la revolución mexicana, Emilio Portes Gil refiere cuál era la disposición de ánimo respecto a los alemanes en aquellos días críticos: "el puro mexicano simpatizaba entusiastamente con Alemania, seguramente por las graves injurias y las invasiones de que habíamos sido víctimas por parte de los Estados Unidos en los años de 1847, del siglo pasado, y 14,16 del presente". Agrega: “otros elementos civiles y militares, también de gran influencia en el régimen, se siente eco del entusiasmo del pueblo para el que México entrase en la guerra en favor de los imperios centrales" -es decir Alemania y Austria.-Tal era la situación cuando Carranza titubeaba sobre el rumbo a seguir. Estados Unidos se mantenía aún central, pese a responder en tono cada vez más amenazante a las provocaciones de los alemanes y los marinos del káiser acababan de hundir un barco mercante norteamericano, el Sussex, que transportaba armas y municiones para los aliados. El gobierno de Washington temía que los alemanes no le permitiesen mantenerse neutral por mucho más tiempo. Wilson sabía que la carta del triunfo en el conflicto era esperar, esperar el mayor tiempo posible, para que el costo militar y político–postrera intervención norteamericana fuese tan bajo como aquella demora. Mientras tanto, en el año de 1916 Estados Unidos tenía las dos terceras partes de su ejército regular concentrado en la zona de la frontera con México. ¿Podía pensar en un súbito ingreso en la contienda, según empezaban a exigir los acontecimientos? Disponía de argumentos con el suficiente peso como para justificar ante la opinión pública la participación norteamericana en ella. Recientemente habían sido expulsados como personas non gratas von Papen y 22 diplomáticos acreditados en Washington que según informes de los servicios secretos eran responsables de los sabotajes efectuados recientemente en algunas fábricas de armamento de Filadelfia y en las dársenas de los puertos norteamericanos. El hundimiento del Sussex, la intervención alemana en México y las constantes violaciones del sagrado suelo neutral norteamericano eran, en conjunto, una razón suficiente como para apresurar la intervención norteamericana. Lo cierto es que los beligerantes incurrieron en violaciones graves del estatuto de neutralidad norteamericano. Inglaterra tenía en las principales ciudades de Estados Unidos tantos agentes que conspiraban para empujar a Wilson a la guerra, "cuanto antes", como los alemanes que bregaban por distraerlos en otros conflictos. Era muy explicable el rencor de los alemanes hacia los norteamericanos, que estaban medrando con lo que ellos consideraban era su guerra europea. Las deudas de los aliados con la banca norteamericana crecían mes a mes como un gigantesco globo de aire que amenazaba con seguir creciendo. Alemania, en cambio, debía abastecerse con sus propios recursos y los que saqueaba de los países invadidos. Para los prusianos, el comportamiento de los Estados Unidos era una hipócrita traición. Además, no era una potencia militar digna de consideración, pensaban los "ultras" alemanes. Alemania decidió iniciar la guerra submarina sin restricciones. Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con Alemania. Click para ver la primera parte de este artìculo
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