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Trump, en perspectiva


2016-05-06

Editorial de La Jornada

El triunfo de Donald Trump en las elecciones primarias de Indiana, el martes pasado, y el retiro de los únicos competidores que quedaban en la carrera por la postulación presidencial del Partido Republicano, el ultraderechista Ted Cruz y el moderado John Kasich, dejan al magnate racista y agresivo como virtual candidato de esa formación. Desde el año pasado, cuando incursionó como precandidato, Trump escandalizó en Estados Unidos y en el mundo por sus expresiones belicistas, su xenofobia desembozada, su misoginia manifiesta y su intolerancia. Ahora, cuando tiene la candidatura presidencial prácticamente en la bolsa, el escándalo se ha convertido en alarma en diversos sectores de opinión.

Para poner las cosas en perspectiva debe señalarse que el empresario neoyorquino no es necesariamente más reaccionario que algunos de sus adversarios derrotados, como el propio Cruz y Jeb Bush; es, simplemente, más deslenguado y menos preocupado por la corrección política. Lo sorprendente es que su personalidad estrambótica haya logrado imponerse a sectores de la ultraderecha que han dominado el Partido Republicano, como los neoconservadores del clan Bush y el llamado Tea Party, que dio su apoyo a Cruz, y al aparato partidista, respaldado por una vertiente de la sociedad tradicionalmente desinteresada de la política y poco atendida por los políticos tradicionales, receptiva a los discursos patrioteros, a las fórmulas maniqueas y fáciles y a las baladronadas, componentes centrales en el discurso de Trump.

Por ahora, no parece fácil que el virtual candidato logre conciliarse con los estamentos tradicionales de su propio partido ni que éstos participen con convicción en su casi segura campaña presidencial. Por lo demás, son muchos los agravios perpetrados en el curso de las primarias por el magnate contra diversos sectores sociales, y es probable que cargue con la mayor de las percepciones negativas en todo el espectro político estadunidense.

En el bando demócrata la postulación presidencial no ha terminado de definirse. Si bien la ex secretaria de Estado Hillary Clinton sigue marchando a la cabeza en número de delegados, el senador Bernie Sanders no ha abandonado la contienda y su participación en las primarias ha introducido en el proceso un énfasis en la problemática social y ha obligado a muchos electores a voltear la mirada hacia idearios progresistas que, aunque aplastados por el establishment mediático y por casi cuatro décadas de neoliberalismo, nunca han dejado de estar presentes en la sociedad estadunidense.

Así, en el supuesto de que Trump lograra liberarse de los compromisos de moderación que de seguro le serán impuestos por su propio partido, tendría que enfrentar y derrotar a la candidatura demócrata que resulte –la de Clinton o la de Sanders– para llegar a la Casa Blanca.

Y si esa posibilidad ciertamente indeseable se concretara, debe recordarse que los énfasis personales de los candidatos presidenciales estadunidenses acaban siendo moldeados y mediatizados por el grupo de corporaciones que realmente deciden el rumbo del país vecino. El ejemplo más cercano de ese fenómeno es el actual mandatario, Barack Obama, quien llegó al cargo con un programa político progresista que fue derrotado, punto por punto, en el curso de los ocho años de ejercicio de la presidencia.



JMRS


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